La economía de América Latina y el Caribe, ya golpeada por la pandemia de COVID-19, sufre ahora las consecuencias de la crisis en Ucrania y las consiguientes sanciones contra Rusia que han provocado un alza en los precios y desabastecimiento de productos esenciales.
En febrero de 2022 el mundo experimentaba las consecuencias económicas negativas del COVID-19: contracción significativa de los flujos financieros, disminución del comercio internacional e incremento exponencial de la deuda externa.
Durante el último trimestre de 2021, algunos territorios regresaron al confinamiento y a la imposición de medidas restrictivas de movilidad luego de la emergencia de la variante ómicron del virus SARS-CoV-2. Por tanto al inicio del presente año algunas naciones enfrentaban el incremento de la demanda y acumulaban altos índices de inflación.
La difícil situación tras dos años de pandemia se agravó con el comienzo del conflicto entre Rusia y Ucrania, dos países con un rol indiscutible en el escenario global respecto a la exportación de materias primas, combustibles fósiles, fertilizantes y alimentos.
«Los perjuicios provocados en esos sectores influyen también en las dinámicas comerciales de América Latina y el Caribe y algunos expertos vaticinan, incluso, otra recesión», refirió la jefa del Departamento de Finanzas Internacionales del Centro de Investigaciones de la Economía Mundial de La Habana, Gladys Hernández.
Aunque exista una solución a corto o mediano plazo las dificultades ya están presentes, comentó la especialista, pues son perceptibles los potenciales desniveles, desequilibrios y vulnerabilidades, incremento de las tasas de interés, inestabilidad, desaparición de capitales y fragmentación de los mercados.
Impacto regional
Uno de los caminos más favorables para el área, expresó Hernández, es el restablecimiento de la complementariedad e integración, sobre todo, de aquellos mecanismos que responden directamente a los intereses de los pueblos como la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP).
El nicaraguense Frank Matus, economista, abogado, notario público y máster en Administración Pública, Políticas Públicas y Desarrollo Local, consideró que el comportamiento en la región es heterogéneo, pues en algunos países repercutirá indudablemente la inflación; mientras otros tendrán como compensación a ese fenómeno económico el alza del precio de los commodities.
En ese último caso están, por ejemplo, los productores de petróleo como Brasil, pese a que gran parte del combustible lo emplea en su consumo doméstico, y grandes exportadores como Venezuela, México y Colombia, países a los que «el incremento del costo de los hidrocarburos los ayudará a atenuar el alto valor de los alimentos».
Matus, docente e investigador universitario del departamento de Economía de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN-Managua), argumentó que Uruguay, Paraguay, Brasil y Argentina poseen una robusta industria agrícola, sobre todo de cereales como el maíz, el más consumido en América del Sur, y la soja; mientras que Perú, Bolivia y Chile resultan beneficiados por el valor de los minerales.
«Hay naciones que no cuentan con esas prebendas, me refiero a las del Caribe Oriental y algunas de Centroamérica. La situación depende de la estructura comercial y balanza de pago individual. Si poseen bienes y servicios exportables con los cuales paliar los nuevos montos de los insumos importados, las secuelas del conflicto impactarán en menor medida», aseguró.
Alza del combustible
Los precios del petróleo, el gas natural y de otros minerales se dispararon tras el inicio de la operación militar en Ucrania. Lo más preocupante en el caso de los combustibles son los encadenamientos productivos asociados a esos bienes económicos líderes, de difícil sustitución, y su incidencia en las industrias y servicios.
«Hoy no existe un proveedor que supla la demanda internacional de esos insumos. Estados Unidos recurrió, en un inicio, a sus grandes aliados en Oriente Medio para el aumento de barriles de petróleo diarios, sin obtener los resultados esperados. Su propósito es sustituir a Rusia, por eso su apoyo al Gobierno del presidente ucraniano Volodímir Zelenski», expresó Matus.
Con ese objetivo, Washington instó a la resistencia de Kiev, obstaculizó la búsqueda de la paz y promovió el boicot de los encuentros entre ambas partes en una pugna donde los más perjudicados son los europeos; sumado a la inseguridad energética emerge también la alimentaria, añadió el docente e investigador universitario.
De acuerdo con datos aportados por Matus, Rusia es el segundo exportador mundial del crudo, cuyo valor reportó un incremento de más de 20% en las últimas semanas, y el primero en ventas internacionales de gas natural, de paladio y de trigo, también con notables aumentos en sus precios.
La situación actual tiene correspondencia en términos económicos, según el experto, con la crisis petrolera de 1973 causada por la decisión de la Organización de Países Árabes Exportadores de Petróleo —OAPEC, por sus siglas en inglés— de no suministrar ese hidrocarburo a las naciones que habían apoyado a Israel durante la guerra de Yom Kipur contra Siria y Egipto.
«Es realmente preocupante en términos de encarecimiento de la vida, perturbaciones en el comercio mundial, afectaciones en campos como el sector farmacéutico y automovilístico, retraso del proceso de recuperación pospandemia, migraciones y problemas de empleo, ampliación de la pobreza y de las desigualdades», reconoció.
La economía mundial antes de la crisis en Ucrania
A nivel internacional, el mundo experimentaba un proceso de reparación paulatina de las consecuencias económicas negativas del COVID-19. La pandemia provocó un fuerte impacto en el mercado financiero internacional, redujo las tendencias positivas en términos de crecimiento y provocó la ocurrencia de una marcada disminución en algunos indicadores.
Para el experto, en términos monetarios el fenómeno epidemiológico no causó una crisis, pero sí una depresión. A su juicio la restauración mercantil desde el pasado año manifestó un comportamiento heterogéneo, dentro del cual los países más desarrollados vivenciaron una recesión seguida de una recuperación rápida.
Las naciones del orbe mostraron en 2021 una restauración aproximada de 5,9%, según el Fondo Monetario Internacional (FMI), que prevee un crecimiento más lento para el 2022 (4,4%), mientras que la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) pronostica que en la región la recuperación para este año será del 2,9%.
Sin embargo, «la guerra militar y política entre Rusia y Ucrania, que también involucra a bloques regionales como la Unión Europea, la OTAN y otros aliados de ambas partes, retrasa las previsiones de desarrollo económico. Sumado a ello, arrastramos herencias fundamentales de la pandemia: el alza generalizada de los precios y el endeudamiento», refirió Matus.
De acuerdo con el economista, desde 2014 el Gobierno fascista instalado en Kiev como resultado de un golpe de Estado atenta contra la vida de los ciudadanos de la región del Donbás y la estructura económica de esa área minera, de hierro y carbón, de ahí que el conflicto suponga mayores problemáticas en esferas como comercio, transporte y agricultura.
Cómo afecta la guerra mediática?
El académico mexicano Fernando Buen Abad Domínguez, experto en semiótica y comunicación y miembro de la Red de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad, mencionó a Sputnik cómo de manera recurrente el ejército ruso pone en evidencia la manipulación internacional respecto a la operación militar especial desarrollada por la nación euroasiática en Ucrania.
«Recientemente, demandaron a la Organización de Naciones Unidas (ONU) la revisión de materiales publicados en la prensa estadounidense, occidental y sus aliados con tergiversaciones, mentiras y distorsión de la realidad, donde mencionaban incluso acciones desempeñadas por Moscú que nunca acontecieron», subrayó el doctor en Filosofía.
El también director del Centro Universitario para la Información y la Comunicación Sean MacBride aludió a la inexistencia de una plataforma o instancia para la correlación o examen de esas noticias de las cuales, en numerosas ocasiones, no conocemos fecha, lugar, autoría o público de destino de esos «supuestos» medios de difusión masiva.
«Existe un desamparo social enorme a nivel planetario respecto a la defensa de la integridad intelectual de las personas que son víctimas de un engaño fabricado por algunas agencias de guerra ideológica. Urge el estudio de este fenómeno mediático desde las academias y las organizaciones políticas, para que no ocurran episodios de confusión similares en futuros conflictos hipotéticos», acotó.
La ONU, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), las asociaciones de periodistas y la comunidad universitaria, a su juicio, deben volcarse a la construcción de un gran protocolo de exigencia ética en comunicación e información porque, de lo contrario, «estamos a la intemperie y corriendo muchos riesgos».