Como una gran victoria. Así venden los medios europeos el corte que han hecho sus líderes de la compra de hidrocarburos a Rusia. Festejan con grandes titulares que Rusia «ya ha perdido el 90% de su mercado en Europa antes de las sanciones», según el periódico El economista. Pero, ¿realmente es algo para celebrar?
El autoengaño complaciente
Los medios europeos se vanaglorian de que sus Gobiernos hayan cortado todo vínculo con los suministros más seguros, más fiables, más fáciles y más baratos que pudieran tener, y que llevaban en volandas, no sólo a las industrias europeas, sobre todo a las alemanas, y al calor económico que llegaba a los hogares de los ciudadanos.
Según las cuentas que echa El economista, «Rusia envió solo 95.000 barriles por día a Róterdam, el único destino europeo restante para envíos marítimos fuera de la cuenca del Mediterráneo/Mar Negro, en las cuatro semanas hasta el 18 de noviembre. Eso es menos que los más de 1,2 millones de barriles por día enviados a los puertos de la región. todos los días a principios de febrero. Estados como Lituania, Francia y Alemania detuvieron dichas importaciones hace varios meses, mientras que Polonia hizo lo mismo en septiembre».
Entonces, el medio español desata catártica su alegría en tres líneas: «A solo dos semanas de que entren en vigor las sanciones de la Unión Europea, Rusia ya ha perdido más del 90% de su mercado en los países del norte del bloque, que anteriormente eran el pilar de los envíos desde las terminales del Báltico y el Ártico.
En este sentido, el presidente de la Consultora Ekai Center, Adrián Zelaia, lanza una advertencia. «Estamos viendo en la práctica cómo los países europeos, a pesar de lo que dicen en los medios de comunicación, prácticamente todos ellos están adoptando medidas indirectas para hacerse con hidrocarburos rusos en general, con petróleo ruso también, de forma indirecta, formalmente cumpliendo las sanciones, pero en la práctica esquivándolas, comprando a través de terceros países. Con lo cual se está viendo en la práctica que ellos mismos, aunque digan otra cosa, están aterrorizados por las consecuencias de lo que están haciendo».
«Desde una perspectiva de corto plazo está claro que esto está suponiendo algo muy difícil de digerir por parte de la economía y la sociedad europea», concluye Adrián Zelaia.