Estados Unidos , el Reino Unido y otros países occidentales apoyaron el golpe de estado en Ucrania para avanzar así en su idea de cercar a Rusia y aislarla.
El 22 de febrero del año 2014, grupos ultranacionalistas, neonazis, grupos proeuropeistas vinculados a regímenes como Francia, el Reino Unido y el infaltable Estados Unidos, propiciaron un golpe de Estado en Ucrania, donde se apartó del gobierno al expresidente Viktor Yanukovich.
Un proceso de desestabilización, que se generó y desarrolló con sorprendente rapidez, dando cuenta del grado de preparación de los grupos proeuropeistas, para así llevar adelante su agenda desestabilizadora. La cronología formal se inició el día 21 de noviembre del año 2013, cuando el Consejo de Ministros de Ucrania emitió una orden de suspensión del proceso de firma del Tratado de Asociación entre Ucrania y la Unión Europea (UE), decisión basada en la idea de desarrollar relaciones económicas y políticas con su entorno inmediato, en especial Rusia. Pero, sobre todo, en la falta de consensos respecto a seguir las clásicas exigencias del Fondo Monetario Internacional (FMI): aumento de las tarifas de gas, congelación de los salarios públicos y recortes presupuestarios destinados a gasto social. Yanukovich, por su parte se preguntó “¿Qué tipo de acuerdo es este cuando nos aceptan y ‘nos ponen de rodillas’?” […] dando la única respuesta soberana que se podía dar “Creo que no hay que ceder, tenemos que proteger nuestros propios intereses”. Con ello Yanukovich activó el plan golpista.
Como activados por un resorte, algunos centenares de personas, contrarias a la decisión del gobierno se reunieron en el centro de la capital de Ucrania para protestar contra la decisión de no entrar en tratativas con la ávida y voraz Europa. De los gritos se pasó a la acción de grupos ligados a la ultraderecha ucraniana y choques con las fuerzas policiales. Los meses de diciembre del año 2013 y enero del año 2014 constataron un incremento de la violencia. Con cambios evidentes, ya la exigencia no era sólo firmar el acuerdo con la Unión Europea sino la renuncia de Yanukovich y su gobierno en pleno. El movimiento ultranacionalista y paramilitar Sector derecho reconoció ser el autor de los asaltos a ministerios y oficinas públicas, la organización de las protestas y sus acciones violentas, incluyendo el asesinato de miembros de la policía que marcaron aquellos meses previos al golpe final.
Desde el exterior, el gobierno del expresidente norteamericano Barack Obama daba su apoyo a los manifestantes al igual que las cancillerías europeas mostrando su clara intromisión en los asuntos internos ucranianos, visibilizados aún más por las propias confesiones de Victoria Nuland (tal como lo sostuve en el artículo sobre el Donbás, escrito para www.segundopaso.es (1). El mes de febrero del año 2014 marcó su punto de violencia máxima con más de 100 muertos entre manifestantes y fuerzas de seguridad. Yanukóvich firmó una resolución para convocar elecciones anticipadas y crear un Gobierno de transición.
Se pactó una tregua el día 21 de febrero. Decisión estéril que duró exactamente un día, pues el día 22 de febrero del año 2014 la oposición concretó el golpe de Estado usurpando el cargo del presidente legítimo de Ucrania. Se nombró a Alexánder Turchínov (estrecho colaborador de la ex primera ministra Yulia Timoshenko) como presidente interino, además de convocarse a elecciones anticipadas, que finalmente se realizaron el 25 de mayo del año 2014. Disolvió el Tribunal Constitucional, revocando además la ley que consagraba el uso del ruso como lengua oficial en Crimea y otras regiones.
Estados Unidos, el Reino Unido y otros países occidentales apoyaron decididamente el golpe de estado en Ucrania y su vector antiruso. Esto, porque encaja perfectamente en sus tácticas coloniales tradicionales de “divide y vencerás” y avanzar así en su idea de cercar a Rusia, aislarla y colocar en sus fronteras occidentales a decenas de miles de efectivos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) desde los países bálticos hasta, precisamente Ucrania, que es funcional a esta política destinada a ejercer políticas de máxima presión en diversos ámbitos y que se expresa en sanciones, bloqueos, provocaciones entre otras acciones.
Ucrania en todo este concierto la podemos definir como un cuasi Estado. Esto, porque las regiones occidental y sureste de Ucrania nunca existieron dentro de un solo Estado, se desarrollaron bajo la influencia de diferentes comunidades culturales (principalmente europeas y rusas). Se unieron artificialmente en una sola entidad tras el colapso del imperio ruso y el establecimiento de la ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviética (URSS).
Desde el punto de vista del estudio sicológico y sociológico, es posible profundizar sobre el hecho que la población de las regiones occidental y sureste experimentan un marcado y mutuo antagonismo a nivel subconsciente, especialmente tras el colapso en diciembre del año 1991 de la Unión Soviética.
Tras el golpe de Estado en Ucrania, la Federación rusa declaró y en eso pasó a la acción de garantizar, forzadamente, la seguridad de sus compatriotas en una península, Crimea, formalmente denominada hasta febrero del año 2014 como República Autónoma de Crimea. Una península ubicada en las costas del mar Negro, que estaba, no sólo bajo la idea del gobierno golpista de Kiev y el electo en mayo del año 2014, de concretar operaciones punitivas, como aquellas que ya se estaban implementando contra el Donbás y aquellas zonas que se habían proclamado como Repúblicas Populares (Lugansk y Donetsk).
Rusia ha señalado, en múltiples oportunidades, que respeta el principio de integridad territorial, pero siempre va a poner la defensa de la vida y los derechos de las personas en primer lugar. Más aún si ellas son de ascendencia, idioma y cultura rusa, sufren una política de represión e históricamente existe la necesidad de volver al curso histórico original, por encima de los límites formales creídos inamovibles.
El liderazgo ucraniano siempre tuvo un trato con Crimea como una zona de exclusión, como una colonia, un territorio donde sus habitantes eran considerados de segunda categoría. No prestó atención al desarrollo de su esfera socioeconómica, el turismo, un espacio donde los grupos industriales no pudieron desarrollarse por falta de apoyo, con altísimos costos medioambientales en aquellas ramas productivas que se ejecutaban sin control de protección alguna, convirtiéndose en una región con bajos indicadores de desarrollo humano.
No fue extraño entonces, que el 11 de marzo del año 2014 (al calor de los sucesos en Kiev, los ataques contra el Donbás y la conducta de enemistad mostrada hacia Rusia) Crimea se proclama como república, abarcando la otrora república Autónoma de Crimea y la ciudad con estatus especial llamada Sebastopol.
El día 16 de marzo del año 2014 se efectuó el llamado referéndum sobre el estatus político de Crimea, que consultó a su población sobre el ingreso del territorio en la Federación de Rusia o el retorno a la Constitución de Crimea de 1992. Triunfó ampliamente el ingreso del territorio a Rusia que fue refrendado al día siguiente, el 17 de marzo cuando la república fue establecida oficialmente como Estado independiente y cuyo gobierno solicitó, de inmediato, su anexión a la Federación rusa.
El día 18 de marzo, se firmaron los acuerdos de anexión de Crimea y Sebastopol a Rusia convirtiéndose, formalmente en entidades federales. Una República, en el caso de Crimea bajo soberanía rusa y la ciudad de Sebastopol bajo la consideración y estatus de ciudad federal.
La incorporación de Crimea a Rusia fue, en lo formal, un proceso apegado a las leyes internacionales. Se llevó a cabo en base a un procedimiento democrático, como es el referéndum, donde el 9 7% de su población votó a favor de unirse a la Federación rusa. Adicionemos, que además se hizo bajo el marco y el espíritu del derecho internacional reconocido para las naciones en materia de su autodeterminación. La historia en esto es implacable. La incorporación de Crimea a la Federación rusa tuvo lugar en el marco del restablecimiento de la justicia histórica. Es un territorio que durante siglo perteneció a Rusia. Hasta el año 1954, la península era parte de Rusia, en el seno de la ex URSS y fue “regalada” por decisión particular y caprichosa del otrora deje de la ex URSS Nikita Khrushchev, de madre nacida en la Ucrania Occidental. Un Khrushchev que trabajó y vivió largos años en Ucrania incluso como jefe político entre el año 1938 y 1948 (2).
Las sanciones contra Rusia por la incorporación de Crimea no sólo son inútiles, sino que carecen de sentido, fortalecen una decisión que da cuenta de la realidad demográfica, de sentimientos, de cercanía, de búsqueda de protección y sobre todo a un tema de justicia histórica. Tengamos presente, que en Kiev, al igual que en otros países donde se concretan acciones desestabilizadoras, contra gobiernos considerados enemigos de Washington y Europa, en Ucrania esas acciones fueron organizadas por ONG internacionales, partidos políticos y movimientos terroristas controladas por las mencionadas potencias occidentales, a través de sus servicios de inteligencia y su propio cuerpo diplomático. En ese plano, Rusia no es un país que tiemble ante una amenaza o el movimiento de tropas o la navegación de naves de guerras por el mar Negro o las palabras altisonantes de algún dirigente con más verborrea que otro. Si Rusia mueve sus tropas en su territorio es parte de sus decisiones, como llevarlas o replegarlas y en ese sentido las opiniones de la OTAN no definen el curso de las acciones militares que tome Moscú.
El regreso de la península de Crimea a la jurisdicción de Ucrania es imposible. Así sostenido por ejemplo, por el presidente de la Duma del estado (Cámara Baja del parlamento ruso) Vyacheslav Volodin, quien, ante el referéndum del 16 de marzo del año 2014 afirma “Crimea es ahora parte inalienable de Rusia y el principal mérito en eso pertenece a sus habitantes, que expresaron su voluntad en el referendo del 16 de marzo de 2014. La gente hizo tal elección porque tenemos una historia común, el país fue dividido injustamente…Rusia no puede existir sin Crimea, porque allí están sus orígenes, fue allí donde el príncipe Vladímir recibió el bautismo y después convirtió a la fe cristiana ortodoxa al pueblo ruso” (3) Crimea está completamente integrada con otras regiones de la Federación rusa y prueba de ello es lo que acontece en el estrecho de Kerch, que conecta el mar Negro con el mar de Azov y donde ha sido construido un puente (para automotores y ferrocarril) el más largo de Europa, inaugurado el año 2018 de 20 kilómetros de longitud por el presidente Vladimir Putin y que ha sellado esa unión entre la punta Chushka en la península de Tamán en Rusia y la Península de Kerch, en la península de Crimea.
La vida de la población de Crimea, tras su incorporación a Rusia ha mejorado ostensiblemente. En un breve período de tiempo, el gobierno ruso ha proporcionado a los representantes de las minorías nacionales (según el censo del año 2014 constituidos por Tártaros de Crimea y Tártaros con un 12,6 %, Ucranianos con un 15,6 % y otras minorías como armenios, bielorrusos, entre otros que constituyen un 4 % de la población general) y los rusos que viven en la península que constituyen el 67,9 % de la población, dotados de derechos y libertades significativamente mayores que los tuvo de Ucrania en 30 años.
No hay vuelta atrás, por más tropas que la OTAN disponga como amenaza contra Rusia, por más que Ucrania se incorpore a la OTAN. Rusia es lo suficientemente poderosa, para que esos afanes belicistas choquen con una preparación, una organización y clara orientación política militar, en el marco de armas probadas en terreno y que han mostrado su eficacia en materia de aviones, artillería, misiles, comunicaciones e inteligencia. Crimea, tal como lo sostiene el presidente Vladimir Putin es un asunto cerrado