Las cruzadas en la época del Imperio: últimos ajustes

La situación imperante en el mundo actual lleva a reflexionar en la historia de la humanidad, la cual confirma que las similitudes en las sociedades no son casualidad, sino que obedecen a la propia historia. Y esa historia, sin duda, es la historia de la lucha de clases.

 

 

Quizás a algunos lo dicho les recuerde la afirmación de incalculable valor realizada luego de un exhaustivo análisis, por uno de los más grandes pensadores de la humanidad, aunque para otros no sea más que un eslogan. Pero lo cierto es que, en los momentos actuales, y a pesar de que teóricamente debíamos estar más preparados en términos de conocimientos y medios para enfrentarla, nuestras sociedades se han visto atacadas por una terrible y muy agresiva pandemia. Y el coronavirus, al igual que la peste negra muchos siglos atrás, está dejando un triste rastro de dolor y muerte. Pero, mientras que un grupo de países se empeñan a fondo tratando de salvar a toda su población, el gobierno de Estados Unidos, al igual que el papa Urbano II en el Concilio de Piacenza (5 de marzo de 1095), intenta convocar la “Guerra Santa” contra China para sobrevivir a toda costa, liderar la cruzada de los ricos y mantener la hegemonía imperialista en el mundo.

En efecto, recordemos en la historia de las sociedades humanas el ejemplo del Medioevo. Allí la explotación feudal fue la condición de semiesclavitud que anclaba a la tierra a sus ocupantes, privándoles de todo tipo de derechos y garantías. Las nuevas fuerzas que lo sobrepasan y amenazan estaban asociadas, sin embargo, a la naciente manufactura que reemplaza el esclavo por el asalariado, la cual surge producto del propio desarrollo de la producción, que no solo ofrecía un halo de libertad asalariada, algo así como una pandemia de “libertad”, sino el impulso de las capacidades técnicas y el desarrollo de la ciencia, condición que no podría aceptar ni sostener el feudalismo agudizando, a su vez, sus contradicciones. Para poder mantener la explotación feudal existente frente a estas nuevas fuerzas, los poderes feudales dominantes crean dos mecanismos de control.

Uno fue la Inquisición, dado que para la Iglesia católica y los señores feudales era necesario detener toda nueva creación desde el punto de vista intelectual, científico o técnico. Surge, entonces, esta macabra entidad como un mecanismo represivo, una forma más de dominio y terror. Quien inventaba una máquina o hiciera un descubrimiento científico era simplemente “aliado del diablo, poseído por satán” y, por lo tanto, condenado a morir en la hoguera, como ocurrió con Nicolás Copérnico, que por decir que Tierra no era inmóvil ni el centro del Universo, sino que este último era el Sol, y los planetas (entre ellos la Tierra) giran a su derredor, fue condenado a morir quemado.

La Inquisición como “solución”, que hace entrar a la humanidad en una época de oscurantismo y retroceso salvaje, no resuelve, sin embargo, la pandemia social que este modo de producción enfrentaba asociado, entre otros aspectos, a las crecientes necesidades de sus hambrientas poblaciones, ni los problemas de concentración poblacional que enfrentaba Europa, ni los demográficos cuya solución requería, precisamente, nuevas creaciones (ciencia y técnica), reactivación económica y disposición de recursos.

El segundo mecanismo de control adoptado fue, no obstante, las Cruzadas. Este mecanismo ideado para eliminar el peligro al feudalismo y sus formas de dominio buscaba varios efectos, el primero, era desocupar de los sin tierras y hambrientos la Europa feudal, así eliminaban la presión social y al mismo tiempo se adueñarían del comercio del mediterráneo y de nuevas tierras.

El detalle está en que el llamamiento a las Cruzadas no lo hace un emperador, sino un Papa. Un Papa, además, guiado por un ideario político-religioso que lo hace creerse un soberano absoluto, como señor supremo del mundo al cual todos deben sometimiento, incluidos los demás jerarcas laicos y religiosos. Y lo hace no porque represente la Iglesia, sino porque, como Iglesia, era la organización feudal más potente y centralizada y, por ende, la fuerza más directamente interesada en el máximo fortalecimiento del régimen feudal. Y estaba interesado y pretendía algo más que defender los intereses materiales de la Iglesia; pretendía también ser el centro aglutinador de las desperdigadas fuerzas feudales, logrando el fortalecimiento del régimen desviando la atención hacia la lucha contra otro objetivo que pudiera ser común a todos ellos. Las sanciones (léase excomunión), las indulgencias y los privilegios temporales, fueron los mecanismos en la base de las alianzas de acción entre el poder de la Iglesia y el de los señores feudales que no podían enfrentar el creciente descontento social y las propias rebeldías en sus feudos. 

Las Cruzadas fueron invasiones al Medio Oriente para el supuesto rescate del Santo Sepulcro. Un Medio Oriente que tenía un avanzado sistema comercial y, al mismo tiempo, científico y educacional, con universidades, escuelas de medicina, hospitales. Y, para Occidente, con una peligrosa separación del poder religioso del poder del Estado, que tenían un parlamento elegido el maylis, un mundo musulmán muy avanzado en todos los aspectos de la vida humana frente a un mundo occidental que, producto de la Inquisición, atrasó a sus pueblos en más de mil años.

En ellas, ciertamente, participaron los grandes señores, las ansias de riqueza y poder fue el gran estímulo. Pero el grueso de los miles de las tropas estuvo constituido por esclavos, campesinos y gente de las ciudades y pueblos que huían así de la opresión feudal. Pero ellas fueron un gigantesco “holocausto” de los pueblos de Occidente. Así, por ejemplo, de los cien mil hombres que en su mayoría no pertenecían a la clase feudal en la gran cruzada de 1096 a 1099 dC solo la mínima parte llegó a Jerusalén, mientras que la mayoría pereció en los combates o murió de hambre y de las epidemias. En la oleada del año 1100 dC de 200 mil la gran mayoría pereció en Asia Menor. La muerte de ellos no era importante. Urbano II lo había dicho: “Si triunfáis, serán vuestro galardón las bendiciones del cielo y los reinos del Asia, y si sucumbís, conseguiréis la gloria de morir en los mismos sitios que Jesucristo, y Dios no olvidará que os ha visto en su milicia santa”.

Establecido el reino cristiano de Jerusalén y terminadas las Cruzadas regresaron a Europa. Solo olvidaron el Santo Sepulcro, el cual se suponía debían haber rescatado, y por el cual murieron millones de seres humanos para terminar hoy en día entregándoselo a la ocupación sionista, donde la persecución y expulsión de los cristianos palestinos no puede más que hacer recordar los objetivos y resultados de las cruzadas.

En este siglo XXI una pandemia biológica de origen desconocido, si bien sospechoso –en términos de la sociedad capitalista en que vivimos las constantes guerras de usurpación y ocupación de otros pueblos con el objetivo declarado de apropiarse de sus recursos naturales y comerciales y sus desastrosos resultados sociales–, está atacando de nuevo nuestras sociedades. Y si bien algunos países, como Canadá, han establecido enfoques distintos en sus respuestas a la pandemia, habiendo priorizado la preservación de la salud de todos sus ciudadanos por encima de cualquier otro interés, imprimiendo a su gestión contra el Covid-19 un profundo sentido humano, otros, como Suecia, han preferido dejar que sus ciudadanos contraigan el virus para inmunizarse, le llaman “inmunidad de rebaño”. Al parecer, se ha escrito, es un cheque en blanco para que los gobiernos básicamente se deshagan de los ancianos y otros grupos vulnerables. Así tan crudo como se lee, algo deliberado para dejarlos de lado, como si fueran una incómoda población inútil, desechables, al igual que el Medioevo.

Por el momento, esta pandemia ha dejado al desnudo una realidad absolutamente indesmentible, que los países con economías neoliberales son los que han respondido de la peor manera a la lucha contra ella, Estados Unidos, España, Italia, Reino Unido y Francia, entre otros, con un índice de fallecidos por millón de habitantes de 262, 584,  519, 495 y 420 respectivamente para mayo de 2020. Es decir, aquellos que se denominan del primer mundo, mientras que otros con menos desarrollo, pero donde la medicina no es un negocio que destina a la muerte a los más pobres, como Cuba, Irán y Palestina, presentan índices con cifras de 7, 82 y 0.4 en la misma fecha.

Lo cierto es que millones de seres humanos han sido contagiados y cientos de miles han perdido la vida. En su enorme mayoría personas de la tercera edad y los más pobres. Las cifras, cuando sean finales, dirán algunas cosas sobre esto y quizás hasta develan algunas verdades. También quizás los grandes centros económicos y de poder ven con buenos ojos el creciente aumento de las muertes de pobres y ancianos, considerados cargas inútiles y esperan con ello un alivio en sus arcas. Pero lo importante para Estados Unidos es convocar la Cruzada.

Muchos dicen de manera tajante que nunca este mundo volverá a ser igual. El asunto es que hoy más que nunca cobra fuerza y realidad aquella afirmación de que la historia de las sociedades es la historia de las luchas entre los explotadores y los explotados, cualquiera que sea la forma en que esta se exprese. Y la lucha contra el coronavirus, aunque no lo parezca, también lo es.    

Fuente