El año 2020 que acaba de terminar siempre será recordado como el de la peor pandemia global en los últimos 100 años, con 83 millones de habitantes de esta tierra contagiados y 1,8 millones de fallecidos a causa del COVID-19.
«Hay que decir las cosas como son». Günter Grass, 1927-2015.
En estos primeros días de 2021, los seres humanos de este planeta aspiran a un cierto optimismo debido a la existencia ya de varias vacunas para prevenir este mal y salir finalmente del infierno pandémico.
Hasta el momento quedan flotando en el aire varias preguntas, entre ellas la incógnita de no solo cuándo terminará este azote de la humanidad para que los hombres salgan libremente sin mascarillas a ver de nuevo las estrellas, sino cómo y qué cambios geopolíticos y geoeconómicos se producirán en el mundo poscoronavirus.
Para empezar a contestar a estas preguntas se debe recalcar que hasta ahora no se ha cumplido una lógica esperanza de la humanidad en la que los líderes mundiales lleguen a un consenso de enfrentar la pandemia colectivamente para crear una vacuna universal contra la COVID-19. Nadie ha respondido a este llamado del presidente ruso Vladímir Putin. El liderazgo occidental, dominado por los intereses de sus transnacionales farmacéuticas, se quedó indiferente a esta idea pues el don dinero no tiene en su vocabulario la palabra solidaridad. En la misma Unión Europea (UE) cada estado miembro ha sido dejado solo para combatir la pandemia. Algunos políticos llegaron a extremos completamente ilógicos, como la embajadora del Reino Unido en EEUU, Karen Pearce, quien declaró durante una entrevista que «China y Rusia no deberían salir victoriosos en la lucha contra el COVID-19».
En un reciente estudio de Eurasia Group (Top Risks 2021) publicado el pasado 4 de enero, sus autores advirtieron que «ni el coronavirus ni sus impactos de amplio alcance desaparecerán una vez que comience la vacunación generalizada. Los países tendrán dificultades para cumplir con los plazos de vacunación y la pandemia dejará un legado de alta deuda pública, trabajadores desplazados y pérdida de confianza».
Se calcula que muchos países sin su propia capacidad de producir vacunas no las recibirán hasta más tarde en 2021 al no tener recursos para hacer compras anticipadas de las vacunas, como ya lo habían estado haciendo la mayoría de los países desarrollados desde el momento en que los laboratorios farmacéuticos anunciaban la primera fase de experimentos de sus productos con voluntarios.
Todo eso es cierto, porque el dinero y el interés están ganando, Estados Unidos y la Unión Europea habían hecho pedidos por adelantado de cientos de millones de dosis de vacuna desde las primeras fases de pruebas clínicas dejando desabastecidos a los países más pobres. Estados Unidos ya firmó acuerdos por más de 6.000 millones de dólares con Moderna y Pfizer-BioNtech para adquirir sus vacunas, y actualmente está administrando 4,5 millones de dosis en su país. China, está aplicando la misma cantidad de su vacuna y Rusia aplica más de un millón de dosis diariamente, según datos de Our World in Data. A la vez, en la mayoría de América Latina, con excepción de Argentina, México, Costa Rica y Chile, nadie sabe cuándo comenzará la vacunación masiva. Hay que acordarnos que lo mismo pasó con los medicamentos para el tratamiento del VIH que aparecieron en 1996 pero demoraron en llegar a los países del Tercer Mundo casi siete años después.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) junto con otras organizaciones ha establecido un sistema de distribución equitativa de las vacunas, COVAX (Sistema de Acceso Global a las Vacunas), pero se necesitan donaciones de 2.000 millones de dólares para pagar la dosis en 90 países. En 2020 unos 172 Estados que planeaban financiar su propia vacuna expresaron su interés en inscribirse en este programa pero hasta ahora no se sabe cuándo este mecanismo empezará a administrar las vacunas y además el COVAX podría proporcionar entre el 10 y 20% de las vacunas necesarias. Se presume este organismo no lo hará hasta antes de la mitad de 2021. Mientras tanto el COVID-19 con sus nuevas mutaciones sigue avanzando sin dar respiro.
La pandemia ha agravado también la crisis económica global acompañada por la recesión que comenzó antes de la aparición del coronavirus poniendo en aprietos a todos los Gobiernos del planeta. El mismo EEUU experimentó un shock de desempleo que ha producido desde el inicio del coronavirus 70 millones de reclamos de ayuda para el desempleo, es decir, un millón de solicitudes de beneficios a la semana, las colas para los bancos de comida en todo el país comenzaban frecuentemente desde las 2:00 A.M. La clase media también ha sido afectada severamente en Norteamérica y según una reciente encuesta, el año 2020 fue «un desastre financiero» para el 55% de los estadounidenses. Si esto está pasando en EEUU ya podemos imaginar la situación en América Latina, una región que los estadounidenses siguen considerando como su patio trasero.
De acuerdo a los estudiosos de Eurasia Group, «a medida que emergen de la pandemia, los países de América Latina enfrentarán versiones más agudas de los problemas políticos, sociales y económicos que enfrentaban antes de la pandemia». Se calcula que los países del continente están mal posicionados para enfrentar la segunda y posiblemente la tercera ola del coronavirus. lo que produciría un deterioro fiscal significativo para mitigar el impacto económico de la pandemia. El aumento de la pobreza, la desocupación y el crecimiento de la desigualdad económica darán un empuje significativo al populismo que podría retornar renovado a Latinoamérica.
Si el Informe del Grupo Eurasia ha situado a Latinoamérica en el décimo lugar en términos de los riesgos que esperan al mundo durante este año, Estados Unidos bajo la presidencia de Joe Biden ocupa el primer lugar. Y no es para menos, pues el país, marcadamente dividido y esta vez no entre los republicanos y demócratas, o supuestos izquierdistas y derechistas, sino entre nacionalistas y globalistas, estará dirigido por un hombre de avanzada edad con ciertos síntomas de debilidad física y mental. ¿Entonces quién va a dirigir a esta superpotencia? Definitivamente, detrás de Biden y su Partido Demócrata están el complejo industrial-militar, 18 Servicios de Inteligencia, Silicon Valley, la industria farmacéutica, los medios de comunicación, la Academia y los Think Tanks (MICIMATT).
Son los reales dueños de EEUU y están percibiendo el mundo a través de las películas de Hollywood, es decir bajo su completo dominio usando sus Rambos, fake news, intrigas, corrupción y su dinero. Consideran que la fuerza es lo primario para lograr sus fines y el uso de la cabeza es secundario. El mismo próximo inquilino de la Casa Blanca, Joe Biden, cuando fue el presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado entre 2001-2003 y 2007 y 2009 era uno de los promotores de la guerra contra Irak, del uso de drones y de la diplomacia de misiles. Además apoyó la guerra contra Libia, Siria y Yemen y en el gobierno de Barack Obama autorizó el espionaje de la Agencia Nacional de Seguridad contra los líderes latinoamericanos y europeos que eran resistentes, aunque en términos suaves, al dominio de Washington. La caída de la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff está en la conciencia de Joe Biden, igual que el espionaje contra la canciller de Alemania, Angela Merkel.
En el mismo Estados Unidos, la función pública ha sido «reducida al mínimo a medida que el Estado se ha entregado a los especuladores y la sociedad civil ha sido mercantilizada por el sector privado y fundaciones». Una terrible desigualdad social ha afectado a la clase media y a la clase trabajadora drásticamente en los tiempos de la pandemia, mientras que los ricos se enriquecieron aún más aumentando su capital en 2020 en un 57%. Así, Jeff Bezos incrementó su capital en 65% (73.700 millones de dólares), Elen Musk, en 524% (128.900 millones), Bill Gates, en 23% (22.100 millones) y Mark Zuckerbedrg en 86% (46.800 millones de dólares).
Estas élites se colocan por encima de los intereses de su pueblo y están aspirando no solo a dominar el mundo, sino a crear un gobierno único, la idea que han estado anhelando desde los años 1920 cuando el escritor británico H.G. Wells lanzó el proyecto del gobierno único en 1928 en su libro La Conspiración Abierta. El año pasado, el fundador del Foro Económico Mundial, Klaus Schwab, en coautoría de Thierry Mallerett, lanzó la idea de elevar el poder de las grandes empresas, que ya no responderían a los accionistas, sino a los stakeholders —todas las personas y organizaciones que se relacionan con las actividades de una empresa—, haciendo que unos ejecutivos que no han sido elegidos dirijan su país y posteriormente, el planeta. Schwab ya advirtió en su libro, Covid-19: The Great Reset que «el mundo ya no será el mismo, el capitalismo tendrá una forma diferente y nunca volveremos a la vida normal».
Bueno, «del dicho al hecho hay un gran trecho» y mientras las élites están soñando —y no es la primera vez— con el Nuevo Orden Mundial, la mayoría de los norteamericanos no cree ni en su país y menos en su Gobierno. La mitad de la población que se entusiasmó con el discurso que Donald Trump pronunció el 24 de septiembre de 2019 desde la tribuna de las Asamblea General de las Naciones Unidas declarando guerra a los globalistas, consideran el próximo gobierno de Biden como ilegítimo. Este sector de la población llamado nacionalista o soberanista aspira hacer retornar las corporaciones norteamericanas a su tierra y está enarbolando la supremacía blanca, racismo y xenofobia y fomentando todo lo que sea conservador.
Fueron precisamente algunos de ellos quienes mostrando su frustración y descontento irrumpieron anárquicamente en el Capitolio el pasado 6 de enero, trayendo caos y violencia para protestar cuando tenía lugar la certificación de los resultados de las elecciones de noviembre de 2020 que ganó Joe Biden. No ha sido ningún golpe de Estado como han gritado en unísono los medios de comunicación globalizada, sino un acto desesperado de los partidarios de Donald Trump que creen en el fraude electoral. Según una encuesta de YouGov Direct el 45% de los republicanos apoya el motín y creen que fue justificado (6 de enero de 2021).
Hacer «reiniciar» en estas condiciones el capitalismo sería una tarea harto imposible. El sistema seguirá su modelo económico neoliberal otorgando al inicio algunas dádivas o incentivos financieros a la población para calmar por un momento su desesperación y frustración agudizada por el COVID-19. Los demócratas continuarán acusando a Trump por ser incompetente para detener el coronavirus, ignorando que no solo el presidente ha fallado, sino todo el sistema de salud que a pesar de todas las advertencias de los especialistas no se preparó para la pandemia.
La demonización de Donald Trump por los demócratas hará crecer su popularidad entre la clase media blanca y entre los nacionalistas y hay todas las posibilidades de que Trump retorne al poder en 2024. No obstante, hay una posibilidad que los demócratas traten de destruir a Donald Trump, como hizo el Estado Profundo con Ross Perot, quien se postuló a las elecciones presidenciales de 1992 con un programa de derecha populista parecido en algo al de Donald Trump. Perot renunció unos cuatro meses antes de las elecciones en EEUU, después de una implacable campaña de difamación contra él y su familia y para proteger la vida de su hija.
La política internacional del Gobierno de Joe Biden seguirá la misma retórica impuesta por el Estado Profundo a cuyo servicio está el Congreso. La presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, quien mantendrá este cargo al asumir Joe Biden la presidencia, ya acusó al presidente Trump de «ser una herramienta de Putin» y, según ella, el objetivo de Putin es desprestigiar la democracia estadounidense y su asistente directo en esta tarea durante mucho tiempo fue Donald Trump. Con esta afirmación se confirma la continuación de la política agresiva de EEUU contra Rusia y especialmente en el espacio postsoviético que Washington considera ser el punto débil de Kremlin, donde se puede presionar y mantener en tensión a Moscú.
La UE después del Brexit empezó un lento proceso de implosión. Los temores difundidos por los medios globalizados del declive económico que le esperaría al Reino Unido después de salir de la UE se han disipado rápidamente. Ya se ha firmado un acuerdo comercial entre Londres y Bruselas de 2.000 páginas que permite el comercio libre de aranceles de mercancías y una estrecha cooperación judicial y policial. Un portavoz del primer ministro Boris Johnson declaró que «Hemos recuperado el control de nuestro dinero, fronteras, leyes, comercio y nuestras aguas de pesca (…) Se han logrado líneas rojas clave sobre la devolución de nuestra soberanía». Hay varios otros países que están siguiendo con atención el desarrollo de los acontecimientos en el Reino Unido, como Dinamarca, Suecia, Grecia, Hungría, o los Países Bajos, cansados también de la burocracia de la UE.
A Latinoamérica le espera un 2021 difícil debido a la pandemia que no la dejará en paz al menos por medio año, la crisis económica, el endeudamiento y como afirmó la periodista argentina Stella Calloni: «El imperio preparó la recolonización, es un proyecto geopolítico para América Latina. No quieren presidentes amigos o asociados. Quieren el control total de los recursos, porque están perdiendo poder en muchos lugares del mundo debido a la aparición de dos potencias como Rusia y China».
Así está entrando el mundo en el año nuevo. Los sueños de los globalizadores de crear un gobierno único están lejos de la realidad. Sin embargo, hay indicios peligrosos y en especial, la capacidad de los dueños de las corporaciones privadas de medios de comunicación como Twitter, Amazon, Facebook, Instagram, Apple de censurar la opinión no solo de cualquier ciudadano del mundo, sino del propio presidente del país hasta ahora el más poderoso del mundo, Donald Trump. Es un primer intento de los más ricos y poderosos de este planeta de tomar el control sobre los Gobiernos nacionales.