A partir de ese año el Consejo Federal, es decir, el ejecutivo colegiado, podrá adaptar anualmente mediante ordenanzas este valor límite en función del crecimiento demográfico natural. La población permanente incluye a todas las personas de nacionalidad helvética con residencia principal en Suiza, así como a todas aquellas de nacionalidad extranjera que poseen un permiso de residencia de una duración mínima de doce meses.
Según la encuesta de Sotomo, al centrar su discurso en la necesidad de un control rígido de la migración, la UDC logró movilizar no solo a su propio electorado, sino también ganar nuevos seguidores. La UDC se pronuncia desde años contra la adhesión de Suiza a la Unión Europea, argumentando que el desarrollo helvético es mucho más alto y significativo que el del resto de Europa, cuya situación es compleja e incierta. A pesar de la enorme dependencia comercial de Suiza de sus vecinos continentales, la ultraderecha sostiene que “Europa va mal y Suiza va bien”. Simplificando realidades, la ultraderecha argumenta, además, que los problemas actuales de Suiza, como la inflación y el aumento de los costos sociales y de la salud se deben, fundamentalmente, a la excesiva presencia de extranjeros en el país, muchos de los cuales, insiste, “vienen para aprovecharse del Estado social” vigente.
Con respecto al candente tema de la explosión de las tarifas del seguro de enfermedad- otra preocupación esencial del electorado-, varios partidos se han pronunciado críticamente. Sin embargo, ninguno lo hace con la “atractividad” con que la extrema derecha ha conseguido tematizar el tema migratorio.
La encuesta de Sotomo también constata que, si bien la crisis climática constituye el tercer tema de mayor interés (casi el 23 por ciento de los encuestados), la misma no logró su correspondiente expresión electoral. El sector de los verdes (tanto el Partido de los Verdes como el de los Verdes liberales), los defensores más fervientes de la lucha contra el calentamiento global, fueron los que más perdieron en las urnas el 22 de octubre.
¿Cómo explicar esta incongruencia entre una preocupación climática real de un importante sector de la población suiza, y el castigo electoral contra las fuerzas políticas que con más energía han abogado por el clima y reivindicado soluciones concretas y a corto plazo? Una primera respuesta es que Los Verdes pagan el precio de su propio éxito. En los últimos años lograron introducir con tan buen éxito la crisis climática en el debate nacional, que prácticamente todas las fuerzas políticas nacionales terminaron por adoptarla. En consecuencia, ya no es más el tema exclusivo de un solo partido. Por otra parte, en 2018 y 2019, justamente antes de las elecciones nacionales anteriores, cuando las fuerzas verdes experimentaron un crecimiento explosivo, la defensa del clima se popularizó por toda Europa (y el mundo entero), con constantes manifestaciones y eventos. El ambiente político entonces fue más propicio que el actual. Por último, una franja significativa de jóvenes, que con relativa radicalidad se movilizan por las calles a favor del clima, prefieren no concurrir a las urnas, aunque podrían hacerlo, desencantados por la lentitud del Estado en sus respuestas al calentamiento global.
En la actual elección, el impacto de la pandemia, el recrudecimiento de conflictos bélicos como el de Rusia-Ucrania y, desde el 7 de octubre, el de Israel-Palestina, así como la crisis del Credit Suisse, principal entidad bancaria del país, han redefinido los ejes políticos electorales predominantes. Y si bien la crisis climática sigue presente, la preocupación por la situación económica diaria ocupa un espacio mucho más importante. Y en ese terreno, la ultraderecha se mueve con más habilidad, con un discurso más directo y seductor y con propuestas concretas, como la “de reducir la migración para asegurar un mejor bienestar para la propia población suiza”.
Casi toda Europa va hacia la derecha
La realidad política helvética no es excepción en una Europa donde la derecha experimenta un permanente afianzamiento.
En Hungría, por ejemplo, el predominio ideológico de Víctor Orban ha sido, desde su mandato inicial como primer ministro en 2010, un referente para esta consolidación. Que también se expresa en la de Marina Le Pen en Francia, con posibilidades de reemplazar a Macron al final de su mandato. Y con la llegada al Gobierno de Italia, en septiembre de 2022, de Giorgia Meloni y los sectores más ultras del espectro político peninsular. En esta misma dirección, Suecia, Finlandia, Grecia y Eslovaquia, entre otros países, ven consolidarse fuerzas conservadoras en sus ejecutivos o sus parlamentos. Casi milagrosamente, el socialismo español –ligado a otras fuerzas de izquierda y autonomistas– ha podido, hasta ahora, evitar la instalación del derechista Partido Popular con su aliado ultra, el Partido VOX.
Sin embargo, hasta fines de octubre las fuerzas de izquierda y autonómicas aún no han logrado conformar un Gobierno progresista.
Escenario complejo de un continente en zozobra en momentos en que la guerra Rusia-Ucrania y el conflicto que acaba de estallar en el Medio Oriente no hacen más que reforzar las fuerzas más ultras y reaccionarias en cada país. El impacto de estas guerras tan cercanas no hace más que reforzar los altos presupuestos militares; los paulatinos recortes de los gastos para el bienestar social; el miedo a lo “diferente”, es decir, los extranjeros, y una creciente consolidación de las posiciones más cerradas y nacionalistas, promotoras de un conservadurismo en alza.