BUENOS AIRES — Argentina tiene tres centrales atómicas que emiten radiactividad en funcionamiento. Así lo asevera el Movimiento Antinuclear de la República Argentina (Mara), integrado por diversas ONG y agrupaciones, en base a información que brinda la empresa operadora de las plantas, Nucleoeléctrica.
Esta compañía estatal informó en julio de 2019 que debía sacar del servicio a la central Atucha II «para realizar la reparación de una soldadura de una cañería de venteo de 25 milímetros de diámetro, en la que se generó una micropérdida de agua pesada». Según sostuvo, el agua pesada no entró en contacto con el exterior, por lo que no hubo contaminación.
«El comunicado de Nucleoeléctrica se basa en los límites de descarga, de concentración de radionucleidos [isótopos radiactivos] en el agua, y consideran que si algo está por debajo de ese límite, pueden decir que no contaminan», refiere el periodista ambiental Cristian Basualdo, miembro de Mara, durante una entrevista con la Agencia Sputnik.
«Nosotros decimos que esos límites son verdades útiles para la industria nuclear, no verdades absolutas, y que los límites van cambiando, según el grado de contaminacion que una sociedad está dispuesta a tolerar», agregó.
La unidad para medir la radiactividad es el bequerelio (Bq), que corresponde con una desintegración radiactiva por segundo. Para medir los niveles de tritio, el isótopo radiactivo del hidrógeno, Argentina toma el valor que da la Organización Mundial de la Salud (OMS), de 10.000 Bq por litro para el agua potable.
«Con cualquier valor por debajo, Nucleoeléctrica considera que está bien y que no contamina», explica el integrante del Movimiento Antinuclear. «La Unión Europea [UE] tiene un valor paramétrico de 100 Bq por litro, y cuando se supera ese umbral, se debe investigar el origen de esa descarga de titrio a la bioesfera».
Límites según quién
En 2019 se descubrió que el Río Loira, que atraviesa el centro de Francia y es el más largo del país, llevaba en sus aguas 310 Bq por litro. La noticia llegó a los titulares de los medios de comunicación y la Autoridad de Seguridad Nuclear del país tuvo que salir a dar explicaciones.
La central nuclear de Fukushima Daichii, en el noreste de Japón, tiene almacenadas en un millar de tanques 1,25 millones de toneladas de agua radiactiva que se emplearon para refrigerar los reactores dañados tras el terremoto y el tsunami que devastaron la planta en 2011. En abril de 2021, el Gobierno nipón anunció su intención de descargar el agua al Océano Pacífico, siempre que la radiactividad no supere el límite de 1.500 Bq por litro.
En octubre de 2018, la central nuclear de Embalse, en la provincia argentina de Córdoba (centro), descargó tritio con una radiactividad de 23.456 Bq por litro, según documentación de la propia empresa a la que accedió Mara.
«Los límites son una herramienta de la industria nuclear», afirma Basualdo al remontar el origen de estos parámetros al Proyecto Manhattan, llevado adelante por EEUU durante la II Guerra Mundial con el objetivo de producir las primeras armas nucleares. «Los límites son poderosos elementos de comunicación. Cuando hay un accidente en una central nuclear, siempre salen a decir que está por debajo de los límites permitidos. Entonces el público no se pregunta quién fijó los límites, y solo lo acepta».
Secretismo
En estos momentos, las tres centrales nucleares que tiene Argentina están paralizadas. Atucha I, que comenzó a operar en 1974 en la provincia de Buenos Aires (este) y es la más antigua, se encuentra en tareas de mantenimiento con el propósito de extender su vida útil.
Atucha II, operativa desde 2014 en territorio bonaerense, «es la joya del renacimento del plan nuclear de Argentina, pero está en una situación peor desde que fuera detenida por unas supuestas vibraciones en la turbina y luego por un desperfecto en el reactor, sin que se informaran de más detalles», puntualiza Basualdo.
La planta de Embalse, la segunda más relevante del país por detrás de Atucha II, también se encuentra parada desde el 1 de octubre por trabajos de mantenimiento que van retrasados, debido a reclamos salariales.
Las razones que movilizaron al activismo antinuclear en la década del 70 conservan su vigencia en la actualidad, alega Mara. Estos motivos son: el riesgo de un accidente nuclear catastrófico; la descarga de radionucleidos con el funcionamiento normal de las plantas y la generación de residuos radiactivos de alta actividad.
Sobre este último punto, Basualdo afirma que es un problema ético intergeneracional. «Les estamos dejando a las futuras generaciones el deber o la necesidad de custodiar esos residuos», advierte.
Un acuerdo entre el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) y la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 1959, denominado WHA12-40, habilitó al primer organismo a estimular el desarrollo de la energía atómica, y además comprometía a las dos instituciones a imponer «ciertas limitaciones con objeto de proteger el carácter confidencial de las informaciones reservadas».
«Desde esa fecha, el OIEA se considera guardián de la información sobre los efectos de las radiaciones en la salud pública», afirmó la científica estadounidense Rosalie Bertell (1929-2012), quien como presidenta del Instituto Internacional de Salud Pública de Toronto, advirtió que las generaciones futuras van a tener que reempaquetar los residuos nucleares si no quieren que se dispersen en la biosfera.