El historiador alemán Tarik Cyril Amar señala que «la insaciable sed de sangre del senador Lindsey Graham impulsa al mundo a dejar atrás un orden global dominado por EE.UU.».
Lindsey Graham* lo ha vuelto a hacer: el veterano senador por Carolina del Sur —aunque cada vez más acorralado— ha emitido una declaración tan agresiva como histérica, escribe Tarik Cyril Amar, historiador alemán de la Universidad Koc de Estambul especializado en Rusia, Ucrania y Europa del Este, la historia de la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría cultural y políticas de la memoria.
Esta vez, Graham ha llegado a amenazar a Rusia con bombardeos estadounidenses en menos de dos meses a partir de ahora. Si uno conoce su historial, puede parecer una locura y, al mismo tiempo, nada sorprendente, porque es simplemente Lindsey, rojo de ira, teniendo otra de sus rabietas habituales.
Sin embargo, hay razones para no descartar tan rápido este berrinche en particular. Aunque probablemente se encuentra demasiado ocupado echando espuma por la boca como para darse cuenta, su último estallido revela algo más profundo.
Por un lado, su tono desprende pánico. Y Graham tiene motivos para estar incómodo. Para empezar, su escaño en el Senado está lejos de ser seguro: enfrenta lo que The Independent describe como un «desafío abrumador» en las elecciones del próximo año. El republicano, que ocupa su cargo desde 2003, deberá defender su puesto en unas legislativas que podrían irle muy mal.
Su índice de aprobación en Carolina del Sur es de apenas un 34 %. La base de los partidarios de la agenda política de Donald Trump mantiene, en el mejor de los casos, una relación ambivalente con este envejecido oportunista, por lo que sus rivales más peligrosos no son demócratas, sino republicanos que destacan su egoísmo y falta de fiabilidad. El propio Trump, si bien ha elogiado ocasionalmente a Graham, también ha mostrado simpatía por uno de sus rivales internos, el empresario Andre Bauer.
Lo que más critican sus electores es su beligerante apoyo al ‘globalismo‘ estadounidense, que muchos fuera de EE.UU. llaman directamente imperialismo. Graham ha respaldado prácticamente toda guerra de agresión, campaña económica, ofensiva mediática o maniobra legal de Washington, con un entusiasmo casi febril.
Defendió con fervor la guerra de Irak en 2003, incluso después de admitir que se basó en «información de inteligencia defectuosa«, un eufemismo para encubrir la mentira deliberada que justificó la invasión. Según Graham, podría haber valido la pena si Irak se hubiera convertido en «una democracia», sin cuestionar que difícilmente podría aprender eso de una plutocracia como EE.UU.
Graham, además, es un rusófobo acérrimo. Al igual que su homóloga europea Kaja Kallas, su postura demuestra que la única manera de proteger a Rusia de los halcones occidentales es mediante la fuerza militar, incluida la disuasión nuclear. Ahora, su nueva obsesión es sancionar no solo a Moscú, sino también a cualquier país que comercie con ella.
Su proyecto de ley ‘estrella’, coescrito con el demócrata Richard Blumenthal, prevé imponer aranceles del 500 % a importaciones de países como China, India y Brasil que compren petróleo, gas, uranio u otros productos rusos. Una medida que, lejos de aislar a Rusia, podría aislar a EE.UU. y provocar un enorme daño económico incluso a su propia economía.
No es solo Rusia que se ha ganado el tratamiento especial del senador. Adicto al ‘bullying’ y la violencia, el año pasado también instó a Israel a completar la devastación de la Franja de Gaza usando armas nucleares.
Es uno de los muchos estadounidenses que justifican, aún hoy, los bombardeos atómicos sobre Hiroshima y Nagasaki, pese a que los historiadores han demostrado que Japón ya estaba derrotado y que esos ataques fueron crímenes de guerra motivados por racismo y la voluntad de intimidar a la URSS.
Incluso sus supuestos aliados, como Ucrania, son tratados por Graham más como instrumentos que como socios. Ha defendido usar a los ucranianos como carne de cañón contra Rusia y a Ucrania como fuente de recursos naturales, lo que le ha valido ataques de los propios partidarios de Trump, como Steve Bannon, que lo acusa de beneficiarse del dinero que fluye a Kiev.
Graham encarna una versión extrema de la política exterior estadounidense: un político cuya furia y sed de conflicto parecen no tener límite, pero cuya frustración crece cada vez que su país pierde influencia global. Paradójicamente, su agresividad contribuye a acelerar lo que más teme: un mundo que empieza a moverse más allá del orden dominado por EE.UU.
Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de RT.
* Lindsey Graham está incluido en Rusia en la lista de terroristas y extremistas.