El proyecto Nord Stream ha mostrado en forma evidente, que la soberanía alemana en particular y la europea en general está en entredicho.
Alemania vive hoy la expresión concreta, que incluso la soberanía de países, aparentemente poderosos, se ven limitadas si el aliado principal decide que puede ser bueno o no en materia de acuerdos comerciales, de decidir a quién le compra la energía que necesita para su industria y sus hogares y si le está permitido tener relaciones con una federación, como es la rusa, definida por Washington como enemigo estratégico principal.
Tras un año 2020 plagado de problemas, derivados de las amenazas estadounidenses, la falta de firmeza política por parte del Gobierno alemán, presidido por la canciller Angela Merkel, y la oposición de Washington, organismos de la Unión Europea y con extrema oposición de países como Polonia, Letonia, Lituania, Estonia y Ucrania entre otros, el proyecto Nord Stream II, que se encuentra en un 94 % de su ejecución tuvo que frenar su avance y recién comenzar la parte final de las labores en diciembre del año 2020. Esto, cuando los resultados de las elecciones presidenciales en Estados Unidos mostraban que el expresidente estadounidense Donald Trump ya no sería inquilino de la Casa Blanca dando un respiro momentáneo para concluir este propósito energético.
La información oficial entregada respecto al proyecto señaló que “a mediados de enero de 2021, la Agencia Federal Marítima e Hidrográfica (BSH) de Alemania emitió un permiso para la finalización del gasoducto Nord Stream II en la Zona Económica Exclusiva Económica (ZEE) de Alemania. Los medios alemanes también señalaron que la finalización aún podría retrasarse por acciones legales de grupos ambientalistas, ya que el tramo restante de 30 km del gasoducto atraviesa el borde de un área de conservación de aves. El día 25 de enero de 2021 el buque tendido de tuberías Fortuna había comenzado a trabajar en el sitio de construcción de Nord Stream II en aguas danesas, y que el trabajo se estaba realizando de acuerdo con los permisos pertinentes de las autoridades danesas” (1)
El proyecto Nord Stream II da cuenta de la construcción, instalación y puesta en práctica de un gasoducto con la participación de empresas de Alemania, Suiza, Países Bajos y Rusia cuya ejecución sobrepasa los 12 mil millones de dólares y que conectará, en paralelo al gasoducto Nord Stream I (que está en uso desde el año 2011) Rusia con Alemania y países de Europa central y del este. Una instalación que a lo largo de 1.230 kilómetros de tuberías a través del mar Báltico vincula los puertos de Ust Luga en Rusia con la estación de término ubicado en la ciudad alemana de Greifswald.
Europa define su política exterior en Washington
La oposición al Nord Stream II ha colocado a Alemania en un dilema diplomático, económico y con un trasfondo geopolítico, que viene a ser el motivo principal de esta oposición a la alianza germano-rusa que entraña el mencionado gasoducto. Un proyecto que pone a Alemania como principal destinatario del gas ruso, pero cuya ramificación implica otros países europeos, que necesitan del gas ruso por la serie de ventajas frente al forzado ofrecimiento de gas licuado por parte de Estados Unidos, más costoso y contaminante frente a la decisión europea de cesar el uso de combustibles fósiles de aquí al año 2050. En una clara muestra de neoimperialismo, Estados Unidos a través del lobby energético que ha logrado aglutinar el apoyo del Congreso para oponerse a Nord Stream II a pesar que no los incluye y que se encuentra a 7 mil kilómetros de distancia cruzando el Atlántico; pretende cerrar la posibilidad que la Federación Rusa (considerado un enemigo estratégico al igual que China) concrete acuerdos comerciales con países europeos por considerarlo una amenaza a la seguridad, es decir se impone, más que una necesidad energética, una exigencia político-militar de Washington y la OTAN.
Las opiniones de políticos, gobiernos, el lobby energético estadounidense, grupos ambientalistas, han señalado que el proyecto Nord Stream II no beneficia a la Unión Europea, lo que en estricto rigor es cierto pues trae ventajas directas para los países que son parte del proyecto y los que se quieran sumar lo podrán hacer gestionando con Alemania el acceso a la matriz principal. Donald Tusk, expresidente del Consejo Europeo llevó la voz cantante en esta línea de oposición. Por su parte el ex Primer Ministro italiano Matteo Renzi y el primer ministro húngaro Viktor Orbán cuestionaron que se privilegiara este nuevo gasoducto sin haber puesto en las agendas de prioridad al descartado proyecto South Stream, desechado por Rusia el año 2014. Rusia además, suspendió las negociaciones a fines del año 2015, para construir el gasoducto Turkish Stream, gasoducto debía entrar en funcionamiento en 2019 y reemplazaría al South Stream, al que Gazprom renunció por la oposición de la Unión Europea.
Existe un grupo de países (nueve en total) que está abiertamente contra el proyecto Nord Stream II. Son aquellos que en marzo del año 2016 enviaron una carta, firmada por sus líderes políticos (2) advirtiendo que el proyecto Nord Stream 2 contradice los requisitos de la política energética europea respecto a que “los proveedores de la Unión Europea no deben controlar los activos de transmisión de energía y que el acceso a la infraestructura energética debe garantizarse a las empresas que no forman parte del consorcio”. Lo sintomático de esta carta es que 8 de sus nueve firmantes fueron parte de los países del desaparecido bloque socialista y que hoy, en el caso de los países bálticos y Polonia en forma principal, son renuentes a cualquier tipo de acuerdo con Rusia.
A esa carta de países de la Unión Europea, se une la misiva enviada en julio del año 2016 por dos legisladores republicanos el fallecido senador y excandidato presidencial John McCain y Marco Rubio quienes hicieron llegar sus opiniones al presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, donde calificaron a Nord Stream II como un paso atrás para la política de diversificación y energía de Europa. Planes sindicales. A los senadores también les preocupa que este proyecto pueda socavar las economías de Ucrania y Europa del Este” (3) En la argumentación de esto parlamentarios está la visión hegemónica de Estados unidos que adiciona ideas tales como el considerar que la alianza entre Alemania y Rusia a través de Gazprom socava la seguridad y estabilidad energética general de Europa y genera la posibilidad que Rusia genere un elemento de presión frente a las necesidades energéticas europeas, una consideración extraña tomando en cuenta que desde hace medio siglo la ex Unión Soviética y la actual Federación Rusa han sido proveedoras del gas para Europa.
Isabelle Kocher, directora ejecutiva de Engie (empresa de capital francés) y socia del proyecto Nord Stream, criticó las sanciones estadounidenses dirigidas a los proyectos, y dijo que eran un intento de promover el gas estadounidense en Europa. A esa visión se une el análisis que vislumbra otras intenciones de Estados Unidos. Según Igor Yushkov, analista senior del Fondo Nacional de Seguridad Energética, los senadores han distorsionado la verdad en su carta. “Rusia está construyendo nuevos gasoductos no tanto para suministrar más gas como para crear alternativas a la red de gas de Ucrania, mientras que el objetivo de los estadounidenses es llevar a los rusos de regreso a Ucrania y continuar financiando ese país a expensas de Gazprom. No es un secreto que el gas ruso le da a Ucrania miles de millones de dólares estadounidenses” (4)
El gas ruso debería compensar la disminución del gas de Noruega, países bajos y otros países europeos que ya no poseen posibilidades de yacimientos de gas. Se da la paradoja que países con enormes transnacionales energéticas como Italia (ENI) Francia (Total) países bajos (Shell) y Gran Bretaña (British Petroleum) no poseen ni petróleo ni gas, son simplemente especuladores, empresas propietarias y oportunistas que suelen aprovechar las ventajas derivadas de guerras de agresión, invasiones y gobiernos corruptos, para asentar sus garras en ricos yacimientos que los provean no sólo de la energía sino que de ingentes capitales con el cual seguir gozando las prebendas de países desarrollados. Resulta una clara política de doble rasero criticar el suministro de gas de Rusia a Europa alegando temas vinculados a soberanía energética, al mismo tiempo que las empresas transnacionales europeas suelen participar del financiamiento a los grupos en guerra en países ricos en recursos energéticos para tener la primera línea en su explotación. No es casual que la italiana ENI en Libia entregue su sostén al Gobierno de Acuerdo Nacional (GAN) con sede en Trípoli, en la trinchera opuesta a la Total francesa que apoya al mariscal Jalifa Haftar que controla los pozos, refinerías y puertos del este libio.
En el plano de la realidad, del pragmatismo del que se supone es el libre comercio internacional, tan predicado por Washington y sus aliados occidentales, los recursos energéticos de la Federación Rusa significan un suministro directo, más económico y sin las tensiones derivados de un recurso energético que tiene que pasar por gasoductos en países intermediarios como lo ha sido con Polonia, Ucrania y Bielorrusia, de los cuales los dos primeros han sido tradicionales enemigos de Rusia y receptores de todo tipo de ayudas y planes destinados a generar procesos de disputa con Moscú, que en el caso específico de Kiev han implicado tensiones, que han llegado incluso al enfrentamiento armado entre las tropas del gobierno central y fuerzas separatistas en el este del país de mayoría rusa.
En todo este marco resulta evidente que quien está definiendo la política energética alemana, no es precisamente el país europeo. Las presiones, sobre las directrices sobre este punto clave de la independencia económica en materia de la provisión energética provienen directamente de Washington. No sólo bajo el ex presidente Trump, sino desde el momento mismo que Nord Stream surgió a la luz pública, bajo el gobierno del expresidente Barack Obama. Gobierno, parlamentarios y el poderoso grupo de presión energético estadounidense, que anhela que sea el gas licuado estadounidense el que provea el mercado europeo a pesar de ser más contaminante y oneroso. Washington ha sido enemigo de llevar a buen término el proyecto germano-ruso, que dotaría de gas barato y limpio a numerosos países europeos.
El discurso estadounidense es tan claro como evidente. Estados Unidos, país que se encuentra a siete horas de vuelo comercial de Europa y a unos 8 mil kilómetros a través del Atlántico sostiene que este proyecto aumentaría enormemente la influencia de Rusia (país euroasiático) en un momento de fuerte tensión entre Washington y Moscú cuyo ejemplo lo encontramos en materia de la política de sanciones implementadas contra Moscú, las acusaciones de intervención en la política interna estadounidense, los desencuentros en materia del Tratado de misiles INF entre otros puntos.
Para políticos alemanes como el eurodiputado Markus Piper del Partido Popular Europeo el tema de fondo con las críticas a Nord Stream son claras y visualizan a Washington y el interés de fortalecer su política energética interna “Si abandonamos la energía nuclear y el carbón al mismo tiempo, necesitamos el gas natural como puente vulnerable hacia la era del hidrógeno. Visto así, el fin de Nord Stream es el comienzo del gas licuado estadounidense. Es mucho más caro y contaminante, pero es un negocio para Estados Unidos. Así que para Estados Unidos, ya sea Trump o Biden, Nord Stream no tiene que ver con los intereses de seguridad, sino con su propio negocio de fracking o fracturación hidráulica a costa del medio ambiente”.
En todo este análisis no podemos dejar pasar un hecho que huele a bandera falsa. Es decir, ese tipo de operaciones destinadas a refrendar una política de hostilidad contra determinado país. Me refiero al envenenamiento del político ruso Alexéi Navalni en agosto del año 2020 por medio del uso del agente nervioso Novichok del cual se acusó a los servicios de inteligencia ruso en momentos que justamente el tema del Nord Stream y las tensiones con Estados Unidos se encontraban en su apogeo. Un Navalni que fue detenido precisamente en Alemania y que en su vuelta a Rusia fue detenido en el aeropuerto. Acontecimiento que implicó que el Parlamento Europeo sacara una resolución “sobre la detención de Alexéi Navalni en Moscú donde se insta a las instituciones de la Unión Europea y a todos los Estados miembros a que pongan fin a la finalización del gasoducto Nord Stream II y apremia para que la Comisión utilice todos los medios jurídicos y políticos disponibles para impedir su finalización, con el fin de evitar que Europa aumente su dependencia del suministro energético ruso”.
Nord refleja, en toda su dimensión la pugna geopolítica en el continente europeo, donde una potencia a la baja como Estados Unidos pretende imponer, de modo totalitario, su doctrina de lo que debe ser la política económica y de defensa europea. Nord Stream II desde el punto de vista económico es de menor relevancia, si lo comparamos con otro proyecto energético, el llamado “Fuerza Siberia”, acordado el año 2014 entre Rusia con Vladimir Putin y China con Xi Jinping e inaugurado en diciembre del año 2019. Un convenio de gasoducto multimillonario, que suministra gas al norte de China desde la región de Yakutia en Siberia. Llamado el Acuerdo del Siglo entre el grupo Gazprom de Rusia y la Corporación Nacional de Petróleo de China con una inversión de 55 mil millones de dólares para 3 mil kilómetros de tuberías, en un contrato a 30 años que reportará un estimado de 400 000 millones de dólares estadounidenses durante el período.
Nord Stream II y Fuerza Siberia son la muestra que las visiones de multilateralismo son absolutamente distintas entre un Estados Unidos impregnado de sus mitos fundacionales, añejos, falsarios y sobre todo hegemónicos enmarcados en su anquilosado destino manifiesto, cuestionado incluso por sus socios europeos. Un multilateralismo que se impone frente a las visiones de dominio de Washington, que día a día ver perder terreno en amplias regiones del mundo. No se trata sólo del gas y su distribución, sino también del cómo establecer mejores relaciones políticas y comerciales.
Nord Stream ha sido calificado por las administraciones de Obama y Trump como como una “herramienta de coerción” pero, sin embargo, el único que coacciona, amenaza chantajea, ofrece sanciones a diestra y siniestra si los países, soberanamente, deciden comerciar con Rusia, es precisamente Washington. Nord Stream ha mostrado en forma evidente, que la soberanía alemana en particular y la europea en general está en entredicho.