El sueño de muchas generaciones de revolucionarios parece caído en el olvido justamente cuando ¡al fin! las famosas «condiciones objetivas» no sólo están maduras sino que comienzan a podrirse: el capitalismo sólo acumula deuda y la destrucción productiva de su inicio, que convertía bosques en barcos, ríos en canales y hombres en cosas, se ha tornado producción destructiva de la naturaleza que se venga enviando catástrofes climáticas y pestes que amenazan la supervivencia de la especie.
No es que vivamos en paz: por todos lados hay terrorismo y violencia en este tiempo de guerras y revoluciones, por todos lados se protesta y se reivindica: contra el imperialismo contra el racismo y el patriarcado, por la diversidad sexual y los derechos de los animales y la naturaleza. Verdaderas y falsas revoluciones, para todos los gustos y colores. Pero la Buena y Vieja causa de la Revolución Mundial brilla por su ausencia.
Y no es porque no se la nombre, bajo el eufemismo de «cambio de sistema», en estos tiempos cuando volvemos a escuchar La Internacional y la Bella Ciao en muchos lados.
Es que simplemente la organización internacional con fines políticos de los trabajadores, de los proletarios (aquellos que no son dueños de su vida y lo saben) no le llega ni a los talones a aquellos encuentros de Londres en 1864 para fundar la Primera Internacional, cuando (dice Google) «sindicalistas ingleses, anarquistas, socialistas franceses e italianos republicanos» se reunieron en Londres. «Sus fines eran la organización política del proletariado en Europa y el resto del mundo, así como un foro para examinar problemas en común y proponer líneas de acción».
O, si a ver vamos, el Congreso de Bakú (Congreso de todos los pueblos del Este) de 1920 celebrado en Azerbaiyán y convocado con pocos meses de anticipación, que contó con la asistencia de 1900 delegados venidos de varios continentes y representantes de más de 20 entidades étnicas del Medio y Lejano Oriente. Solo los rusos llegaron en tren, a través de un país azotado por la guerra civil y el cólera (que le costó la vida al periodista John Reed) y los demás en carreta, a lomo de caballo, camello o burro, y algunos ni llegaron, fusilados o bombardeados en el camino por los ingleses que veían su imperio amenazado.
Hoy con automóviles, aviones, trenes, teléfonos móviles, Internet, con medios de comunicación que informan en tiempo real (aunque en versión falsificada) lo que pasa en el mundo, la izquierda radical y los movimientos sociales, siguen encerrados dentro de las fronteras de sus países, con algunas débiles excepciones de solidaridad continental, especialmente en América Latina…
En Europa, a pesar de su unión económica, los trabajadores reivindican a nivel nacional y no parecen interesarse por la suerte de los trabajadores menos beneficiados de otras tierras. Movimientos como «Occupy Wall Street, el 15M español y los Chalecos Amarillos franceses nacen, crecen y se diluyen sin pena ni gloria en su propio terreno, ignorando aquello de que la revolución, como el fuego, si no se extiende se apaga. Y la eterna ausente sigue siendo la otrora famosa y anhelada Revolución Mundial.
Ahora bien, la historia tiene sus astucias y el viejo topo revolucionario socava en silencio las bases de este mundo, para aflorar donde, cuando y como menos se lo espera. Puede ser que esté sucediendo lo de aquel personaje de Hemingway quien, al preguntarle cómo había quebrado su negocio, dijo «primero poco a poco y después de golpe». ¿Será la atomización actual de tantas luchas periféricas el «poco a poco» que oculta la lucha final? Nada escapa al análisis salvo la capacidad de análisis y si la cabeza va más rápido el corazón va más lejos, por lo que a veces los poetas dejan atrás a la ciencia de la historia. Federico García Lorca advertía, en «El Poeta en Nueva York»:
«Que ya las cobras silbarán por los últimos pisos,
que ya las ortigas estremecerán patios y terrazas,
que ya la Bolsa será una pirámide de musgo,
que ya vendrán lianas después de los fusiles
y muy pronto, muy pronto, muy pronto.
¡Ay, Wall Street!»
¿Será que nosotros, humanos de poca fe, desesperados porque las condiciones objetivas están maduras y se pudren en la barbarie, no logramos ver que las condiciones subjetivas están a punto de florecer?
O, para decirlo con otro poeta, el Chino Valera Mora, «El socialismo no existe, pero de que vuela, vuela.»
No es una cuestión académica: a la humanidad le va la vida en ello.