Los partidos tradicionales que durante décadas tuvieron el máximo poder enfrentan una fuerte debacle.
Las elecciones de México debilitaron por completo a los partidos tradicionales que durante décadas protagonizaron la vida política del país y que ahora quedaron desplazados por completo por Morena, el Movimiento Regeneración Nacional construido por el presidente Andrés Manuel López Obrador que se consolidó como la fuerza política predominante.
Morena se fortaleció en tiempo récord. Nacido como una organización de apoyo a la segunda campaña presidencial que López Obrador encabezó en 2012, un par de años después se convirtió en su propio partido y comenzó a ganar cargos municipales, estatales y nacionales.
Pasó sólo una década para que el pasado domingo Morena arrasara en las elecciones al ganar la presidencia con su candidata Claudia Sheinbaum; la capital del país, con Clara Brugada; y seis de las ocho gubernaturas que estaban en juego.
También será la fuerza mayoritaria en el Congreso con por lo menos 60 senadurías y 243 diputaciones. Además, el país quedó pintado de guinda, el color morenista, ya que gobernará 24 de los 32 estados.
Los resultados reconfiguran por completo el reparto del poder y profundizan la crisis de los partidos Revolucionario Institucional (PRI), Acción Nacional (PAN) y de la Revolución Democrática (PRD), que perdieron toda identidad al fusionarse en una alianza política oportunista que fracasó con su candidata presidencial Xóchitl Gálvez, quien ni siquiera alcanzó el 30 % de los votos.
La coalición, que para las elecciones de este año se bautizó como Fuerza y Corazón por México, nació en 2021 como Va por México, pero la falta de congruencia ideológica y de propuestas de Gobierno, más allá de su rechazo al presidente López Obrador, la encaminó rumbo a una debacle de la cual les será difícil salir.
Historias
La coalición del PRI, PAN y PRD generóincredulidad, estupor y desconfianzadesde el principio porque no correspondía con sus propias historias.
El PRI fue el partido único emanado de la Revolución mexicana que gobernó durante siete décadas consecutivas en una dudosa democracia marcada por el autoritarismo y la corrupción. Representaba el poder máximo, la organización política que siempre ganaba, que no permitía que creciera oposición alguna. Y que podía albergar distintas vertientes ideológicas, ya fuera más a la izquierda o más a la derecha.
El PAN, nacido en 1939, aglutinó siempre a la derecha y los valores cristianos, luchó por la democratización y se erigió como el principal opositor al PRI.
Ya en 1989 nació el PRD, el partido fundado por los sectores del PRI inconformes por la falta de democracia, entre ellos Cuauhtémoc Cárdenas y un joven López Obrador; y en el que también participaron colectivos tradicionales de la izquierda.
De esta forma, México transitó de a poco del partido único al tripartidismo. Cada fuerza tenía una identidad clara. Y eran opositores entre ellos.
Recién en el año 2000 comenzó la ansiada transición que puso fin a la hegemonía priista y permitió que hubiera dos presidencias consecutivas del PAN: Vicente Fox, de 2000 a 2006; y Felipe Calderón, de 2006 a 2012.
En 2012 regresó el PRI, con Enrique Peña Nieto; y en 2018, al amparo de la coalición Juntos Haremos Historia, encabezada por Morena, López Obrador ganó las presidenciales en su tercer intento.
Para entonces, las fracturas internas ya habían sumido en graves crisis internas al PRI, PAN y PRD. Y se agudizaron con el fracaso de sus candidatos.
‘Frankenstein’
La debacle del PRD se profundizó ante las peleas de las decenas de corrientes que formaban el partido, más los escándalos de corrupción. En 2012, López Obrador abandonó el partido y con él se fueron miles de dirigentes y militantes de base.
Un punto culminante llegó en 2018, cuando el PRD decidió aliarse al PANpara postular a Ricardo Anaya a la presidencia. El pragmatismo era evidente y les costó justificar la unión de los partidos que representaban a la izquierda y a la derecha. No lograron engañar a los electores y su candidato sólo obtuvo el 22 % de los votos.
Desde entonces en México se dispersaron las coaliciones estilo Frankenstein, es decir, retazos de diferentes partidos que nada tenían que ver ideológicamente entre sí y que lo único que buscaban era sostener cargos. La tesis se fortaleció en 2021, cuando al PAN y al PRD se sumó, sorpresivamente, el PRI.
Aun hoy es difícil de explicar que los partidos que durante décadas consolidaron un sistema tripartidista (y que convivían con otras fuerzas marginales) y se enfrentaron en múltiples elecciones, hayan terminado unidos con el único objetivo de oponerse a López Obrador y contrarrestar el acelerado crecimiento de Morena. No lo lograron.
La falta de congruencia les ha sido cobrada en las urnas, ya que ahora el PAN gobernará sólo cuatro estados: Aguascalientes, Chihuahua, Guanajuato y Querétaro; el PRI, dos: Coahuila y Durango; y el PRD, ninguno. En su caso, además, está al borde de perder incluso el registro como partido.
En el Congreso se replica la catástrofe, ya que los tres partidos que en algún momento fueron los más importantes del país, tendrán bancadas mínimas: el PAN, 22 senadores y 74 diputados; el PRI, 17 senadores y 34 diputados; y el PRD, dos senadores y dos diputados.
Así el primer partido que fundó López Obrador después de dejar el PRI, ya está prácticamente extinguido.
Morena, a su vez, también se alió con los partidos del Trabajo (PT) y Verde Ecologista de México (PVEM), que nunca tuvieron altos niveles de representatividad ni la fuerza del PRI, PAN o PRD, pero que igual le sumaron votos.
En el nuevo reparto de poder, destaca Movimiento Ciudadano, que retuvo los gobiernos de Nuevo León y Jalisco y que, con su candidato presidencial, Jorge Álvarez Máynez, logro llegar al 10 % de los votos.
Es destacable, ya que cuando comenzó la campaña apenas si arañaba un dígito en las preferencias electorales. En el Congreso MC tendrá, además, 26 diputados y cinco senadores, lo que lo consolida como una fuerza en crecimiento rumbo a las legislativas de 2027 y las presidenciales de 2030.