Doce de enero de 2021, inicios de un año que se dibuja complicado, agoniza el mandato de Donald Trump, pero el esquema de dominación de las élites estadounidenses permanece intacto y eso no ha cambiado por varias décadas.
Nos referimos a la fecha como el día en que los gobiernos de Estados Unidos y Guayana firmaron un amplio acuerdo militar, divulgado al menos en sus letras grandes, en las portadas de los principales medios guyaneses.
“Guyana y los Estados Unidos de América colaborarán contra amenazas y desafíos regionales y participarán en programas de educación militar, compromisos de desarrollo de capacidades, capacitación bilateral e intercambios de experiencia”, así describe el acuerdo el diario Guyana Chronicle.
“Acuerdo de Adquisición y Servicios Cruzados”, es el nombre de lo firmado por el jefe del Comando Sur de Estados Unidos, Craig Faller durante su visita a Georgetown. Todo esto en el contexto de ejercicios militares conjuntos con Guyana en áreas marítimas en litigio con Venezuela y muy cerca de las aguas jurisdiccionales de la patria de Simón Bolívar.
También en el contexto de las previsiones de Guayana como el país que más crecerá económicamente en América del Sur, gracias a la explotación de yacimientos petroleros en áreas en disputa, con muy ventajosas condiciones para la transnacional Exxon. Para rematar, en el contexto de la intervención de la Corte Internacional de Justicia (CIJ) en la disputa por el territorio de la Guayana Esequiba, arrebatada a Venezuela mediante la ocupación británica, que posteriormente se intentó legitimar por un laudo arbitral írrito en 1899.
Y como si faltara poco, pero no menos importante, todas estas acciones no pueden desvincularse del afán macro de las élites estadounidenses de construir enclaves que le permitan recuperar a la América del Sur como “su patio trasero”. Esto no debe ser visto solo desde el punto de vista político, ya que Washington cuenta con incondicionales aliados en la región, sino también desde el punto de vista económico, que es al final el determinante en los movimientos políticos y militares del entramado de las élites norteamericanas.
“Mejor preparados”
El acuerdo con el Comando Sur fue rubricado por la parte guyanesa por el brigadier Godfrey Bess, jefe de Estado Mayor de la Fuerza de Defensa de Guyana, quien indicó que “la cooperación en defensa también contribuye a mejorar el profesionalismo y la formación de los oficiales militares”. ¿Se referirá al mismo profesionalismo con el que las fuerzas militares estadounidenses han destruido recientemente a Irak y Libia, por ejemplo? ¿O se referirá al profesionalismo con el que entrenaron a oficiales militares latinoamericanos para imponer la tortura, el secuestro y la represión como políticas de Estado?
El avance de los acuerdos entre Guayana y EEUU ha sido muy rápido, el precedente más cercano es de apenas 2020, cuando el secretario de Estado (canciller) de la administración Trump estuvo en Georgetown para rubricar un acuerdo de cooperación marítima entre ambos países. Aquella visita también se produjo en un punto álgido de las políticas de asedio y amenaza militar de Washington contra Venezuela. Faller había estado además nomás en 2017 en Guyana. Un singular interés por un país con menor peso político y en los procesos de integración menor en Suramérica.
La democracia profanada
Respecto al acuerdo, Faller mencionó que permite entrar “en una nueva era de asociación de defensa. Durante más de medio siglo, nuestros países han construido un vínculo de amistad en nuestra cooperación militar a militar; una especie de amistad que encontramos entre vecinos con valores compartidos, vecinos comprometidos con la democracia”. Como siempre el cinismo y las verdaderas intenciones son escondidas bajo la manipulación del concepto de democracia.
Recordemos por ejemplo cuál es ese presunto compromiso con la democracia de Guyana. En 2020 el exprimer ministro, entonces en ejercicio y candidato a la reelección David Granger consumó un fraude electoral que fue denunciado por fuerzas de la oposición guyanesa. Los resultados de los comicios efectuados el 2 de marzo apenas fueron conocidos realmente en agosto: ¡seis meses después!
Hay que agregar que las elecciones del 2 de marzo fueron convocadas luego de que en diciembre de 2019 la oposición guyanesa votara la «no confianza» en su gobierno. Granger desconoció al Parlamento, luego de una batalla política fue que decidió ir a comicios.
Lo cierto es que Granger perdió las elecciones, se aferró a un fraude y desconoció al resto de los poderes públicos.
«Guyana está siendo retenida por unas pocas personas que desean el poder para su propio beneficio con el pretexto del fraude electoral», declaraba a mediados de junio la Organización Musulmana Juvenil (OMY, en inglés). Apuntaban a Granger, quien había secuestrado el Gobierno.
El 21 de julio de 2020, la Corte Suprema de Guyana dio por válido el recuento de votos que desfavorecía a Granger, aun así, el señor continuó ejerciendo el gobierno y, como decíamos antes, fue tan solo en agosto cuando aceptó entregar el mando a los ganadores de las elecciones, el Partido Progresista del Pueblo (PPP).
Asumió entonces como primer ministro Irfaan Ali, un exfuncionario que incluso había participado durante el mandato de Bharrat Jagdeo (1999-2011) en la construcción de acuerdos de cooperación con sus vecinos de Venezuela. Claro, aún estaba lejos el dinero de la Exxon y de la explotación de las reservas probables de petróleo en aguas en disputa del territorio Esequibo, por tanto, históricamente de Venezuela.
Sobre el almirante Faller, hablando de compromiso con la democracia, el chiste se cuenta solo. En Estados Unidos los derechos democráticos son una fantasía vista como comedia con un punto de máxima farsa con los recientes sucesos del asalto al Congreso de esa nación. Una democracia cuestionada de plano incluso por su propio presidente Trump, además desde un punto de vista conservador. Una democracia que impide la real representación de los ciudadanos y que de facto es secuestrada en todos sus ámbitos por la élite político-económica-militar.
Si hablamos de cooperación mucho menos puede Estados Unidos considerarse un ejemplo internacional. Sigamos con eso.
“Los que más han cooperado con la región”
Faller agregó en su discurso que Estados Unidos ha sido en la región de América Latina y el Caribe, “el mayor donante de asistencia humanitaria relacionada con Covid-19”. No se puede ser más cínico al decir eso en el país vecino de Venezuela, nación a la que han impedido hasta el acceso a sus reservas internacionales y le han arrebatado sus activos en el exterior e impedido las compras básicas de insumos de salud y medicamentos.
Pero no solo es la agresión directa contra Venezuela y Cuba, es que Estados Unidos es el país del mundo más afectado por la pandemia por la propia desidia de sus gobernantes, incapaces de atender los reclamos de equipos de protección de las enfermeras de Nueva York.
Y no solo es eso, es que han sido otros países que no son del continente, como China y Rusia, los que activamente, sin distingos políticos e ideológicos, han cooperado desde el punto de vista material con la región en el combate a la pandemia. La vacuna rusa Sputnik V es la que mayoritariamente han logrado adquirir los gobiernos de la región y es China el país que más ha donado y vendido equipos e insumos para enfrentar la emergencia sanitaria. Todo ello en momentos en que Estados Unidos y sus aliados han fomentado el llamado “nacionalismo de las vacunas” para acapararlas todas y así dejar sin oportunidades a los países de Latinoamérica, África y Asia.
¿En serio, a quién quieren mentir? ¿Al mismo Gobierno guyanés que conscientemente está jugando el partido de la Exxon y que por tanto servirá de plataforma a todo lo contrario que dice el acuerdo sobre cooperación y seguridad regional?
“Tenemos mucho trabajo que hacer como vecinos, amigos y, lo más importante, como compañeros de equipo que respetan la democracia y el Estado de derecho y los valores”, así condensa Faller la desfachatez.
Preparando el zarpazo
Así como decíamos en las primeras tres líneas de este texto, las estrategias de los gobiernos de Estados Unidos respecto a la dominación de América Latina son casi siempre invariables, más allá de los matices.
Los descubrimientos petroleros aceleraron algo que ya venían preparando paso a paso, que era tener a Guyana como un particular enclave en la región. Tal como dijo Faller en su acuerdo con el Gobierno guyanés, la presencia militar estadounidense allí lleva casi dos décadas en distintos formatos.
Esto implica los programas de formación y entrenamiento de las fuerzas militares guyanesas. Más reciente es cuando la pieza de la Exxon se ensambla al rompecabezas para amarrar por completo a gobiernos que casi siempre habían sido ajenos e indiferentes a sus vecinos de América del Sur, que concentran sus relaciones con el Caribe y con los orígenes culturales mayoritarios de su población.
Es una carrera geopolítica que no debemos perder de vista, además de la amenaza inminente de la nueva componenda hecha ante la Corte Internacional de Justicia para tratar de sellar el arrebato a Venezuela de su Guayana Esequiba. El zarpazo no es solo contra Venezuela, es otro movimiento para intentar perpetuar una dominación decadente.
El írrito laudo de 1899 fue una farsa construida con la activa participación del Gobierno estadounidense. En aquel momento para beneficio de sus socios del Reino Unido. Es un eslabón histórico que no debemos olvidar. Un enclave colonial en nuestra América del Sur, sesenta años después el litigio es heredado por la actual Guyana.