Aupado por un bloque derechista y ultraortodoxo, el ex primer ministro Benjamin Netanyahu regresó al poder tras ganar las elecciones en Israel, un país profundamente dividido en torno a su figura.
Aunque todas las encuestas pronosticaban una cerrada lucha, logró una holgada mayoría (aunque aún no terminó el conteo de votos) de 65 de los 120 escaños en el Parlamento, debido al sistema electoral israelí, que penaliza a los partidos que no alcanzan un mínimo requerido de 3,25 por ciento de respaldo.
Esa situación afectó a las formaciones Meretz (izquierda) y Balad (árabe), que no entraron en el legislativo, lo cual le hubiera otorgado a cada una cuatro asientos de forma automática.
Esto le permitió a la alianza ultraderechista de Netanyahu obtener más escaños, cuando apenas sacó unos dos mil 500 votos de ventaja sobre la coalición rival (con el 89,9 por ciento de las papeletas escrutadas), destacó el portal noticioso Walla.
La razón de la brecha es el sistema electoral y el gran esfuerzo que Netanyahu invirtió en organizar y unificar su bloque en comparación con el desorden en el campo del primer ministro interino Yair Lapid, quien no logró hacer conexiones para maximizar los votos, subrayó el medio.
Los tres juicios que enfrenta Netanyahu por soborno, fraude y abuso de confianza no impidieron que los votantes de derecha y conservadores respaldaran en masa a su partido, el Likud, o a sus socios de coalición Sionismo Religioso, Shas y Judaísmo Unido de la Torah.
Precisamente, la campaña electoral estuvo marcada por la postura hacia el político de 73 años, con dos bloques claramente diferenciados a favor o en contra de quien gobernó el país durante 15 años, 12 de ellos de forma ininterrumpida.
Ni el tema palestino, la economía, la seguridad o el programa nuclear iraní lograron desplazar de la agenda electoral la polarización social causada por Netanyahu, cuyas acciones provocaron una grave crisis política en el país, evidenciada en cinco comicios desde abril de 2019.
Adorado por los sectores más reaccionarios y rechazado por la izquierda, liberales y árabes, Bibi o el rey Bibi, como se le conoce, es un halcón por sus posturas de fuerza contra los palestinos y un partidario de un Estado judío en detrimento de la minoría árabe.
Durante su largo mandato fue un firme defensor de la ampliación de las colonias judías en Cisjordania y Jerusalén Este.
Tras meses de incertidumbre, ocho partidos de disímiles tendencias ideológicas sorprendieron en junio de 2020 a expertos y a la opinión pública al acordar un pacto de mínimos para formar gobierno y desplazarlo del poder.
Sin embargo, las profundas diferencias en temas como los presupuestos, educación, economía o la solución del conflicto con los palestinos desgastaron a la coalición, que quedó en minoría parlamentaria tras la salida de varios de sus miembros, lo cual la obligó a convocar nuevas elecciones.
Aunque luchó hasta el final, la alianza encabezada por Lapid no logró alcanzar su meta: impedir el regreso de Bibi.
Hay Futuro, la agrupación de Lapid, fue la segunda más votada en los comicios, aunque ello no compensa el varapalo electoral.
Los comicios de este martes resultaron una debacle para los minoritarios partidos árabes, de izquierda y centro, estos dos últimos representados por el Meretz y el laborismo, respectivamente.
Por el contrario, confirmaron el auge de la extrema derecha, encarnada en la formación Sionismo Religioso, que encabezan los diputados Bezalel Smotrich e Itamar Ben Gvir, quienes tienen un discurso marcadamente antiárabe y xenófobo.
Diversos medios de prensa alertaron en los últimos días sobre el peligro que representa incluir a Smotrich o a Ben Gvir en un futuro gabinete por sus posturas racistas.
Diversos medios de prensa alertaron en los últimos días sobre el peligro que representa incluir a Smotrich o a Ben Gvir en un futuro gabinete por sus posturas racistas.
Este último reclamó en los últimos días el cargo de ministro de Seguridad Pública si ganaba Netanyahu, quien ante la necesidad de votos se mostró dispuesto a sumarlo a su equipo de trabajo.