En agosto de 1849, hace exactamente 173 años, el filósofo alemán Karl Marx se exilió en Londres y comenzó la escritura de ‘El capital’ (1867), uno de los mayores tratados políticos, económicos y sociales de la historia. Sputnik recuerda cómo era la vida de este pensador de origen judío en aquellos años.
«Me acosan tantas plagas como a Job, sin ser yo tan temeroso de Dios», escribió Karl Marx en 1858, cuando llevaba ya varios años inmerso en tratar de darle forma a su obra cumbre, hoy considerada la piedra angular del socialismo moderno.
La vida de Marx no podría entenderse sin las penurias a las que se enfrentó durante su camino como filósofo, el cual terminó sentando las bases de las ciencias sociales contemporáneas.
En su biografía sobre Marx, el historiador británico Isaiah Berlin cuenta que Karl Marx era una especie de ratón de biblioteca. Si no hubiera sido por los vigilantes que lo corrían porque el lugar ya debía cerrar, el alemán de filiaciones comunistas probablemente se hubiera quedado a vivir ahí.
«Su modo de vida consistía en visitar a diario la sala de lectura del British Museum, donde permanecía normalmente desde las nueve de la mañana hasta que cerraba a las siete; a esto seguían largas horas de trabajo nocturno, durante las cuales fumaba incesantemente, cosa que de un lujo había pasado a ser un calmante esencial; esto afectó a su salud de manera permanente y lo volvió propenso a frecuentes ataques de una enfermedad del hígado a veces acompañada por forúnculos y una inflamación de los ojos, que interfería con su trabajo, lo agotaba e irritaba e interrumpía sus nunca seguros medios de subsistencia», relata Berlin.
La obsesión de Karl Marx por aglutinar sus ideas en El Capital (1867) lo llevó a ensimismarse en una rutina poco sana para su salud física y emocional.
Según refiere Mason Currey en su libro Rituales cotidianos. Cómo trabajan los artistas (2016), los primeros años del también politólogo y economista estuvieron marcados por la pobreza extrema y la tragedia personal: su familia se vio obligada a vivir en condiciones sórdidas, entre deudas que no terminaban y una alta dependencia del dinero enviado por el amigo y colega de Marx, Friedrich Engels, quien a su vez obtenía recursos de lo que robaba del negocio textil de su padre.
Marx nunca tuvo un empleo regular, aunque es cierto que en alguna ocasión, desesperado por la situación económica, pidió trabajo en una oficina ferroviaria inglesa, pero no fue aceptado porque su caligrafía era tan mala que resultaba ilegible.
«He de perseguir mi meta tanto en las buenas como en las malas y no debo permitir que la sociedad burguesa me convierta en una máquina de hacer dinero […]. No creo que jamás alguien con tan poco dinero haya escrito tanto sobre el tema», escribió Marx en 1859, de acuerdo con el libro de Currey.
A veces la depresión lo atacaba y su actividad intelectual mermaba, aunque nunca dejó de escribir. Para él, la escritura era una disciplina casi militar. «He de perseguir mi meta tanto en las buenas como en las malas y no debo permitir que la sociedad burguesa me convierta en una máquina de hacer dinero», apuntaba el filósofo cuando el trabajo sobre El Capital lo rebasaba.
Los días en Londres, si bien fueron aciagos, también representaron para él una oportunidad para librarse de persecuciones políticas. Eso le permitió tener mayor claridad filosófica. El problema es que uno de sus métodos para bajar el estrés era el tabaco. Currey asegura que fumaba tanto que bien podría decirse que el pensador padecía una adicción. Algo muy peligroso para alguien que «malgastaba rápidamente» y «carecía en absoluto de habilidades administrativas».
«Finalmente, fueron dos décadas de sufrimientos diarios lo que tardó Marx en completar el primer volumen de Das Kapital… y murió antes de poder terminar los dos restantes», escribe Currey.
Los síntomas que sufrió Marx fueron diversos, casi todos relacionados a una posible insuficiencia hepática. Dolores de cabeza y dolores reumáticos eran su pan de cada día. Y a todo ello hay que sumar el insomnio, trastorno que el filósofo combatió con el consumo de narcóticos, de acuerdo con Isaiah Berlin.
En la biografía escrita por Werner Blumenberg se explica que la alimentación del padre del socialismo moderno no era muy sana. Casi nunca consumía frutas ni verduras y casi siempre ingería alimentos como el pescado ahumado y los pepinos encurtidos. También tenía el hábito de beber alcohol y fumaba puros «de mala calidad» debido a sus constantes crisis económicas. Sus forúnculos empeoraron tanto que «no podía ni sentarse ni caminar ni permanecer erguido».
En 1881 murió su esposa Jenny y se hundió en una profunda depresión. Ya había publicado la primera parte de El Capital, pero también ya había perdido a tres de sus seis hijos. Murió el 14 de marzo de 1883, aquejado por los males de la bronquitis y la pleuresía.
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