Biden y el poder por la fuerza

La irrupción de partidarios del presidente Donald Trump en el Capitolio está siendo ‎presentada como un intento de golpe de Estado, en momentos en que Trump todavía ‎no ha terminado su mandato. Sin embargo, si analizamos los hechos con un poco ‎más de atención… bien pudiera ser lo contrario. La libertad de expresión ha sido ‎confiscada por un poder ilegítimo que respalda a Joe Biden.‎

 

 

Cada vez que hay una elección presidencial en Estados Unidos, nos dicen que el presidente ‎saliente es un monstruo y nos hablan de los crímenes que cometió. Pero enseguida nos tranquilizan con la promesa de que la humanidad está a punto de vivir un nuevo ‎amanecer con el advenimiento del nuevo presidente de «América» (léase “Estados Unidos”).‎ ‎

La única excepción de esa regla ha sido la elección de Donald Trump en 2016. En aquel momento, ‎incluso antes de su investidura, nos explicaron que este millonario había salido electo como ‎resultado de un deplorable error, que era misógino, homófobo, racista y que no representaba ‎los valores del «país de la libertad» sino el supremacismo blanco y los intereses de los ricos. ‎Durante 4 años trataron de convencernos de que aquel diagnóstico era correcto. Tildaron ‎a Trump de mentiroso e ignoraron todas sus ideas y realizaciones. ‎

Ahora, la insurrección que tuvo el Capitolio como escenario permite a las agencias de prensa ‎dominantes agregar otra capa de pintura al panorama que empezaron a pintarnos en 2016. ‎El presidente saliente, Donald Trump, está siendo unánimemente acusado de haber destruido ‎la democracia que, ¡por supuesto!, el presidente entrante, Joe Biden, va a restaurar. ‎Nadie parece acordarse ya de las elecciones de George Bush padre, de Bill Clinton, de George Bush hijo ‎ni de Barack Obama. Y quienes las recuerdan, ¿van a dejarse engañar otra vez?‎

Parece que sí, porque la conmoción causada por la irrupción de manifestantes en el Capitolio alcanza ‎proporciones tan épicas que el público está dispuesto a creer cualquier cosa. Y si Estados Unidos ‎se dirige inexorablemente hacia la guerra civil, ¿qué pasará entonces con el resto de Occidente?‎

Todo lo anterior explica por qué nadie parece haber sabido anticipar la crisis cuyo inicio estamos ‎viendo. Sólo algunos diarios griegos habían expuesto recientemente las razones de la cólera, ‎factores que nosotros –desde Red Voltaire– ya veníamos analizando desde hace 5 años, o sea ‎antes de la elección de Donald Trump. ‎

Es también por eso que en Occidente nadie quiere mirar la verdad de frente y la gran mayoría ‎se contenta con los comentarios vacíos y ciegos según los cuales este episodio vergonzoso ‎pasará sin mayores consecuencias. Pero, ¿puede realmente alguien creer eso? Por supuesto, ‎la calma regresará por algún tiempo, la máquina represiva caerá con todo su peso sobre los ‎manifestantes del 6 de enero… pero sólo será cuestión de tiempo antes de que reaparezca el ‎espectro de la guerra civil. ‎

Sin embargo, fuera del mundo occidental, los demás ya han entendido que Estados Unidos enfrenta problemas ‎internos tan graves que ya no podrá seguir pretendiendo presentarse como modelo para ‎el mundo y mucho menos seguir dando lecciones de democracia a los países que Washington ‎quiere someter. ‎

Elecciones no democráticas

Durante la elección presidencial del 2000, el mundo entero vio con estupefacción ‎como la Corte Suprema de Estados Unidos optó por ignorar el nuevo conteo de los sufragios en ‎el Estado de la Florida. Citando la Constitución, la Corte Suprema anunció que no tenía ‎razones para inmiscuirse en el escrutinio realizado en un Estado y que su única ‎obligación era hacer valer la decisión del gobernador –Jeb Bush–, quien había anunciado que los ‎electores de su Estado habían elegido a su hermano George W. Bush. Veinte años después de ‎aquella decisión, el mundo asiste ahora al rechazo de todos los recursos y denuncias presentados ‎por Donald Trump, quien sostiene que hubo fraudes masivos en numerosos Estados. ‎

Como ya escribí en otros trabajos, desde el punto de vista jurídico estadounidense, Al Gore y ‎ahora Donald Trump perdieron la elección. Pero desde el punto de vista democrático, es probable ‎que hayan ganado. Ciertamente, ya es imposible saberlo con precisión, pero vistos los resultados ‎de las demás elecciones realizadas al mismo tiempo que la elección presidencial es muy posible ‎que Trump haya ganado. ‎

En todo caso, lo único que se puede afirmar en este momento es que esta elección no tuvo ‎nada de democrática –basta recordar que el conteo de los votos está en manos de los gobernadores, que son quienes designan a los funcionarios o las empresas privadas que llevan ‎a cabo ese proceso. ‎

Si el sistema fuese realmente democrático, el conteo de votos sería realizado por ciudadanos y ‎en público. Pero lo que todos han podido ver es el traslado de urnas desde los centros de ‎votación hacia centros de conteo, donde los funcionarios las abrían y seguidamente cerraban las ‎cortinas, impidiendo así que el público pudiera ver el proceso de conteo. Es cierto que ‎nadie puede cuestionar la honestidad de esos funcionarios… pero al mismo tiempo nadie puede ‎garantizarla. Lo cierto es que una elección democrática sólo es posible si hay transparencia. ‎Por consiguiente, si bien puede decirse que esta elección es legal a la luz del derecho ‎estadounidense, también puede decirse que no es una elección democrática. ‎

Cambios bruscos de situación

Para lograr entender lo sucedido tenemos que tener en cuenta dos momentos esenciales anteriores a la irrupción de los manifestantes en el Capitolio. ‎

A mediados de diciembre de 2020, el presidente Trump organizó en la Oficina Oval una reunión ‎que contó con la participación del general Michael Flynn. Este último expuso allí su idea de ‎proclamar la ley marcial para proceder a la realización de elecciones transparentes. La mayoría de los consejeros presentes se opusieron, a pesar de los cambios que ya habían tenido lugar en la dirección del Departamento de Defensa.‎ ‎

Dos semanas después, el 4 de enero de 2021, los 10 últimos ex secretarios de Defensa vivos ‎firmaban en el Washington Post una breve tribuna libre donde aseguraban que todos los que ‎trataran de instaurar la ley marcial tendrían que comparecer ante la justicia. Esta unanimidad de los ex secretarios de Defensa ‎demuestra que el proyecto de proclamación de la ley marcial era efectivamente real y, además, ‎aplicable. ‎

Según el Washington Post, que reconstituye la reunión realizada en la Oficina Oval basándose en ‎las confidencias de los ex secretarios de Defensa –los cuales no participaban en la reunión pero fueron ‎informados sobre ella–, el presidente Trump nunca planteó mantenerse en el poder mediante el ‎uso de la violencia. Al contrario, Trump expuso quejas, respaldó diversas acciones judiciales para ‎lograr que se anulara la elección y ya comenzaba a prepararse para entrar en campaña y tratar de volver a la Casa Blanca ‎en 2025.‎

El vicepresidente Mike Pence, sometido a fuertes presiones de los jacksonianos (partidarios ‎de Trump), dio a conocer su posición el 6 de enero –el día de la sesión conjunta de las ‎dos cámaras– en una carta donde resalta que ‎su papel como presidente de dicha sesión conjunta es puramente protocolar y que ‎no le compete a él resolver el litigio, aunque alguna interpretación de la Constitución parece ‎conferirle teóricamente el derecho de hacerlo. En esa carta, el vicepresidente Mike Pence deja ‎el asunto en manos de los parlamentarios –otra actitud habría iniciado la guerra civil que ‎amenaza el país. En tales circunstancias, cada cual sopesa todo lo que puede perder y son pocos ‎los que se atreven a correr riesgos, sobre todo tratándose de notables, personajes que ya han ‎alcanzado ciertas posiciones. En cuanto se conoció esta actitud del vicepresidente Pence, varios ‎miembros importantes del equipo de Trump renunciaron a sus cargos. Los jacksonianos vieron ‎esos cambios de actitud como actos de cobardía y traiciones a su ideal y a su patria. ‎

Horas después, Donald Trump participaba en un mitin, no lejos del Capitolio, y al hacer uso de la ‎palabra denunciaba nuevamente una «elección robada» y anunciaba su regreso para la campaña ‎presidencial de 2024. El hecho es que Trump nunca llamó sus partidarios a “tomar” el Capitolio, ‎aunque algunos pudieran dar ese sentido a sus palabras. ‎

La “toma” del Capitolio

Algunos grupos, más bien marginales durante el mitin, trataron de penetrar en el Capitolio. ‎Los primeros videos muestran que la policía del Capitolio no opuso verdadera resistencia a ‎su entrada. En esas imágenes puede verse que los primeros “asaltantes” se comportan incluso ‎con respeto dentro de un recinto para ellos sagrado. Sin embargo, había entre ellos infiltrados ‎de los llamados “Antifas”. Sin que nadie supiera cómo ni porqué, la situación degeneró ‎bruscamente. El hemiciclo fue invadido y las oficinas de algunos parlamentarios fueron ‎saqueadas. ‎

Todo el que haya vivido una guerra civil sabe que es lo peor que puede suceder. El filósofo inglés ‎Thomas Hobbes vivió la primera guerra civil inglesa y escribió después que todos están ‎convencidos de que es preferible vivir bajo un Estado tiránico que no tener Estado (Ver su libro ‎‎Leviathan). Tomar el Capitolio y eventualmente derrocar «el orden» ‎estadounidense es un acto que implica muy graves consecuencias para quien trate de realizarlo. ‎

El presidente Donald Trump hizo un llamado público a la calma, pero sin su esposa. Según la ‎práctica nacional estadounidense, la bendición de Dios –y por ende la paz y la prosperidad– debe ‎descender del Presidente y la Primera Dama al «pueblo elegido». Al llamar a la calma sin su ‎esposa, Donald Trump transgredió la “religión nacional”. ‎

Las reacciones en Estados Unidos

Encabezados por la presidente de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, varios congresistas ‎demócratas acusaron de inmediato al presidente Trump de haber lanzado sus partidarios ‎al asalto del Capitolio. Seguidamente propusieron separarlo ya de sus funciones –aunque ‎a Trump sólo le quedaban entonces unos 13 días de mandato– recurriendo a la 25ª Enmienda de la ‎Constitución. El objetivo de esa maniobra, que ya se había mencionado antes, no es tanto ‎sacarlo de la Casa Blanca ahora como impedirle volver a competir por la presidencia. ‎

Sin embargo, la 25ª Enmienda no debería ser aplicable en el caso de Trump ya que se refiere a ‎una incapacidad vinculada a la salud del presidente. Durante la discusión de esa Enmienda, ‎los debates se referían al ataque cardiaco que impidió al presidente Woodrow Wilson seguir ‎ejerciendo sus funciones hacia el final de su segundo mandato (desde el 2 de octubre de 1919 ‎hasta el 4 de marzo de 1921) y el ataque cerebral (menos grave) del presidente Dwight ‎Eisenhower (24 de septiembre de 1955 hasta el 20 de enero de 1961), que privó a este ‎temporalmente de algunas de sus facultades, llevándolo a compartir sus poderes con el ‎vicepresidente Richard Nixon.‎

En todo caso, la clase dirigente estadounidense sintió “el silbido de la bala en los oídos”. ‎Sin importar ya que la irrupción de manifestantes en el Capitolio haya sido resultado de un fallo ‎en el dispositivo de seguridad de ese recinto –de eso tratan de convencernos– o que haya sido ‎orquestada por los enemigos de Donald Trump, lo cierto es que quienes la hicieron posible cuentan con la capacidad necesaria para derrocar las instituciones y destituir a ‎todo el personal de estas. ‎

Las reacciones en el extranjero

Al cabo de un siglo de dominación estadounidense, el resto del mundo sigue sin conocer qué es ‎Estados Unidos. No sabe que su Constitución se escribió con la intención de instaurar un régimen inspirado en la monarquía británica y que sólo más tarde fue reequilibrada con la ‎introducción de 10 Enmiendas que deberían garantizar los derechos de la gente. El país que el ‎filósofo francés Alexis de Tocqueville describe en De la Démocratie en Amérique ‎–su célebre ensayo sobre los Estados Unidos de los años 1830–,‎ es un país de compromiso, un país de libertad. ‎

Pero ese equilibrio se rompió bajo los dos mandatos de Barack Obama, sin que el resto del ‎mundo –cegado por la “leyenda” estadounidense– se diese cuenta de que Estados Unidos se ha ‎convertido de nuevo en lo que fue durante los 4 primeros años de su fundación: un sistema ‎oligárquico –sólo que ahora está al servicio de una clase de multimillonarios internacionales. ‎El mundo ha ignorado deliberadamente el sufrimiento de la antigua clase media estadounidense, ‎los reagrupamientos de poblaciones por afinidades culturales y el hecho que dos tercios de la ‎población de ese país ha venido preparándose para una guerra civil. ‎

Los medios de prensa chinos señalan el doble rasero que rige en la prensa occidental y comparan ‎las imágenes del asalto de la Asamblea de Hong Kong por una turba enardecida con las recientes ‎imágenes de Washington. Por su parte, los medios rusos, inmersos en las festividades de la ‎navidad ortodoxa, se limitaron a sonreír con sorna ante las tribulaciones del rival histórico. ‎

Pero los medios de prensa occidentales han abrazado sin reservas la «cancel culture» de los ‎neopuritanos estadounidenses, que predica la destrucción de todos los símbolos de la República ‎para reemplazarlos por otros que glorifiquen a las minorías, pero no para reconocer los valores de esas ‎minorías sino sólo… porque son grupos minoritarios. Con esa actitud acrítica, los medios occidentales ‎se identifican aún más con la ideología que oprime a «América». Como ‎sumisos vasallos, los medios occidentales han presentado la elección estadounidense como si ‎sus lectores fuesen a participar en ella y como si Joe Biden fuera su nuevo amo. ‎

Al reaccionar ante los hechos del Capitolio, los dirigentes europeos parecen no diferenciar ‎sus sueños de la realidad. El presidente de Alemania –y ex jefe de sus servicios secretos–, Frank-‎Walter Steinmeier, afirmó rotundamente que manifestantes pro-Trump armados habían “tomado” el Capitolio. ‎En Francia, el presidente Emmanuel Macron –quien fue secretario de un conocido filósofo– ‎denunció un ataque al principio fundamental de la democracia de «un hombre, un voto». ‎

La realidad, otra vez, es diferente:‎
— No, aparte de contadas excepciones, los manifestantes pro-Trump no estaban armados.
— No, la Constitución de Estados Unidos no plantea el principio «un hombre, un voto», o sea ‎no establece la igualdad entre los ciudadanos de cada Estado de la federación.‎
— Sí, en Estados Unidos quien desprecia la democracia es la clase dirigente mientras que los ‎jacksonianos la defienden.

En este momento, los magnates poseedores de las mayores fortunas estadounidenses, todos ‎detrás de Joe Biden, ya se han apoderado del poder. También han puesto fin a la libertad de ‎expresión, cerrando «preventivamente» las cuentas de la Casa Blanca, del presidente Trump y ‎de sus seguidores en Twitter, Facebook, Instagram, Snapchat y Twitch para «impedirles llamar a ‎nuevos actos de violencia» (sic). Se arrogan así poderes que sólo deben estar en manos de los ‎órganos de justicia e ignoran el decreto emitido por el propio Trump el 28 de junio de 2020, que ‎intima esas grandes empresas a optar entre el estatus de transportadores neutrales de la ‎información o el de productores comprometidos de información 

Fuente