Trabajadores de diversas partes de EE.UU. llegan a Washington para pedir la salida de su país de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
En medio de temperaturas históricas de un verano de incertidumbre sociopolítica, estos ciudadanos llegan de todo el país para rechazar la cumbre anual de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en Washington.
Esta semana, la capital estadounidense recibe a altos representantes del Tratado; no obstante, en las calles, se viven escenas de repudio, condena y malestar. La relación existente entre la sociedad y estos organismos no siempre es la misma de la política de turno.
La protesta que tengo a mis espaldas ante la Casa Blanca coincide con el septuagésimo quinto aniversario de la OTAN; un organismo cuyo legado se compone de crímenes de lesa humanidad, violencia, belicismo, corrupción y aspiraciones hegemónicas e imperialistas.
Así, con 30 miembros europeos y 2 norteamericanos, desde su fundación en 1949, la OTAN se ha constituido en el brazo armado del imperialismo occidental en decadencia; los cancerberos del capitalismo de ultranza y el control geopolítico. En base a diversos acuerdos a puerta cerrada, este tratado, pretende borrar naciones enteras para benecifiar a las élites políticas y económicas anglosajonas, pero también al sionismo y sus perversas extensiones.