Cada vez que se menciona el problema del neonazismo, y su omnipresencia en Ucrania, se oye el contraargumento de que esto es imposible, pues el presidente de este país es judío. Sin embargo, esta afirmación no puede negar el hecho de que los grupos neonazis se han impregnado en todos los niveles del Gobierno de Ucrania.
Mientras hay quienes ahora sacan a relucir las raíces judías de Volodímir Zelenski, desde hace muchos años la comunidad judía ha estado denunciando el auge del antisemitismo y el ultranacionalismo de influencia fascista en el país.
En 2014, la revuelta del Maidán en Ucrania derrocó al presidente Víktor Yanukóvich, ante los vítores y el apoyo de Occidente. Los políticos y analistas de EEUU y Europa no solo celebraron el levantamiento como un triunfo de la democracia, sino que negaron los informes sobre el ultranacionalismo del Maidán y tacharon a los que advirtieron sobre el lado oscuro del levantamiento de títeres de Moscú. Y es que ni más, ni menos, «la libertad estaba ganando» en Ucrania.
En los últimos años, las crecientes noticias sobre la violencia de extrema derecha, el ultranacionalismo y la erosión de las libertades básicas han estado desmintiendo la euforia inicial de Occidente. Y es que aparte del extremo antisemitismo prácticamente a nivel estatal, hay ataques neonazis contra los gitanos, ataques desenfrenados contra las feministas y los grupos LGBT, prohibiciones de libros y glorificación patrocinada por el Estado de los colaboradores nazis.
Y cabe señalar que estas historias del oscuro nacionalismo ucraniano no salen de Moscú: las presentan los medios de comunicación occidentales, organizaciones judías como el Congreso Judío Mundial y el Centro Simon Wiesenthal; y organismos de control como Amnistía Internacional y Human Rights Watch.
Ya en 2018 publicaron un informe conjunto en el que advertían de que Kiev estaba perdiendo el monopolio del uso de la fuerza en el país, donde las bandas de extrema derecha actúan con impunidad. También lo denunció el columnista de The Nation Lev Golinkin, de procedencia judía.
Bastó con unos pocos años después del Maidán para que el faro de la democracia se convirtiera en una marcha de antorchas.
Un batallón neonazi estatal en el corazón de Europa
Además de la procedencia judía de Zelenski, a los medios occidentales también les gusta destacar que la extrema derecha ucraniana tiene un porcentaje pequeño de escaños en el Parlamento, e incluso se les compara con sus homólogos en Francia. Sin embargo, es un argumento espurio.
Lo que le falta a la extrema derecha ucraniana en número de votos, lo compensa con cosas con las que Marine Le Pen solo podría soñar: unidades paramilitares y rienda suelta en las calles.
Ahora Ucrania es la única nación del mundo que tiene una formación neonazi en sus fuerzas armadas. El notorio Batallón Azov se formó inicialmente a partir de la banda neonazi Patriota de Ucrania y en 2014 se incorporó a la Guardia Nacional de Ucrania. Lo pudo hacer a pesar de que Human Rights Watch y las Naciones Unidas le acusara de violaciones de los derechos humanos, incluida la tortura.
Andriy Biletsky, el líder de esta banda que se convirtió en el comandante de Azov, escribió en una ocasión que la misión de Ucrania es «liderar las razas blancas del mundo en una cruzada final… contra los untermenschen [infrahumanos] dirigidos por los semitas». A pesar de que Zelenski es judío, Biletsky es ahora diputado en el Parlamento de Ucrania.
Aunque el grupo niega oficialmente cualquier conexión neonazi, la naturaleza de Azov ha sido confirmada por múltiples medios occidentales: El New York Times calificó al batallón de «abiertamente neonazi», mientras que USA Today, The Daily Beast, The Telegraph y Haaretz documentaron la inclinación de los miembros del grupo por las esvásticas, los saludos y otros símbolos nazis, y algunos combatientes también han reconocido ser neonazis.
En enero de 2018, Azov desplegó su unidad de patrulla callejera Druzhina Nacional, cuyos miembros juraron lealtad personal a Biletsky y se comprometieron a «restaurar el orden ucraniano» en las calles.
La Druzhina se distinguió rápidamente por llevar a cabo pogromos contra los gitanos y las organizaciones LGBT y por asaltar un consejo municipal. A principios de 2019, Kiev anunció que la unidad neonazi vigilaría las encuestas en las elecciones presidenciales celebradas en marzo. Con ello, la propia unidad no se escatimó en amenazar a los «enemigos de la nación ucraniana» porque las estaciones de elecciones estarían llenas de sus «combatientes».
Apoyo estadounidense de los neonazis en Ucrania
En 2017, el congresista Ro Khanna lideró los esfuerzos para prohibir que Azov recibiera armas y entrenamiento de EEUU. Pero el daño ya estaba hecho: el grupo de investigación Bellingcat demostró que Azov ya había recibido acceso a lanzagranadas estadounidenses, mientras que una investigación del Daily Beast demostró que los entrenadores estadounidenses son incapaces de evitar que la ayuda llegue a los supremacistas blancos. Y la propia Azov había publicado con orgullo un video de la unidad dando la bienvenida a los representantes de la OTAN.
Aunque Azov es el batallón que está en boca de todos, cabe señalar que no es la única formación de extrema derecha que ha recibido la aprobación de Occidente. En diciembre de 2014, Amnistía Internacional acusó al batallón Dnipro-1 de crímenes de guerra, entre ellos «utilizar la inanición de civiles como método de guerra». Seis meses después, el senador John McCain visitó y elogió al batallón.
Especialmente preocupante es la campaña de Azov para transformar Ucrania en un centro de supremacía blanca transnacional. La unidad ha reclutado a neonazis de Alemania, el Reino Unido, Brasil, Suecia y EEUU.
En octubre de 2018 el FBI detuvo a cuatro supremacistas blancos de California que supuestamente habían recibido formación de Azov. Este es un ejemplo clásico de retroalimentación: el apoyo de EEUU a los radicales en el extranjero rebota y vuelve al país norteamericano.
La extrema derecha en el poder
Entre 2016 y 2019 el Parlamento ucraniado estaba presidido por Andriy Parubiy, quien cofundó y dirigió dos organizaciones neonazis: el Partido Social-Nacional de Ucrania (posteriormente rebautizado como Svoboda) y Patriota de Ucrania, cuyos miembros acabarían formando el núcleo de Azov.
Aunque Parubiy abandonó la extrema derecha a principios de la década de 2000, no ha rechazado su pasado. Cuando se le preguntó al respecto en una entrevista de 2016, Parubiy respondió que sus «valores» no habían cambiado. Parubiy, cuya autobiografía le muestra marchando con el símbolo neonazi del ángel del lobo utilizado por las Naciones Arias, se reúne regularmente con think tanks y políticos de Washington.
«Somos la última esperanza de la raza blanca, y de la humanidad», decía Parubiy mientras en Occidente se ignoraba o se negaba rotundamente su origen neonazi.
Aún más inquietante es la penetración de la extrema derecha en las fuerzas del orden. Poco después del Maidán, EEUU equipó y entrenó a la recién fundada Policía Nacional, en lo que pretendía ser un programa distintivo para apuntalar la democracia ucraniana. Un ejemplo de la impregnación neonazi en las fuerzas del órden es Vadim Troyan.
Uno de los principales integrantes del batallón Azov hasta 2014 no tuvo problemas en convertirse en el jefe de la Policía Nacional para la región de Kiev y luego ser ascendido hasta el puesto de viceministro del Interior. Los líderes judíos ucranianos se horrorizaron por sus antecedentes neonazis y, a pesar de que Zelenski es judío, Troyan permaneció en este puesto hasta 2021. Actualmente es el subcomandante del batallón Azov bajo la tutela del Ministerio de Interiores: un presidente judío no es un obstáculo.
El batallón Azov (prohibido en Rusia), imagen referencial — Sputnik Mundo, 1920, 20.03.2022
Internacional
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Visto todo esto, no es de sorprender lo que ocurrió en febrero de 2019. Durante unos enfrentamientos con protestantes neonazis, un agente de Policía dijo «al suelo, banderita». Cuando este video se viralizó, el descontento popular hizo que los demás integrantes de la Fuerza de Seguridad se disculparan con la etiqueta #YoSoyBanderita haciendo alusión a su admiración a Stepán Bandera, un colaborador nazi y fascista cuyas tropas participaron en el Holocausto.
El hecho de que la policía ucraniana esté salpicada de partidarios de la extrema derecha explica que los neonazis actúen con impunidad en las calles.
Glorificación de los colaboradores neonazis patrocinada por el Estado
No son solo los militares, la Policía y las bandas callejeras: tras el Maidán la extrema derecha ucraniana se ha apoderado con éxito del Gobierno para imponer una cultura intolerante y ultranacionalista sobre el territorio del país.
En 2015, el Parlamento ucraniano aprobó una ley que convertía a dos grupos paramilitares de la Segunda Guerra Mundial —la Organización de Nacionalistas Ucranianos (OUN) y el Ejército Insurgente Ucraniano (UPA)— en héroes de Ucrania y convertía en delito la negación de su heroísmo.
La OUN había colaborado con los nazis y participado en el Holocausto, mientras que el UPA masacró a miles de judíos y entre 70.000 y 100.000 polacos por voluntad propia.
El Instituto Ucraniano de la Memoria Nacional, financiado por el Gobierno, ha estado institucionalizando el encubrimiento de los colaboradores nazis. A mediados de 2018, el Parlamento ucraniano presentó una exposición en la que se conmemoraba la proclamación de cooperación de la OUN con el Tercer Reich en 1941.
A como de comparación, es lo mismo que si el Gobierno francés hubiera instalado una exposición en la que se celebrara el régimen de Vichy.
Las marchas con antorchas y festivales en honor a los líderes de la OUN/UPA, como Roman Shukhevych (comandante de un batallón auxiliar del Tercer Reich), se convirtieron en una característica habitual de la nueva Ucrania.
La recuperación se extiende incluso a la SS Galichina, una división ucraniana de las Waffen-SS; el director del Instituto de la Memoria Nacional proclamó que los combatientes de las SS eran «víctimas de la guerra». La acogida del Gobierno a Bandera no solo es deplorable, sino también extremadamente divisiva, teniendo en cuenta que la OUN/UPA es vilipendiada en el este de Ucrania.
Como era de esperar, la celebración de los colaboradores nazis ha ido acompañada de un aumento del antisemitismo declarado.
«¡Fuera judíos!», corearon miles de personas durante una marcha en enero de 2017 en honor al líder de la OUN, Bandera. (Al día siguiente, la policía negó haber oído algo antisemita).
En julio del mismo año, un festival de tres días que celebraba al colaborador nazi Shukhevych culminó con el lanzamiento de cócteles molotov contra una sinagoga. En noviembre de 2017, se informó de saludos nazis mientras 20.000 personas marchaban en honor de la UPA. En abril de 2018, cientos de personas marcharon en Lviv con saludos nazis coordinados en honor a la SS Galichina; la marcha fue promovida por el Gobierno regional de Lviv.
El revisionismo del Holocausto es un esfuerzo multidimensional, que va desde seminarios, folletos y juegos de mesa financiados por el Gobierno, hasta la proliferación de placas, estatuas y calles rebautizadas con el nombre de los carniceros de judíos, pasando por los campamentos infantiles de extrema derecha, donde se inculca a los jóvenes la ideología ultranacionalista.
Dentro de varios años, toda una generación será adoctrinada para adorar a los perpetradores del Holocausto como héroes nacionales en un país liderado por un presidente judío, que es Zelenski.
Prohibición de libros
Desde hace años el Comité Estatal de Televisión y Radiodifusión de la «libre y democrática» Ucrania está aplicando la glorificación de los nuevos héroes de Ucrania mediante la prohibición de la literatura «antiucraniana» que va en contra de la narrativa del Gobierno. Esta censura ideológica incluye libros aclamados de autores occidentales.
Un ejemplo de ello es el caso del enero de 2018, cuando Ucrania saltó a los titulares internacionales al prohibir Stalingrado, del galardonado historiador británico Antony Beevor, debido a un único párrafo sobre una unidad ucraniana que masacró a 90 niños judíos durante la Segunda Guerra Mundial.
En diciembre de 2018, Kiev prohibió Los ladrones de libros del autor sueco Anders Rydell. Irónicamente, este trabajo trata sobre la supresión de la literatura por parte de los nazis y no complació a los funcionarios ucranianos porque mencionaba que las tropas leales a Symon Petliura (un líder nacionalista de principios del siglo XX) habían masacrado a judíos.
En febrero de 2019, la Embajada ucraniana en Washington exportó esta intolerancia a EEUU al exigir descaradamente que este país prohibiera la exhibición de una película rusa en los cines estadounidenses, recuerda Lev Golinkin.
Al parecer, los miles de millones de dólares que Washington ha invertido en promover la democracia en Ucrania no han servido para enseñar a Kiev conceptos básicos de libertad de expresión.
Los judíos se van al infierno en Ucrania
Como era de esperar, la glorificación de los autores del Holocausto dirigida por el Gobierno fue una luz verde para otras formas de antisemitismo. A partir de 2016 se produjo una explosión de esvásticas y runas de las SS en las calles de la ciudad, amenazas de muerte y vandalismo contra monumentos conmemorativos del Holocausto, centros judíos, cementerios, tumbas y lugares de culto, todo lo cual llevó a Israel a dar el inusual paso de instar públicamente a Kiev a abordar la epidemia.
Y es que en un país donde supuestamente no puede florecer el neonazismo por tener a un presidente judío, desde hace años los funcionarios públicos se permiten hacer amenazas antisemitas sin ninguna repercusión. Entre ellas: un general de los servicios de seguridad que prometió eliminar a los kikes; una diputada del Parlamento que despotricó contra los judíos en la televisión; un político de extrema derecha que lamentó que Hitler no acabara con los judíos; y un líder ultranacionalista que prometió limpiar Odesa de kikes.
«Los judíos no son ucranianos y los eliminaré. Se los digo una vez más: váyanse al infierno, kikes. El pueblo ucraniano ya se hartó de ustedes. Ucrania debe ser gobernada por Ucrania», dijo el general de reserva del Servicio de Seguridad Nacional, Vasily Vovk, en 2017. Sus plegarías sobre la procedencia de los gobernantes no han sido oídas, pero sus creencias florecen en Ucrania.
Durante los primeros años después del Maidán, las organizaciones judías se abstuvieron en gran medida de criticar a Ucrania, tal vez con la esperanza de que Kiev abordara el problema por sí mismo. Pero en 2018, la creciente frecuencia de incidentes antisemitas llevó a los grupos judíos a romper su silencio.
En 2018 el informe anual del Gobierno israelí sobre el antisemitismo destacó fuertemente a Ucrania, que tuvo más incidentes que todos los Estados postsoviéticos combinados. El Congreso Judío Mundial, el Museo Conmemorativo del Holocausto de EEUU y 57 miembros del Congreso de EEUU condenaron enérgicamente la glorificación nazi de Kiev y el antisemitismo concomitante.
Los líderes judíos ucranianos también se han pronunciando. En 2017, el director de una de las mayores organizaciones judías de Ucrania publicó un artículo de opinión en el New York Times en el que instaba a Occidente a abordar el blanqueo de Kiev. Solo en 2018, 41 líderes judíos ucranianos denunciaron el crecimiento del antisemitismo. Esto es especialmente revelador, dado que muchos líderes judíos ucranianos apoyaron el levantamiento del Maidán.
Ninguna de estas preocupaciones se ha abordado de manera significativa, quizás, con la excepción de elegir a un presidente judío: lo cual no cambió el rumbo ultraderechista del Gobierno.
No sólo judíos: los gitanos también son un blanco legítimo
Mientras que la extrema derecha ucraniana se ha resistido a llevar a cabo ataques directos contra los judíos; otros grupos vulnerables no han tenido tanta suerte. Uno de estos grupos étnicos son los gitanos.
«‘Querían matarnos’: neofascistas enmascarados meten miedo a los gitanos de Ucrania», The Guardian, 27 de agosto de 2018.
Una oleada especialmente letal de pogromos antigitanos arrasó Ucrania, con al menos seis ataques en dos meses a principios de 2018. Las imágenes de los ataques evocan la década de 1930: matones armados y en capuchas atacan a mujeres y niños mientras arrasan sus campamentos. En aquella oleada, al menos un hombre fue asesinado, mientras que otros, incluido un niño, fueron apuñalados.
Dos bandas detrás de los ataques —la C14 y la Druzhina Nacional— se sintieron lo suficientemente cómodas como para publicar con orgullo videos del pogromo en las redes sociales. No es de extrañar, teniendo en cuenta que la Druzhina Nacional forma parte de Azov, mientras que el neonazi C14 recibe financiación del Gobierno para programas «educativos». Así, el que era líder del C14, Serhiy Bondar, fue recibido en la America House Kiev, un centro gestionado por el Gobierno estadounidense.
Por lo visto, el desmantelamiento acelerado de campamentos gitanos y la violencia contra ellos formaban parte de dichos programas «educativos».
Los llamamientos de las organizaciones internacionales y de la Embajada estadounidense cayeron en saco roto. En respuesta a las exigencias de las Naciones Unidas de que Kiev pusiera fin a la «persecución sistemática» de los gitanos, el C14 empezó a intimidar a los gitanos en una patrulla conjunta con la policía de Kiev, según lo denunció un grupo de derechos humanos.
Las feministas y representantes de LGBT tampoco se salvan
En 2016, tras la presión del Congreso de Estados Unidos, el Gobierno de Kiev comenzó a proporcionar seguridad para el desfile anual del Orgullo de Kiev. Sin embargo, esto se parecía más a llevar agua en un cubo con agujeros, pues eran solo dos horas de protección, mientras que durante el resto del año ocurrían ataques generalizados a las personas y reuniones LGBT.
Los grupos nacionalistas han atacado impunemente las reuniones LGBT, llegando a cerrar un acto organizado por Amnistía Internacional y a agredir a un periodista occidental en una manifestación por los derechos de los transexuales. Las marchas por los derechos de las mujeres también han sido objeto de ataques, incluso de forma descarada en marzo de 2018.
¿Libertad de prensa dicen?
«El Comité para la Protección de los Periodistas condena una redada de las fuerzas del orden ucranianas en las oficinas de Media Holding Vesti en Kiev… más de una docena de agentes enmascarados arrancaron las puertas con palancas, se apoderaron de bienes y dispararon gases lacrimógenos en las oficinas», denunció en 2018 el Comité para la Protección de los Periodistas.
En mayo de 2016, Mirotvorets, un sitio web ultranacionalista vinculado al Gobierno, publicó los datos personales de miles de periodistas que habían obtenido la acreditación de las repúblicas de Donetsk y Lugansk para cubrir los acontecimientos en el este de Ucrania. Myrotvorets calificó a los periodistas de «colaboradores terroristas».
Se trata de un sitio web vinculado al Gobierno que declara la veda a los periodistas. Sería peligroso en cualquier lugar, pero lo es especialmente en Ucrania, que tiene un inquietante historial de asesinatos de periodistas. Entre ellos, Oles Buzina, asesinado a tiros en 2015, y Pavel Sheremet, asesinado con un coche bomba un año después.
Otros tantos tuvieron que huir del país por amenazas de muerte a ellos y sus familiares. Un ejemplo de ello, denunciado por Reporteros sin Fronteras, es el caso de la redactora jefe del portal zaborona.com, Ekaterina Sergatskaya, que en 2020 tuvo que abandonar el país por amenazas. Lo mismo pasó con la periodista Lubov Velichko.
Las filtraciones hechas por Mirotvorets fueron denunciadas por periodistas occidentales, el Comité para la Protección de los Periodistas y los embajadores de los países del G7. En respuesta, funcionarios de Kiev, entre ellos el ministro del Interior, Arsen Avakov, elogiaron el sitio: «Esta es su decisión de cooperar con las fuerzas de ocupación», dijo Avakov a los periodistas, mientras publicaba en Facebook «Apoyo a Myrotvorets». Mirotvorets sigue funcionando en la actualidad.
A finales de 2018 se produjo otro ataque a los medios de comunicación, esta vez utilizando los tribunales. La Fiscalía General recibió una orden de incautación de los archivos de la reportera anticorrupción de RFE, Natalie Sedletska, incluyendo un listado de sus llamadas, ubicaciones geográficas y toda la información disponible en su celular. Una portavoz de la RFE advirtió que las acciones de Kiev creaban «una atmósfera escalofriante para los periodistas», mientras que el diputado Mustafa Nayyem lo calificó de «ejemplo de dictadura rastrera».
Pero quizás el mayor golpe a la libertad de información en el país lo asestó el propio presidente Zelenzski. En enero de 2022, Reporteros sin Fronteras denunció que el mandatario cerró varios medios de comunicación por voluntad propia, sin la debida aprobación parlamentaria ni fallo judicial. Según la organización, Zelenski basaba sus decisiones únicamente en las recomendaciones del Consejo de Seguridad y Defensa Nacional.
Así, en 2021 clausuró los periódicos Vedomosti y Moskovski Komsomolets, así como el portal de noticias ucraniano strana.ua, cuyo redactor jefe recibió asilo político en Austria. El mismo año retiró las licencias de las cadenas de televisión 112 Ukraina, NewsOne y ZIK, al acusarlas de propaganda prorrusa sin presentar prueba alguna.
También reiteró las prohibiciones impuestas por su antecesor, Petró Poroshenko, quien en 2014 prohibió la emisión de 70 canales rusos e interpuso un bloqueo a las redes sociales rusas.
Cuando hablar en otro idioma es un crímen
Ucrania es extraordinariamente multilingüe: además de los millones de ucranianos orientales que hablan ruso, hay zonas en las que predominan el húngaro, el rumano y otras lenguas. Estas lenguas fueron protegidas por una ley lingüística regional de 2012.
El Gobierno posterior al Maidán alarmó a los ucranianos de habla rusa al intentar anular esa ley. El Departamento de Estado de EEUU y el secretario de Estado John Kerry trataron de calmar los temores en 2014 prometiendo que Kiev protegería el estatus del ruso. Esas promesas quedaron en nada.
Una ley de 2017 ordenó que la educación secundaria se impartiera estrictamente en ucraniano, lo que enfureció a Hungría, Rumanía, Bulgaria y Grecia. Varias regiones aprobaron leyes que prohíben el uso del ruso en la vida pública. Las cuotas imponen el uso del ucraniano en la televisión y la radio.
Es como si Washington obligara a los medios de comunicación en español a emitir mayoritariamente en inglés.
Y en febrero de 2018, el Tribunal Supremo de Ucrania anuló la ley lingüística regional de 2012, la que Kerry prometió a los ucranianos del este que seguiría en vigor.
En 2020, Volodímir Zelenski firmó la ley que contempla la eliminación total —aunque gradual— de todos los idiomas de minorías étnicas del sistema educativo. Es otro ejemplo de cómo Kiev aliena a millones de sus propios ciudadanos, mientras dice abrazar los valores occidentales.