Quién manda a quién en el gobierno de las transnacionales

Programar la mente de las personas, manipular el subconsciente mediante las técnicas más modernas de las relaciones públicas y la ingeniería de consenso, es vital para la existencia del sistema capitalista.

 

 

Los peores presagios de los escritores de ciencia ficción estadounidenses, Aldous Huxley y Ray Bradbury, parecen hacerse realidad en un mundo dominado por la cultura del capitalismo neoliberal, un cosmos de narcotizados esclavos felices.

Se ha alcanzado un éxito extraordinario en disuadir las amenazas al sistema con una avalancha de falsedades. Bombardean a la gente con una lluvia constante de contenidos triviales, que resaltan todo lo negativo y morboso que ocurre, contenidos que, a pesar de la variedad de medios para acceder a ellos, no significa que sean diversos. Un mismo mensaje puede presentarse de varias formas, repetido hasta la náusea.

El mundo de la diversión va poco a poco homogeneizando los gustos con producciones fútiles, utilizando herramientas digitales que simplifican la historia de un país, con el único fin de vender engendros nacidos de la necedad.

Programar la mente de las personas, manipular el subconsciente mediante las técnicas más modernas de las relaciones públicas y la ingeniería de consenso, es vital para la existencia de ese sistema.

David Rothkopf, autor de ¿In Praise of Cultural Imperialism?, afirma en su obra que, para Estados Unidos, uno de los objetivos básicos de la política exterior en la era de la información es ganar la batalla de los flujos informativos, «dominando las ondas, al igual que Gran Bretaña reinó una vez sobre los mares».

Una red de organizaciones, utilizando la estrategia del «tercero independiente», que consiste en crear instituciones, grupos, centros de investigación y ong que defiendan la agenda del poder capitalista, bajo el manto de «independientes» –si lo dice el gobierno la gente puede dudar, pero si lo dice un «prestigioso» científico, intelectual o una acreditada organización, es creíble–, libran la batalla para convencernos de cualquier cosa que les interese a los autoproclamados dueños del mundo.

Organizaciones como Open Society Foundations, entre otras, tienen la misión de «fabricar» líderes y movimientos opositores light que muevan su accionar dentro de los marcos que impone el establishment.

Estos grupos o movimientos opositores son utilizados como elementos divisores y confrontadores y actúan como peso y contrapeso en la báscula de un juego de poder que busca anular a las fuerzas de cambio real y eliminar el «peligro socialista».

Muchos sintieron satisfacción ante el bloqueo de Twitter al mandatario estadounidense Donald Trump. Una transnacional de las comunicaciones bloquea al presidente del país capitalista más poderoso del planeta y no pasa nada ¿Tan grande es el poder de ese megalopodio? Nunca ha quedado más claro quién manda a quién.

La batalla que libran las fuerzas progresistas es colosal. Nos enfrentamos a los estertores de un sistema en decadencia, a un enemigo que combate dentro y fuera de nosotros con sus bien provistos ejércitos culturales, pero que posee, además, el poder de acabar con todo rastro de civilización y vida sobre la tierra.

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