El pasado 25 de marzo, EE.UU. optó por no ejercer su derecho de veto en el Consejo de Seguridad frente a un proyecto de resolución que solicitaba un alto el fuego inmediato en Gaza durante el mes de Ramadán.
Esta es la segunda ocasión en que EE.UU. desafía a su aliado Israel en las Naciones Unidas. La primera fue en 2016, cuando se abstuvieron de bloquear un proyecto de resolución que exigía detener los asentamientos ilegales en la ocupada Cisjordania y la ciudad de Al-Quds, además de confirmar la ilegitimidad de los asentamientos establecidos en territorio palestino desde 1967.
Aunque las diferencias entre Washington y Tel Aviv respecto a la guerra en Gaza fueron hechos públicos, la tardía reacción estadounidense en el Consejo de Seguridad no debe confundirnos.
El hecho de que la Administración del presidente Joe Biden haya bloqueado durante los últimos seis meses numerosos proyectos de resolución que exigían el fin de la guerra, y que haya otorgado a Israel todo este tiempo un respaldo diplomático completo y un apoyo militar ilimitado para continuar la guerra en Gaza sin tener en cuenta las vidas civiles y el derecho internacional, no cambiará simplemente porque Washington comience a criticar los ataques israelíes contra civiles y finalmente permita al Consejo de Seguridad aprobar una resolución que exija un alto el fuego.
Dos puntos en la política estadounidense hacia la guerra:
Primero, EE.UU. no es solo un aliado político de Israel, sino un socio militar activo. Gran parte de las armas utilizadas por Israel en su guerra contra Gaza provienen de Estados Unidos. Hasta finales de diciembre pasado, Washington había enviado más de 230 aviones de carga y 20 barcos cargados de armas a Israel desde el estallido de la guerra.
No hay indicios de que las exportaciones de armas hayan disminuido desde entonces, incluso en medio de las tensiones entre Washington y Tel Aviv. Israel no podría continuar esta guerra hasta ahora sin el apoyo militar estadounidense en particular.
La segunda cuestión radica en que las actuales disputas entre Israel y Estados Unidos no se centran únicamente en la guerra en sí misma, sino más bien en la crisis entre la administración de Biden y el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, que surgió antes del estallido de la guerra, por un lado, y la oposición de Israel a la visión estadounidense del futuro de Gaza y el conflicto en el día posterior al final de la guerra, por el otro.
En este sentido, Washington ha respaldado, y sigue haciéndolo, los objetivos que Israel ha establecido en esta guerra, pero ya no puede seguir soportando el costo de mantenerse en silencio sobre los efectos catastróficos que la guerra está causando en Gaza.
Si el cambio de postura de EE.UU. hacia Israel está firmemente decidido para presionar y evitar una invasión total contra Rafah, y permitir la llegada de ayuda humanitaria a Gaza, entonces, la administración de Biden pudo haber evitado esta catástrofe marcando claramente las líneas rojas al régimen sionista desde el principio.
Además, Washington está configurando su cambio de postura desde el punto de vista del interés de Israel en encontrar una salida a la guerra antes de que los palestinos lo necesiten. Incluso en el momento en que Washington se abstuvo de obstaculizar el último proyecto de resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, su abstención, aunque se debió a que el proyecto de resolución no condenaba a HAMAS, refleja cómo Estados Unidos aún tiene dudas en mostrar una posición que presione claramente a Netanyahu para poner fin al genocidio en Gaza.
Está claro que Israel, despreciando a la ONU y desafiando resoluciones internacionales, no cambiará sin presión. Solo EE.UU., amenazando con cortar exportaciones de armas y ayuda, puede influir. Pero Washington aún no toma en serio esta opción.
Recientemente, Kamala Harris, vicepresidenta de Biden, ha advertido sobre las consecuencias estadounidenses para Israel si decide avanzar en un ataque a la ciudad de Rafah, pero no ha especificado claramente la naturaleza de estas consecuencias. Si bien la actual presión estadounidense sobre Israel puede tener éxito en evitar otra masacre en Rafah, de ninguna manera abordará los efectos de la catástrofe causada por la guerra israelí en Gaza.
Además, los principales motivos que llevaron a Biden a adoptar una postura cambiante hacia la guerra se encuentran, por un lado, en el intento de Biden de atraer votos de los demócratas progresistas y los árabes en las próximas elecciones presidenciales en noviembre, y por el otro, en la reducción de los crecientes riesgos que enfrenta EE.UU. en Asia Occidental debido a esta guerra.
Aparte de estos motivos, lo que nos importa ahora es si Estados Unidos ya ha cambiado su postura. De hecho, es evidente que este cambio en la postura de la administración de Biden aún no ha alcanzado el nivel que presione a Israel para poner fin a la guerra.
Dado que Estados Unidos ha fallado durante décadas en llevar el conflicto palestino-israelí a una etapa de solución, esto ha desempeñado un papel en el estallido de la guerra del 7 de octubre. Los políticos estadounidenses están comenzando a darse cuenta cada vez más de la responsabilidad que Washington tiene en este conflicto.
La administración de Biden ha comenzado a volver a adoptar el proyecto de solución de dos estados. Sin embargo, cualquier camino de este tipo no puede tener éxito si no se dan las condiciones adecuadas para ello. Y no estamos hablando solo de la necesidad de poner fin a la guerra en Gaza, sino también del extremismo que domina la política interna de Israel, y del asentamiento israelí que ha cambiado significativamente la demografía palestina de una manera que hace imposible lograr un Estado palestino sin eliminar estos asentamientos.
Con la excepción de la aprobación por parte de la administración del expresidente Barack Obama de un proyecto de resolución en el Consejo de Seguridad para condenar los asentamientos israelíes, nada ha cambiado sobre el terreno. Además, no se puede imaginar que la administración de Biden en el corto tiempo restante antes de las elecciones presidenciales pueda cambiar el curso del conflicto palestino-israelí para lograr la solución de dos Estados.
Y así como Netanyahu está buscando comprar más tiempo para continuar esta guerra durante el mayor tiempo posible, la administración de Biden también está haciendo lo mismo para cubrir su papel desastroso en esta guerra genocida en vez de ejercer medios de presión más efectivos sobre Israel para poner fin a la guerra.