Xóchitl Gálvez, la inesperada candidata presidencial que aglutina a la derecha en México

La dirigente es la principal rival de la abanderada oficialista Claudia Sheinbaum.

El 12 de junio de 2023, en uno de los tantos actos mediáticos a los que tenía acostumbrada a la prensa, la senadora Xóchitl Gálvez llegó en bicicleta al Palacio Nacional para exigir que se le dejara entrar a la conferencia de prensa del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador.

Quería ejercer el derecho de réplica que le había otorgado un juez para que pudiera rebatir al mandatario, quien la había acusado de querer eliminar los planes sociales, algo que ella, en realidad, nunca había dicho.

López Obrador se negó a abrirle las puertas de la sede del Gobierno. Y, sin embargo, al mismo tiempo y de manera involuntaria, le abrió de par en par una inesperada candidatura presidencial.

En ese momento, Gálvez aspiraba a postularse para la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México. Pero fue tanta la visibilidad y repercusión mediática que tuvo su pelea con López Obrador, que en tiempo récord desplazó al resto de los candidatos de la oposición.

Casi tres meses después de su fallido intento por entrar a Palacio Nacional, Gálvez fue designada como la candidata de la coalición opositora Fuerza y Corazón por México formada por los partidos Revolucionario Institucional (PRI), Acción Nacional (PAN) y de la Revolución Democrática (PRD).

Desde entonces, encabezó una campaña que jamás logró hacerle sombra a la candidata oficialista Claudia Sheinbaum. De acuerdo con las encuestas, a lo largo de estos meses Gálvez siempre se mantuvo en un lejano segundo lugar, a una distancia de entre 20 y 30 puntos de su rival.

Sin embargo, la empresaria descree de los sondeos, asegura que están manipulados y confía en que, el 2 de junio, demostrará que, quienes vaticinaron su derrota, estaban equivocados.

¿Quién es?

Nacida en 1963 en el estado de Hidalgo, Gálvez proviene de una familia de bajos recursos. Sus padres tienen raíces indígenas y pasó de vender gelatinas en los mercados para poder estudiar, a ser una acaudalada mujer de negocios.

Una vez graduada como ingeniera por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Gálvez, quien suele vestir huipiles, una ropa tradicional de algunos pueblos indígenas, se convirtió en empresaria tecnológica.

Así se mantuvo hasta que, en el año 2000, Vicente Fox, el político de derecha que rompió con la hegemonía de siete décadas de gobiernos del Partido Revolucionario Institucional (PRI), organizó una «caza de talentos» en el ámbito empresarial para formar a su gabinete.

Gálvez fue una de las elegidas. Asumió como titular de la Oficina para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, organismo que, a la larga, se convertiría en el actual Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas.

Mediática

Aún sin ocupar cargos, Gálvez jamás dejó de ser un personaje mediático, ya que la prensa la consultaba de tanto en tanto.

En 2012, la política quedó envuelta en un caso que conmocionó a la opinión pública cuando su hermana, Jacqueline Malinalli Gálvez, fue arrestada luego de que la justicia la imputara como integrante de una banda de secuestradores. Hoy, sigue presa.

Tres años más tarde, la senadora volvió a someterse a las urnas y compitió por la jefatura de la delegación Miguel Hidalgo, uno de los distritos más ricos de la Ciudad de México.

Entonces sí, ganó. Y se convirtió en aliada de Sheinbaum, quien en ese momento era su colega alcaldesa de la delegación Tlalpan. La amistad se quebró en el corto plazo debido a la bifurcación ideológica de sus carreras políticas personales.

En las elecciones de 2018, la empresaria obtuvo una senaduría. Desde su curul, tuvo una activa participación en los debates parlamentarios y, de manera paralela, se transformó en una «denunciadora serial» contra el Gobierno de López Obrador.

En los últimos cinco años, fue una de las políticas más visibles del Congreso. A fines de 2022, por ejemplo, hizo historia al subir al estrado vestida con un disfraz de dinosaurio para protestar contra la reforma electoral que promovía el presidente. «Jurassic plan», decía el letrero que mostraba y que hizo las delicias de la prensa.

Después protagonizó otro momento memorable al encadenarse a la silla de la presidencia del Senado, con el objetivo de evitar que se realizara la sesión que el oficialismo había convocado para aprobar una serie de reformas.

Gálvez es una de las personas favoritas de la prensa, también, porque es garantía de declaraciones escandalosas que incluyen exabruptos.

«Ningún cabrón me puso aquí» y «a mí ningún macho me va a doblar» fueron algunas de sus respuestas cuando el presidente la calificó «títere» y aseguró que «la oligarquía» ya había decidido que ella fuese la candidata presidencial de la oposición.

Polémicas sin fin

La campaña de Gálvez ha estado marcada por los escándalos. Primero se descubrió que varias de sus empresas no estaban incluidas en su declaración patrimonial. Luego se develaron millonarios contratos que había obtenido durante varios gobiernos y se abrieron incógnitas sobre su riqueza.

Además, se granjeó fuertes críticas por difundir ‘spots’ en los que, gracias a la inteligencia artificial, aparecía con la piel más clara; por proponer que los trabajadores pagaran sus propios servicios médicos privados y al asegurar que en el sur del país no estaban acostumbrados a trabajar ocho horas seguidas «porque no es su cultura»; o por advertir que, «si a los 60 años todavía no tienes un patrimonio, eres bien wey [tonto]».

También afirmó que una de sus medidas para reducir la violencia sería cancelar la venta de «micheladas» (una popular bebida que mezcla cerveza, limón y sal) y que, en materia de seguridad, retomaría «experiencias exitosas» del expresidente Felipe Calderón.

Múltiples voces le recordaron que Calderón inició la guerra contra el narcotráfico que sólo exacerbó la violencia y la corrupción, y dejó un saldo de cientos de miles de víctimas y decenas de funcionarios procesados por complicidad con el crimen organizado.

En su papel de candidata, Gálvez intentó emular, sin éxito, las conferencias mañaneras de López Obrador; publicó su biografía autorizada, fue objeto de burlas y memes al caerse de una silla y por mostrar al revés el escudo mexicano durante el primer debate presidencial. Ella también denunció un supuesto espionaje e insistió en la inequidad de la contienda, ya que considera que esta es una elección de Estado en la que ella compite contra Sheinbaum y López Obrador.

Uno de los mayores golpes a su campaña, sin embargo, fue interno.

En abril pasado se viralizó un video en el que su hijo, Juan Pablo Sánchez, agredía con insultos clasistas y en aparente estado de ebriedad a los guardias de un bar en la ciudad de México. El joven tuvo que renunciar al cargo que ocupaba en la campaña.

En las últimas semanas, Gálvez reforzó sus ataques directos a Sheinbaum. La bautizó como «la candidata de las mentiras» y, sin pruebas, vinculó al Gobierno con el narcotráfico en una afán de perjudicar a su rival.

Para el día del tercer y último debate presidencial, y en medio de la presión para que el otro candidato opositor, Jorge Álvarez Máynez, declinara a su favor, Gálvez intentó dar su último golpe de efecto de la campaña al encabezar la llamada «marcha rosa», que supuestamente nació como una movilización civil y que terminó confirmando que solo era un colectivo anti López Obrador.

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