Palestinos liberados denuncian condiciones inhumanas en cárceles israelíes

Munthir Amira, activista político de Cisjordania, perdió 33 kilos durante los tres meses que llevaba retenido en la cárcel de Ofer. Un día fue testigo de un intento de suicidio de otro preso.

Cuatro palestinos liberados de cárceles israelíes han descrito a AP el empeoramiento de las condiciones de detención y los abusos cometidos por el personal penitenciario como frecuentes palizas, hacinamiento y privación de raciones de comida, lo que derivaba en una constante sensación de hambre entre los presos.

El tratamiento de los reclusos empeoró drásticamente desde los ataques de Hamás del 7 de octubre del año pasado, señalaron los cuatro entrevistados por la agencia. Un quinto exprisionero, Muazzaz Abayat, estaba demasiado débil como para poder detallar su experiencia en la cárcel de Naqab, al sur de Israel, donde pasó seis meses hasta ser puesto en libertad en julio. El hombre de 37 años se encuentra en su casa en Belén y apenas puede abandonar su silla de ruedas. Tiene un hijo de dos meses y una hija de cinco años.

«Por la noche tiene alucinaciones y se queda en ‘shock’ parado en medio de la casa, recordando el tormento y el dolor por el que pasó», contó su prima Aya Abayat. Como muchos otros presos, Muazzaz fue puesto en detención administrativa, procedimiento que permite a Israel mantener a los detenidos entre rejas sin cargos formales por tiempo indefinido.

Munthir Amira, activista político de Cisjordania, confesó a AP que había perdido 33 kilos durante los tres meses que pasó en detención administrativa en la cárcel de Ofer, donde los guardias daban palizas a los detenidos como castigo o a menudo sin motivo alguno. Lo retenían junto con 12 presos en una celda equipada con solo seis camas y varias mantas finitas, por lo que se congelaban en invierno. Cuando iban al baño, los esposaban y agachaban, y solo se les permitía salir al exterior por 15 minutos dos veces por semana.

Un día, Amira vio a través de la ventana un intento de suicidio de otro recluso. Cuando se puso a golpear la puerta de su celda junto con los demás en busca de ayuda, soldados israelíes entraron con dos perros grandes, les ataron las manos, los llevaron al pasillo y les dieron una paliza, incluso en los genitales.

Omar Assaf, profesor de árabe jubilado de la ciudad de Ramala, que también estaba recluido en Ofer, contó que los desayunos consistían en 250 gramos de yogur y un tomate o pimiento compartido entre cinco personas. Para el almuerzo y la cena, a cada uno le daban dos tercios de una taza de arroz y un cuenco de sopa que compartía con los demás. «Ni un trozo de carne», recordó.

Por su parte, Mohamed al Salhi, que estaba cumpliendo una condena de 23 años en un centro penitenciario de Jerusalén por formar un grupo armado, recuerda que días después de la masacre de Hamás los guardias despojaron su celda de todo. Con el tiempo, el número de reclusos en la celda pasó de 6 a 14, y los guardias incluso retiraron las cortinas de las duchas comunes, obligándolos a lavarse a la intemperie, relató. Lo pusieron en libertad en junio, cuando cumplió su sentencia.

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