El costo de una guerra fallida
El costo total por la guerra en Afganistán ascendió a más de 2,26 billones de dólares, una cifra superior a la suma de las fortunas de Jeff Bezos, Elon Musk, Bill Gates y los 30 multimillonarios más ricos de Estados Unidos, según revela un estudio del Proyecto de Costos de la Guerra de la Universidad de Brown.
Esto quiere decir que, a lo largo de 20 años, el país norteamericano erogó un promedio de 300 millones des de dólares por día o 50.000 dólares por cada una de las 40 millones de personas que viven en Afganistán.
La cifra incluye los 800.000 millones de dólares que se invirtieron para equipo de combate aéreo, así como 85.000 millones para el entrenamiento del ejército afgano y los 750 millones de dólares correspondientes a la nómina de esta milicia.
A esto falta sumar los intereses generados por la deuda que adquirió Estados Unidos para financiar la guerra. La Universidad de Brown estima que, hasta el momento, Washington sólo ha pagado 500.000 millones de dólares por concepto de intereses —ya incluidos en los 2,26 billones de dólares—, pero para 2050 el costo total sólo por este concepto podría ascender a 6,5 billones de dólares, es decir, 20.000 dólares para cada uno de los ciudadanos estadounidenses.
De hecho, si se toman en cuenta más conflictos y zonas geopolíticas en conflicto, no sólo el caso afgano, el costo global de la guerra de Estados Unidos contra el terrorismo asciende a 8 billones de dólares y 900.000 muertes, según otro informe de Costos de la Guerra de la Universidad de Brown.
La culpa también es de Trump
El repliegue de tropas estadounidenses es un programa que, en realidad, comenzó con el expresidente Barack Obama con el objetivo de reducir los costos económicos y humanos de las acciones militares, explica el internacionalista de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Irwing Rico, experto en Seguridad y Militarización en el sistema global.
«Por ejemplo, las últimas operaciones militares que llevaron al asesinato de uno de los líderes de de Al-Qaeda fueron llevadas a cabo por drones. Esto significa que Estados Unidos ha apostado más al uso de nuevas tecnologías y de vehículos autónomos y semiautónomos para poder interceptar a sus objetivos. Si lo vemos así, no es un retiro propiamente, sino una sustitución de estrategia», señala el especialista.
El problema es que, cuando entró Donald Trump a la Casa Blanca en 2016, esa estrategia se descontinuó y se inició un «refortalecimiento de las fuerzas armadas» de forma tradicional, con bases militares presenciales y recursos humanos.
«En esos cuatro años de Administración de Trump, el grupo talibán comienza a rearticularse en un país que, tras la intervención estadounidense, Afganistán quedó destrozado no sólo institucionalmente sino físicamente: los caminos, los puentes, las calles, el sistema de salud, el acceso al agua… Todo quedó echo pedazos», reflexiona el internacionalista Irwing Rico.
El experto no tiene dudas: la intervención militar estadounidense en suelo afgano fue un fracaso porque generó más gastos que resultados. Si el objetivo era «restablecer la democracia y terminar con el terrorismo», como en su momento prometió Washington, el objetivo claramente no se alcanzó, apunta.
«La reconstrucción de la infraestructura destruida o fallida en Afganistán fue llevada a cabo, también, por empresas estadounidenses en su mayoría. Ahí Estados Unidos tuvo una gran ganancia económica: es la cara no política de la intervención», asegura Rico.
¿Patriotismo inútil?
Los costos humanitarios tampoco fueron menores. El mismo Joe Biden ha reconocido que, en dos décadas de intervención militar en tierras afganas, murieron 2.500 soldados estadounidenses, 4.000 contratistas civiles y cerca de 20.000 víctimas civiles.
«Esta decisión sobre Afganistán no es sólo sobre Afganistán. Se trata de poner fin a una era de grandes operaciones militares para reestructurar a otros países», afirmó el presidente de Estados Unidos el 1 de septiembre de 2021, horas después de la retirada total de las tropas norteamericanas, que fue ampliamente criticada por la comunidad internacional debido a la inestabilidad social, económica y política en que quedó el país asiático,
a merced de los talibanes.
Seis meses después, en marzo de 2022, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) advirtió que «la economía afgana está en pleno colapso» con más del 80% de la población endeudada y el 95% de los ciudadanos en problemas serios de seguridad alimentaria.
«Algunas personas han de recurrir a medidas desperadas como vender a sus hijos o partes de su cuerpo para comprar alimentos», alertó la ONU, cuyos cálculos arrojaron que se necesitan, como mínimo, 4.400 millones de dólares para que Afganistán se recupera de la crisis.
«Esa decisión [de Biden] habló mucho sobre el debilitamiento que tiene el presidente Biden en su política exterior y en su política interna. Uno hubiera esperado que se consiguieran los resultados esperados de la llamada guerra contra el terrorismo, pero no fue así. El fracaso de Biden lo podemos ver sintetizado en la forma en que se dio a conocer la muerte el número dos de Al-Qaeda en julio pasado [Aymán al Zawahirí], una noticia que quizá tuvo repercusión en Estados Unidos, pero en el mundo no. E incluso en Estados Unidos el hecho también se vio eclipsado por todas las noticias en torno a Donald Trump», asegura el internacionalista Fausto Pretelin.