Estatuas de Bill Clinton, calles con el nombre de George Bush, ingresos per cápita miserables y grupos del crimen organizado que trafican armas, personas y órganos son algunos de los sellos más negativos de Kosovo, el país autogobernado donde la OTAN mantiene sus bases militares muy cerca de Serbia y, por supuesto, de Rusia.
El 24 de marzo de 1999, las fuerzas armadas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) bombardearon la hoy extinta Yugoslavia con el fin de evitar que las autoridades serbias —el pueblo dominante de la convulsa región yugoslava— cometieran un genocidio en contra de la comunidad albanesa y musulmana de Kosovo. Lo que siguió fue una cruenta guerra que dejó miles de civiles muertos y un territorio idóneo para que Occidente, específicamente Estados Unidos, se instalara en suelo kosovar para desplegar sus intereses estratégicos en la zona de Los Balcanes.
Aunque Kosovo obtuvo su independencia en 2008, ni la Organización de las Naciones Unidas (ONU) ni muchos países del mundo la reconocen como un Estado-nación. Por el contrario, organizaciones como Amnistía Internacional y periodistas de diferentes latitudes han reportado que este lugar es un caldo de cultivo para la delincuencia organizada y el paramilitarismo: consecuencias directas que dejó la intervención militar estadounidense en las Guerras Yugoslavas (1991-2001) bajo la ya conocida justificación de llevar la democracia a supuestas tierras socialistas sin libertades.
Sin embargo, hay un interés que mantiene Washington en Kosovo desde 1999: establecer bases militares que, de algún modo, cerquen a dos países que, históricamente, ha visto como rivales en la lucha geopolítica por el poder mundial: Rusia y Serbia, dos aliados históricos, aseguran en entrevista expertos consultados por Sputnik.
«Kosovo siempre ha sido una piedra en el zapato para Serbia, que a su vez es uno de los aliados estratégicos más importantes de Rusia. Por eso, desde su independencia en 2008, Kosovo ha sido apoyado a gran escala por la OTAN y su principal patrocinador: Estados Unidos», explica Eduardo Palacios Cabrera, internacionalista y miembro del Centro de Estudios de Países Post-Soviéticos, con sede en Moscú.
Un posible conflicto en el corazón de Europa
Kosovo vuelve a ser noticia en todo el mundo luego de que, a inicios de agosto, crecieran las tensiones entre el Gobierno de primer ministro kosovar, Albin Kurti, y la Administración del presidente serbio, Aleksandar Vucic. ¿La razón? Kosovo se empeña en obligar a los ciudadanos serbios que viven en su territorio a que cambien sus matrículas y papeles de identificación oficiales para poder transitar libremente. Desde hace muchos años, miles de serbios trabajan y residen en suelo kosovar.
Ante esta situación, Belgrado ha mostrado su preocupación por los recientes acercamientos entre Kosovo y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), que incluso amenazó con intervenir en la región «si se pone en peligro la estabilidad en el norte de Kosovo», un hecho que fue considerado como intimidante por las autoridades serbias.
«Recordemos que, hace más de 20 años, la OTAN, de la mano de Washington, intervino en Kosovo no sólo para detener un genocidio, sino para que Kosovo se independizara totalmente de Serbia, que siempre ha sido el país más fuerte de los Balcanes. De alguna manera, este conflicto kosovar, igual que muchos otros, es el resultado de una Guerra Fría que no termina y que confronta a Estados Unidos con las naciones que ya no quieren aceptar su hegemonía [como Rusia, China o Serbia, por ejemplo]», señala Palacios Cabrera, quien también ha publicado ensayos sobre Europa del Este y Asia Central para el Foro Internacional del Centro de Estudios Internacionales (CEI) del Colegio de México.
Pese a que la Unión Europea (UE) ha tratado que Serbia y Kosovo lleguen a un acuerdo que prevenga un conflicto, la realidad es que todavía no se alcanza ninguno e incluso la OTAN sigue desplegando a sus tropas de la llamada Fuerza Internacional de Seguridad. El presidente serbio ha respondido de forma categórica: defenderá a sus ciudadanos hasta las últimas consecuencias.
Y Rusia, como aliado, salió en defensa de Belgrado, al que demostró su apoyo y condenó las decisiones tomadas por el primer ministro kosovar, Albin Kurti.
Aníbal Garzón, sociólogo español por la Universidad Autónoma de Barcelona y maestro en Cooperación y Desarrollo Internacional por la Universidad Politécnica de Cataluña, es claro: en los últimos meses, la OTAN ha potenciado los conflictos territoriales entre Taiwán y China; Serbia y Kosovo; Donbás y Rusia, y Sahara y Marruecos. Y todo debido a «la pérdida de la hegemonía de Estados Unidos en el nuevo escenario internacional multipolar y multicéntrico».
‘I love you, USA’
Desde 1999, gran parte de la ciudadanía kosovar observa a Estados Unidos con buenos ojos. Pristina, la capital, tiene decenas de referencias a la cultura estadounidense. Incluso hay calles que se llaman Bill Clinton, el expresidente estadounidense que ordenó la intervención militar de su país en esta república autoproclamada. De hecho, dos de las avenidas principales de Pristina se cruzan: el Boulevard Bill Clinton y el Boulevard George Bush.
En 2009, Bill Clinton viajó a Kosovo para que le desvelaran una estatua en su honor, en la que muestra un gesto de saludo y una mueca sonriente. En aquella ocasión, el político demócrata fue recibido eufóricamente, sobre todo por la comunidad kosovar de origen albanés. Diversas crónicas de medios occidentales describen el respeto que tienen muchas familias del país balcánico por la idiosincrasia estadounidense: la comida, la moda, el entretenimiento, los programas de televisión…
También hay tiendas boutique que venden ropa como la que porta la excandidata presidencial Hillary Clinton, a quien, por cierto, miles de kosovares apoyaron durante su campaña en 2016, cuando perdió contra Donald Trump.
«Apreciamos muchísimo a la familia Clinton», dijo Elda Morina a la cadena británica BBC. Ella es dueña de las tiendas Hillary, que ya tienen dos sucursales en Pristina.
La admiración tan intensa por la cultura estadounidense no suele ser muy común entre las sociedades del Este de Europa, que usualmente se inscriben más a los hábitos del resto de Europa o de Rusia. Kosovo, sin embargo, es una excepción.
«Ellos [los estadounidenses] hicieron que todo el mundo conociera nuestros problemas. Por primera vez todos supieron quiénes eran los kosovares. Bill Clinton es la persona que reveló nuestro sufrimiento y, a partir de entonces, todos hemos tenido gran simpatía por la familia Clinton», añadió Morina.
¿Paraíso del crimen?
Desde hace al menos 15 años es frecuente escuchar en las noticias internacionales sobre detenciones o crímenes realizados por grupos provenientes de dos países: Kosovo y Albania. Las mafias instaladas en esta zona del mundo operan en prácticamente toda Europa y Asia Central, según informes de la Interpol. Sus actividades varían. Trafican órganos, mujeres, drogas y armas ante la inacción de las autoridades.
«Cuando la guerra llegó a Kosovo, la mafia albanesa no dudó en colaborar con el Ejército de Liberación de Kosovo (ELK), que estaba apoyado, a pesar de sus métodos terroristas, por los Gobiernos de Albania, Alemania y Estados Unidos», explica el académico y experto en seguridad internacional de la Universidad de Granada, Francisco Javier Ruiz Durán, en su ensayo Historia del crimen organizado II: las otras grandes mafias (2020, Universidad de Extremadura, España).
Sin embargo, cuando concluyó el conflicto armado en territorio kosovar, la relación entre la mafia albanesa y los soldados de Kosovo inmiscuidos en prácticas criminales no terminó y continúa hasta la fecha. «Los líderes del ELK iniciaron su carrera política en Kosovo», señala el especialista.
«La mafia albanesa en Kosovo y Macedonia continuó el tráfico de heroína, armas y personas, así como el robo de coches, la extorsión y el secuestro. Los tres grandes clanes familiares en Albania son los Kula, los Abazi y los Borici. los movimientos migratorios provocados por la guerra permitieron a la Mafia albanesa extenderse por Alemania, Grecia, Suiza e Italia e incluso obtener importantes cuotas de las actividades criminales en Noruega, Suecia, Dinamarca, Reino Unido, Bélgica y Estados Unidos», indica Ruiz Durán, quien también se basa en reportes oficiales de la Europol.
Desde mayo de 2004, Amnistía Internacional advirtió sobre un crecimiento de la delincuencia organizada en Kosovo. De hecho, aseguró entonces que integrantes de la policía de la misión de las Naciones Unidas en Kosovo (Unmik), en contubernio con las tropas de la OTAN, participan en la explotación sexual de mujeres con total impunidad.
«Mientras los policías y las tropas disfrutan de impunidad, un número difícil de saber de mujeres y niñas, algunas de sólo 12 años, se convierten en esclavas, obligadas a atender al día entre 10 y 15 clientes», denunció el director de la sección española de Amnistía Internacional, Esteban Beltrán, hace casi dos décadas.
En 2010, la unidad fiscal de la Unión Europea (UE) presentó cargos contra siete kosovares miembros de una red dedicada al tráfico de órganos en Pristina, ciudad donde abundaban clínicas irregulares para realizar esta actividad. Entre los acusados también había israelíes y turcos.
Ese mismo año, un informe del Consejo de Europa señaló al exjefe del Ejército de Liberación de Kosovo (ELK) y exprimer ministro, Hashim Thaçi, de ser «el jefe de un grupo albano similar a la mafia’ y responsable del contrabando de armas, drogas y órganos humanos en Europa oriental».
«La proliferación de la delincuencia se debe a que el Gobierno de Kosovo es endeble. Sus instituciones no son las más ordenadas ni sólidas. El crimen ocupa los espacios que ha dejado vacío el Estado. La población kosovar sufre de una gran falta de oportunidades. Y eso representa el espacio idóneo para que la delincuencia establezca sus operaciones y tienda lazos», concluye Ana Luisa Trujillo, doctora en Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), con especialidad en organizaciones públicas internacionales.
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