Montevideo (Prensa Latina) En diciembre de 1939, el acorazado nazi Graf Spee fue hundido por su capitán, Hans Langdorff, frente a la costa de Montevideo, luego de protagonizar una de las primeras batallas navales de la Segunda Guerra Mundial frente a tres buques de guerra británicos.
Los restos del Graf Spee permanecieron hundidos 67 años, incluida su insignia: un águila de bronce con una cruz esvástica entre sus garras de dos metros de largo y 400 kilogramos de peso.
El destino de ese símbolo del fascismo fue y es objeto de polémicas, la última provocada por una propuesta del presidente Luis Lacalle Pou de convertir el águila en paloma.
Pero esa iniciativa fue rechazada de tal forma que el mandatario tuvo que dar marcha atrás.
Se trata de la saga del acorazado nazi que campeó por las aguas del estuario de La Plata, cuya tripulación dejó descendencia en ambas costas rioplatenses sin poder imaginar que décadas después aquella historia volvería a resonar en Uruguay.
LA HISTORIA DEL GRAF SPEE
El Admiral Graf Spee fue botado el 30 de junio de 1934, con Adolf Hitler en el poder y cuando regía la veda armamentista para la Alemania derrotada en 1918, restricción por la cual sus barcos no podían sobrepasar las 10 mil toneladas.
Los ingenieros navales germanos innovaron en el diseño con la clase Deutschland, cuyos buques eran reconocidos como “acorazados de bolsillo”.
El Spee entró a la flota en 1936 y dos años después Hans Langsdorff ocupó al mando con las barras de capitán, que ganó en tareas de apoyo a la dictadura franquista en España.
En agosto de 1939, zarpó con rumbo al Atlántico Sur con 44 oficiales y mil 50 marinos. Llevaba la misión de hundir los barcos comerciales enemigos si estallaban las hostilidades que el Tercer Reich no demoró mucho en iniciar.
El 1 de septiembre de 1939 Alemania invadió Polonia. Reino Unido y Francia declararon la guerra a Hitler y el Graf Spee tenía luz verde para atacar. En pocas semanas nueve buques mercantes británicos fueron al fondo del mar, entre ellos el Doric Star y el Tairoa que consiguieron transmitir su posición por radio antes de sumergirse. La Armada británica comenzó entonces la cacería.
Langsdorff ya sabía que entre las Islas Malvinas, la costa atlántica desde el Río de la Plata hasta Río de Janeiro y Sudáfrica, había al menos 15 buques de guerra de la corona británica. Entre ellos, los tres navíos a los que se enfrentaría en la entrada al río más ancho del mundo: los cruceros Ajax, Aquiles y el Exeter.
La batalla del Río de la Plata resultó de las más célebres durante la Segunda Guerra Mundial. El Ajayax y el Exeter recibieron fuertes impactos de los cañones alemanes, que causaron 72 bajas al destacamento británico.
Pero el acorazado germano perdió 36 tripulantes y otros 60 resultaron heridos. Su capitán decidió entrar al puerto de Montevideo, capital de Uruguay, país que se declaraba neutral en la contienda.
La suerte del Spee estuvo muy ligada desde entonces a la activa intervención del embajador británico, Eugen Millintong-Drake. Bajo presión británica el gobierno del presidente Alfredo Baldomir dio ultimátum de 72 horas al buque alemán, cuyos fallecidos en la batalla naval recibieron sepultura en el cementerio Norte de esta capital.
Sin más opciones, el capitán Langsdorff decidió levantar ancla con destino al puerto de Buenos Aires, a sabiendas de que la flota británica le esperaba en el camino. Para ello ya estaba en el estuario el buque Cumberland, y muy cerca el acorazado Renown y el portaaviones Ark Royal mientras a toda máquina se aproximaba el Dunster Grange.
Pero el alemán tenía una carta bajo la manga. A mitad del río Langsdorff y su tripulación abordaron el carguero alemán Tacoma, que puso proa a la capital argentina. Poco después el Graf Spee explotó y la detonación pudo ser vista desde Montevideo.
El 20 de diciembre de 1939, Hans Langsdorff se suicidó con un disparo en la cabeza en su habitación de un cuartel de la Armada Argentina. Murió sobre la última bandera que ondeara en el Graf Spee.
En Argentina y Uruguay vivieron y tuvieron descendencia tripulantes de aquel buque, cuya insignia, el águila con la esvástica en sus garras, fue rescatada en 2006 por un equipo liderado por el buzo Héctor Bado y los empresario Alfredo y Felipe Etchegaray, quienes reclaman al Estado uruguayo los derechos de venta de ese y otros restos del acorazado.
LA PALOMA QUE NO FUE
En el centro del conflicto está el águila como símbolo nazi y la preocupación de que caiga en manos de admiradores del Tercer Reich para su culto. Alemania está de acuerdo en que la escultura vaya a un museo, pero el presidente Luis Lacalle Pou fue más allá.
El gobernante anunció su decisión de fundir la histórica pieza y convertirla en una paloma cual mensaje de paz. Lo reveló junto al escultor uruguayo Pablo Archugarry, quien decidió concretar la iniciativa de forma honoraria.
«Hace tres años se nos ocurrió que ese símbolo de violencia podría sufrir una transformación virtuosa de símbolo de unión y paz como es una paloma», dijo entonces Lacalle Pou.
El gobernante hizo la propuesta un día después de ausentarse de la ceremonia en la que el Estado uruguayo reconocía su responsabilidad en la ejecución de crímenes de lesa humanidad, como fue el asesinato de las llamadas Muchachas de Abril, acribilladas por la dictadura.
También cuando en la capital y la zona metropolitana miles de ciudadanos carecían de acceso a agua potable.
Las reacciones a la iniciativa del jefe de Estado no se hicieron esperar.
“En lo peor de la crisis del agua y al otro día de su bochornosa ausencia en el acto de reconocimiento a víctimas del terrorismo de Estado, Luis Lacalle Pou nos pone a hablar del águila del Graf Spee”, escribió en su cuenta de Twitter el representante del Frente Amplio. Pablo Ferreri.
Entre la improvisación y el humo. Con el águila y la paloma nos distraemos de los temas importantes”, añadió el exsubsecretario de Economía y actual coordinador de la Comisión de Inversiones de la Intendencia de Montevideo.
Pero más allá de las derivaciones políticas, el historiador Alejandro Giménez resumió la opinión de muchos sobre el tema.
«Hay íconos, que a pesar de que nos duelan, es bueno que se mantengan para que las futuras generaciones se vean motivadas. La ideología nazi está prohibida, pero hay elementos que a veces pueden aparecer. Más que censurarlos, hay que mostrarlos para poder hablar de ellos», dijo.
Para Giménez «la historia siempre debe ser preservada y mostrada» para poder contarle a las nuevas generaciones por qué ocurrieron los hechos e invitar a la reflexión”.
La idea de Lacalle Pou no sobrevivió las 72 horas. “Creo que hay una abrumadora mayoría que no comparte esta decisión y, si uno quiere generar paz lo primero que tiene que hacer es generar unión, claramente esto no lo ha generado», reconoció.
Sin embargo, el entuerto no ha terminado. Queda por decidir qué hacer con esa escultura histórica que el avatar trajo a Uruguay. Por lo pronto el águila del Graf Spee regresó a un galpón de la Armada, donde permanecerá tapada, incluso para los ojos de los historiadores.