El mandatario salvadoreño asume un mandato consecutivo, marcado por la polémica pero ampliamente sustentado en las urnas.
El presidente de El Salvador, Nayib Bukele, asume este sábado su segundo mandato, luego de haber arrasado en las últimas elecciones en un comicio controvertido por una razón: la Constitución del país centroamericano prohíbe la reelección inmediata.
Bukele, el primer «presidente milénial» de América Latina, llegó a la primera magistratura con la promesa de que en cinco años haría de El Salvador «un ejemplo de que un pueblo puede seguir adelante si así lo desea». Por lo visto, el pronóstico quedó corto.
Aunque el país ha avanzado en temas neurálgicos, como la seguridad, lo cierto es que ha sido con cuestionados métodos que reciben las miradas de reojo de los organismos internacionales por la ‘mano dura’ en las calles
Por otro lado, las promesas de instalar una suerte de ‘Silicon Valley’ centroamericano aún está lejos en los hechos, pero sigue intacta en el discurso de Bukele, que ahora redobla la apuesta para otros cinco años con una mano de ases: popularidad, poder mediático, resonancia internacional y una estrategia de comunicación imbatible.
«Un niño enfermo»
En 2019 Bukele hizo su primer pronunciamiento como mandatario con un discurso al uso: prometió erradicar la pobreza, agradeció a sus votantes, dijo que gobernaría para todos y que, con su gestión, El Salvador comenzaría a escribir una «nueva historia». Pero hubo algo distinto.
En casi el último tramo de sus palabras, Bukele hizo una curiosa comparación: «[El país] es como un niño enfermo, nos toca ahora a todos cuidarlo, nos toca ahora a todos tomar un poco de medicina amarga, nos toca ahora a todos sufrir un poco, nos toca ahora a todos asumir un poco de dolor».
Sus palabras fueron sucedidas de los vítores de una multitud que ratificaba el apoyo obtenido en las urnas, ya que una votación histórica de 53 % fue la que llevó a Bukele a la presidencia. Así, simbólicamente, el país se infantilizó para ser «cuidado» por el mandatario.
Los métodos de cuidado han sido, cuando menos, controvertidos. En sus primeros años de Gobierno, Bukele aprovechó su popularidad para granjearse una mayoría parlamentaria en los comicios de 2021, que le permitió avanzar a pasos agigantados en el control de varios poderes, entre ellos, el judicial.
La medida no fue fortuita. Desde los albores de su mandato quedó claro que pretendía tener luz verde para optar a un segundo mandato consecutivo, algo que ningún político había logrado hacer por una prohibición expresa de la Constitución.
En 2021, la sala de lo Constitucional de la Corte Suprema –nombrada de manera opaca por la entonces flamante mayoría de Bukele en la Asamblea Nacional– cambió un criterio de interpretación de la carta magna y le abrió, de par en par, la puerta a una hasta ahora imposible reelección.
Libertad afuera, control dentro
Con ese cabo atado, Bukele abrió aún más el arco de su apuesta política: libertad económica para los inversionistas extranjeros y ‘mano dura’ contra cualquiera que se interpusiera en su camino. Incluso las peligrosas pandillas.
Algunos medios aseguraban que el mandatario había negociado la paz de manera subrepticia con los líderes pandilleros, pero ese supuesto pacto se partió abiertamente en marzo de 2022, cuando las maras perpetraron decenas de asesinatos en pocos días. La reacción de Bukele fue dictar un férreo estado de excepción que, paradójicamente, aún hoy sigue vigente. Lo excepcional se convirtió en regla.
En paralelo al punitivismo contra las pandillas y el cerco a la población civil, que ha visto recortados al menos tres derechos por el estado de excepción, el mandatario se empeñó en vender la imagen de El Salvador como un ‘paraíso’ para inversionistas en criptomonedas, con exenciones de impuestos, playas de ensueño y apetitosos beneficios fiscales, sacando pecho de sus habilidades como publicista de oficio.
Para hacer esa apuesta, se escudó en un escueto decreto que sirvió de golpe de efecto a escala internacional: declaró el bitcóin como la segunda moneda de curso legal en El Salvador, después del dólar, en un país donde las transacciones en criptomonedas eran prácticamente marginales.
A la declaratoria le siguieron promesas cada vez más grandes, como el diseño de la faraónica Bitcóin City, que supuestamente se construiría en la zona del Golfo de Fonseca. La urbe, proyectada en una estrafalaria maqueta de color dorado, iba a ser financiada con unos bonos –que no han sido lanzados a la fecha– y permitiría minar con energía geotérmica del volcán de Conchagua.
Hasta ahora no hay un solo edificio en construcción, pero sí un único habitante: Corbin Keegan, un estadounidense que se mudó a la zona donde se supone que estará la ciudad y erigió una minúscula casa de ladrillos en el terreno de una familia salvadoreña. Las expectativas, no obstante, siguen intactas.
«Bukele tiene una excelente maquinaria de comunicación, de asesores, que son muy buenos para comunicar estratégicamente y eso ha caracterizado a su Gobierno. Él es publicista de oficio, así que sabe cuándo y cómo hacerlo. Él mismo es una extraordinaria máquina de propaganda», apunta Diego Hernández, director editorial de VOCES Diario digital.
Los aciertos del ‘dictador más cool’
Antes de asumir su primer mandato, los salvadoreños decían que lo que más les preocupaba era la seguridad. La violencia en las calles y la supremacía de las pandillas eran dos factores que impulsaban a miles de sus habitantes a salir del país, con destino, casi siempre, a EE.UU.
Bukele, sin duda, cambió esa realidad. El índice de homicidios en el país centroamericano se desplomó drásticamente con la imposición del estado de excepción, datos que el mandatario usa para desestimar las críticas de las organizaciones de derechos humanos por el encarcelamiento de más de 70.000 personas, acusadas de pertenecer a las pandillas sin procedimientos ajustados a ley.
«El Salvador sí es un poco más seguro que antes y, comparado con el 2015, que fue el año más violento después de la posguerra, ahorita las estadísticas oficiales indican que hay una reducción bárbara de los homicidios», admite Hernández.
En el ámbito económico, los resultados tienen varias lecturas. En 2021, como pasó en buena parte del mundo después del parón que representó la pandemia de covid-19, la economía salvadoreña creció 11,2 %. No obstante, en los años siguientes la senda de expansión modesta se mantuvo sin cambios: 2,6 % en 2022; 2,7 % en 2023 y una tímida proyección de 2,7 % al cierre de este año.
Sin embargo, no todo es negativo. En mayo de este año, la agencia calificadora Moody’s Ratings cambió la nota de riesgo soberano de El Salvador como emisor de deuda a largo plazo, que pasó de ‘Caa3’ a ‘Caa1’, pese a los recelos iniciales por la adopción del bitcóin como moneda de curso legal. «Todavía estamos lejos; pero acabamos de subir dos escaleras más«, escribió el mandatario, quien lanzó previamente una oferta de recompra de títulos de deuda externa con vencimientos en 2025 y 2029.
Otro logro innegable es la pulverización de sus adversarios políticos. La popularidad del mandatario, que ha llegado a autodenominarse como el ‘dictador más cool del mundo mundial’, está sustentada por los votos y refrendada con una aplastante victoria en las últimas elecciones, que no deja resquicio para configurar –de momento- un liderazgo opositor que le pueda hacer sombra.
«En realidad, hay figuras que pueden ser muy buenas políticamente, pero no les veo con el apoyo de la mayoría de la población. En ese sentido, no existe un líder o lideresa de la oposición que pueda sacar a Bukele por la vía oficial, que es a través de las elecciones», reafirma Hernández.
Cambios y materias pendientes
Este sábado, Bukele arranca un segundo ciclo. A su asunción acude un cónclave conformado por importantes figuras de las derechas latinoamericanas, como el presidente de Argentina, Javier Milei; el de Ecuador, Daniel Noboa; el de Paraguay, Santiago Peña, y el de Costa Rica, Rodrigo Chaves.
No obstante, el país cambió. Hace cinco años, a los salvadoreños les preocupaba la seguridad y Bukele disipó ese temor. Ahora lo que más les agobia es la economía, una materia pendiente y aún más compleja, que requiere algo más que ‘mano dura’ y gestión mediática. El reto está en ciernes.