Sin duda, Cuba inspira con su ejemplo y experiencia la consolidación de proyectos que son antagónicos al modelo capitalista. Con la caída de los gobiernos neoliberales y fascistas de Argentina y Bolivia, con las esperanzas centradas en Ecuador para que se suscite allí un cambio profundo y se le dé una lección de honor a los traidores y con lo que está por venir en Chile, luego de los resultados obtenidos en el plebiscito nacional del 25 de octubre, tanto Cuba como Venezuela, debido al alcance de sus logros sociales y políticos, vuelven a constituirse en referentes fundamentales para los movimientos de izquierda que reaparecen con fuerza en la escena política.
Tanto los que ya han recuperado el poder como los que están por recuperarlo, no pueden desestimar los avances de estas dos heroicas naciones en su transición hacia el socialismo, como tampoco pueden dejar de aprender de sus propios errores y de los sinsabores que les ha dejado la huella hedionda del capitalismo liberal burgués (y su rostro más abominable, el neofascismo) que intentó detener sus proyectos soberanos. En esta década, antes de que se cumpla el bicentenario de la muerte del Libertador Simón Bolívar (el 17 de diciembre de 2030), Nuestra América debe encaminarse hacia la emancipación definitiva, aprovechando la debacle de la hegemonía estadounidense y de Occidente mismo.
No es casual que Estados Unidos, sobre todo con el advenimiento de un presidente tiránico como Trump, se incrementaran las agresiones contra ambos países. El imperio no tolera la influencia regional de estos grandes indomables y ha hecho de todo para aislarlos del mundo y horadar sus bases, derrumbar sus economías y con ello acabar con la aceptación popular de ambos proyectos. Sus heroicos niveles de resistencia, sobradamente demostrados, ante los inhumanos bloqueos impuestos -y en particular Cuba, con más larga data en estas lides- constituyen un patrimonio moral y una guía para todo el continente. Así que esta efeméride debería alentarnos a recobrar el impulso en la independencia de nuestros pueblos dentro de la agenda de acciones y en la batalla de las ideas de este nuevo año.
Por otro lado, quedaron pendientes varios asuntos que tuvieron lugar en el 2020 o que arreciaron a lo largo de ese año y a los que se les debe hacer seguimiento. Por un lado, están quienes se creen superiores al resto de la humanidad, incluso a Dios mismo, y recurren a su poder material y militar para aprovecharse del mal y del bien ajeno. Continúan maquinando sus planes de conquista y dominio, aun cuando sus propias poblaciones se encuentran seriamente afectadas por la pandemia. Esto ocurre en un momento en que el mundo debería estar unido y dejar a un lado las diferencias, en cambio, se dedican a atacar, castigar y amedrentar a otros países.
El imperialismo cree haber escapado de su propio engendro, pero en realidad el monstruo en que se ha convertido terminará, más temprano que tarde, engulléndose a sí mismo. Mientras la humanidad lucha por sobrevivir y superar semejante crisis sanitaria, los ejércitos imperialistas y sus aliados hacen uso de una avanzada tecnología bélica para avasallar, suman a sus huestes la inescrupulosa industria del mercenarismo y el fundamentalismo religioso o colocan su rodilla en el cuello de la economía de los más débiles hasta asfixiarlos.
Por ejemplo, cada diez minutos muere un niño yemení menor de cinco años, debido al asedio inhumano por parte de los saudíes, monarquía petrolera del Golfo Pérsico que es aliada firme de Estados Unidos y que, si bien no ha normalizado las relaciones con el Estado sionista de Israel, mantiene vínculos discretos y una diplomacia encubierta con este. De allí su cobarde envalentonamiento contra el desvalido Yemen, uno de los países más pobres de la región y quizás del mundo. Las agresiones desproporcionadas de la monarquía comenzaron el 25 de marzo de 2015 con la Operación Tormenta Definitiva y no han cesado hasta el presente. Todo ello para apoyar al depuesto y traicionero presidente Abd al-Rahman Rabbuh al-Mansur al-Hadi, heredero de la cleptocracia de su predecesor, Alí Abdullah Saleh, también defenestrado por el pueblo.
A lo largo de estos cinco años, las feroces incursiones militares y bloqueos llevados a cabo por Arabia Saudita, con el fin de detener al movimiento popular yemení Ansarolá, ha contado con la alianza de los miembros del Consejo de Cooperación para los Estados Árabes del Golfo Pérsico y de otros países, a saber: Bahrein, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait y Qatar; Egipto, Jordania, Marruecos y Sudán; y como siempre, Estados Unidos e Israel, con el apoyo de Francia, Reino Unido y España para distintas tareas militares y logísticas. A esto se debe adicionar el salafismo y el takfirismo (Estado Islámico o Dáesh) a quienes las agencias de noticias hacen ver como simples oportunistas dentro del conflicto, pero que en verdad constituyen un brazo armado de Occidente, subsidiado por las monarquías del Golfo Pérsico, en especial Arabia Saudita.
El resultado de esta campaña sistemática de agresión ha sido la muerte de decenas de miles de personas, entre ellas más de seis mil mujeres y niños, así como cientos de miles de heridos y desplazados. Los malvados apuntan deliberadamente a la población civil y violan, sin disimulo alguno, toda la jurisprudencia internacional. Este genocidio ocurre bajo el silencio cómplice de buena parte de la comunidad internacional, los medios de comunicación controlados por los opresores y las organizaciones para los derechos humanos que, con esta inacción, se colocan del lado del agresor. Nadie lo dude.
El bloqueo impuesto por Arabia Saudita ha hecho que los yemeníes enfrenten unas de las peores crisis humanitarias de la historia de la humanidad. La gente muere por los cuadros graves de desnutrición, en especial los niños, y por las epidemias que ya venían causando estragos antes de que la situación empeorara con la llegada del COVID-19. Mayor cobardía imposible. Pero estos criminales perderán la guerra. No podrán contra el movimiento popular yemení Ansarolá y el ejército. Con casi seis años de resistencia, estos han demostrado una gran capacidad de combate.
La creatividad y el ingenio de estos heroicos defensores les ha permitido fabricar armamentos propios, drones y misiles que han puesto en jaque a la monarquía Al Saud y a la coalición, los cuales, a pesar de su superioridad en equipos militares, no han logrado doblegar a quienes defienden su país. Ni las unidades de acción conjunta ni los sofisticados armamentos proporcionados por Estados Unidos, el Reino Unido y Francia podrán contra la fe y la convicción de los que ofrecen su vida para alcanzar una patria libre. Debemos estar vigilantes de estos acontecimientos y no quedarnos callados.