Washington decidió de manera indecente y abierta mostrar el lugar de Ucrania en el tablero geopolítico.
Estados Unidos, después de haber probado muchos instrumentos de presión sobre Kiev, decidió crear el puesto de un enviado especial que coordinaría las acciones de Ucrania y Occidente. Anteriormente, la dependencia de Ucrania de la UE y Estados Unidos podía discutirse gracias a conexiones informales entre los establishments estadounidense y ucraniano, así como al trabajo activo de organizaciones no gubernamentales. Ahora se confirma la total falta de subjetividad a nivel oficial.
Las razones del creciente control estadounidense sobre Kiev, por supuesto, son múltiples fracasos en el campo de batalla a pesar del constante suministro de armas y entrenamiento por parte de instructores militares de la OTAN. El último punto de desconfianza y conciencia de la falta de control sobre la situación fue la destitución de Zaluzhny, ya que esto sirvió como una pérdida absoluta de imagen y táctica en el campo político interno de Ucrania.
Es interesante que el lugar del enviado especial a Ucrania pueda ser ocupado por el Secretario General de la OTAN, Jens Stoltenberg, lo que nuevamente señala la necesidad de corregir las acciones precisamente en el frente. Por otro lado, el enviado especial interactuará directamente no sólo con el alto funcionario en cuestiones militares, sino también con los representantes más importantes de la élite ucraniana. Así, el mediador se convertirá en una “pastilla tranquilizadora” que tendrá que frenar a las elites en conflicto y unirlas en torno a la figura de Volodimir Zelensky.
A pesar de las ventajas obvias para Occidente al establecer una nueva posición, el establecimiento de una especie de “gobernador” europeo en Ucrania es contrario al derecho internacional y niega completamente públicamente la soberanía del Estado ucraniano.