La estabilidad nunca llegó a Iraq, pese a que dos décadas atrás la invasión liderada por Estados Unidos a esa nación árabe prometió libertad, democracia y prosperidad.
Los depósitos de armas de destrucción masiva que jamás aparecieron sirvieron de pretexto para, el 20 de marzo de 2003, comenzar a barrer no solo el gobierno que molestaba a Occidente sino también acabar con siglos de historia.
“Estas son etapas iniciales de lo que será una campaña amplia y concertada”, dijo el entonces presidente estadounidense George W. Bush (2001-2009) cuando anunció que las fuerzas del Pentágono iniciaban la controvertida Operación Libertad Iraquí.
Dos días después del inicio de la invasión, el sociólogo estadounidense James Petras dijo que “los europeos y los inspectores de la ONU facilitaron la conquista de los hombres de Washington”.
Todos los miembros del Consejo de Seguridad -opinó- estuvieron de acuerdo en que las armas defensivas de Iraq constituían la principal amenaza a la paz mundial.
Pero no analizaron “la masiva y continua acumulación norteamericana de armas de destrucción masiva en Medio Oriente, sus declaraciones de intenciones de destrozar Iraq, y su apoyo a la masacre de palestinos por parte de Israel”, acotó.
Los primeros bombardeos a Bagdad abrieron el camino a la invasión ilegal de un país al que -según los principios de la ONU- le violaron su soberanía y donde las tropas del Pentágono cometieron crímenes de guerra y abusos de los derechos humanos, de acuerdo con opiniones de analistas.
Basta recordar los excesos cometidos en la tristemente célebre prisión iraquí de Abu Ghraib, hoyo de tortura.
Para los halcones de la guerra, Iraq ya era un trofeo. «Pónganlo como quieran, pero hemos destruido a Sadam Husein (1979-2003)», declaró a los periodistas Donald Rumsfeld.
El 9 de abril cayó el gobierno de Bagdad y al mismo tiempo, simbólicamente, la estatua de Sadam Husein en la plaza Firdos.
Al mes siguiente, vestido de piloto y desde un portaaviones, Bush declaró la ¿victoria en Iraq?, pero nada más lejos de la realidad porque entre 2003 y 2011 transcurrieron ocho años de un complejo conflicto que no alcanzó sus objetivos y dejó cientos de miles de muertos.
A juicio de expertos la guerra derivó en la creación de grupos terroristas como el autodenominado Estado Islámico y aunque técnicamente terminó, en materia de conflicto interno sigue activa y son continuos los ataques entre distintas facciones.
PREGUNTA SIN RESPUESTA
Para no pocos analistas, politólogos, historiadores e incluso funcionarios que ayudaron a desatar la guerra, hay una persistente pregunta sobre Iraq dos décadas después: ¿Por qué invadió Estados Unidos?, señaló el diario The New York Times.
Un reportaje del influyente diario afirmó que no se trata del coste de la guerra en muertes de militares estadounidenses (unas cuatro mil 600) o vidas iraquíes (las estimaciones suelen situarse en torno a las 300 mil o más víctimas fatales directas por los combates), ni el coste financiero para Washington (815 mil millones de dólares).
Ni siquiera se trata de las consecuencias de la guerra, entre las que se incluyen, como mínimo, sumir a Iraq en una contienda civil, dar lugar a una nueva generación de extremistas y, durante un tiempo, escarmentar con el intervencionismo estadounidense, apuntó el rotativo.
¿Fue realmente, como afirmó el gobierno de George W. Bush, para neutralizar un arsenal iraquí activo de armas de destrucción masiva que resultó no existir? ¿O por las sospechas de que Sadam Husein, el líder iraquí, había participado en los atentados del 11 de septiembre de 2001, que también resultaron ser falsas?
¿Era para liberar a los iraquíes del régimen de Husein y llevar la democracia a Medio Oriente, como más tarde aseguraría la administración?
¿Por el petróleo? ¿Información errónea? ¿Ganancia geopolítica? ¿Simple exceso de confianza? ¿Deseo popular de una guerra, cualquiera, para recuperar el orgullo nacional?
«Me iré a la tumba sin saberlo. No puedo responder», confesó en 2004 Richard Haass, alto funcionario del Departamento de Estado en el momento de la invasión, cuando le cuestionaron por qué había sucedido y puede que el mundo nunca obtenga una respuesta definitiva, concluyó el Times.
HERIDAS VISIBLES
Pasados cuatro lustros de la invasión las heridas son visibles. The New York Times publicó testimonios de iraquíes residentes en zonas aledañas a las bases militares estadounidenses, donde fueron expuestos al humo tóxico de los “pozos de quema”.
Esos crematorios se utilizaban para deshacerse de residuos, neumáticos, pintura y otros solventes orgánicos volátiles, baterías, artefactos explosivos sin detonar, productos derivados del petróleo, plásticos y desechos médicos, incluidos restos del cuerpo humano.
Si bien las columnas de partículas y humo contaminado provenientes de los pozos de combustión afectaron a unos 3,5 millones de miembros de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos en las últimas dos décadas, hay una cantidad no incluida en las estadísticas de iraquíes que enfermaron, sobre todo de cáncer.
El presidente Joe Biden firmó en agosto de 2022 un proyecto de ley para ampliar los beneficios de atención médica y discapacidad de esos miembros retirados del servicio militar que sufrieron problemas de salud por la exposición a los gases tóxicos de los mencionados pozos.
“Nuestros soldados estuvieron expuestos al humo tóxico que se esparcía por el aire y entraba en sus pulmones (…) muchas de las personas más aptas y mejor entrenadas que enviamos a la guerra (…) sufrieron dolores de cabeza, entumecimientos, mareos, cáncer. Mi hijo Beau fue una de ellas”, expresó.
El mandatario consideró que las quemas de residuos tóxicos quizás contribuyeron al fallecimiento en 2015 de su hijo, quien fue diagnosticado con un cáncer cerebral tras servir en Iraq.
Un artículo del servicio de noticias Democracy Now comentó que esos problemas de salud pudieron evitarse de haber seguido los protocolos correctos.
Las Fuerzas Armadas de Estados Unidos solían utilizar combustible de avión o diésel para quemar todo tipo de desperdicios, lo cual genera mucha más contaminación que las incineradoras de alta temperatura, pero ello habría costado más dinero.
La eliminación de residuos estuvo a cargo de la empresa contratista Kellogg, Brown & Root, o KBR, una subsidiaria de Halliburton, cuyo director ejecutivo entre 1995-2000 fue Dick Cheney, quien un año después se convirtió en vicepresidente de Estados Unidos y fue artífice de las invasiones y ocupaciones de Iraq y Afganistán, recordó el material periodístico.
Por ejemplo, la compañía KBR recibió contratos sin licitación para ocuparse de una gran variedad de temas logísticos relacionados con las guerras, incluida la eliminación de desechos y para maximizar ganancias optó por el uso de pozos de quema contaminantes y de bajo costo.
Democracy Now alertó que la denominada Ley PACT promulgada por Biden aliviará en parte a las víctimas estadounidenses, pero ¿y los iraquíes y afganos?
TESORO PERDIDO
La historia de Iraq se remonta a la antigua Mesopotamia. La región entre los ríos Tigris y Éufrates se identifica como la “cuna de la civilización” y el lugar del nacimiento de la escritura.
Sin embargo, el país perdió gran parte de su rico patrimonio cultural con la invasión. A partir de ese momento las imágenes de museos, bibliotecas y sitios arqueológicos reducidos a cenizas y vandalizados dieron la medida de que una de las mayores víctimas fue la memoria.
Los especialistas consideran que, tras la toma de Bagdad, la cantidad de artefactos invaluables, muchos de ellos de esa etapa, desaparecieron, los destruyeron o se desconoce el paradero.
En 2021, Estados Unidos devolvió a Iraq 17 mil objetos arqueológicos de unos cuatro mil años pertenecientes al período sumerio. Antes, en 2018, el gobierno británico adoptó similar decisión con artefactos antiguos saqueados y robados luego de la invasión.