El ataque al Capitolio queda como un símbolo: las tendencias secesionistas, los 70 millones de votos a Trump, los pronósticos de guerra civil entre las dos tribus que se disputan el poder. Al presidente le bloquearon el twitter; los riesgos que ello representa. Se va pero la división interna crece en EE UU.
Mientras gran parte de la dirigencia estadounidense busca la forma de sacarse de encima a Donald Trump, resultan más claras las advertencias que durante décadas venían haciendo los más lúcidos analistas políticos: la principal potencia económica y militar del planeta parece encaminarse hacia su disolución. El drama es que la república imperial que supieron construir las 13 colonias británicas en estos 245 años es demasiado grande como para caer sin dejar un tendal de escombros a su alrededor.
En todo caso, el asalto al Capitolio y estos cuatro años de gobierno trumpista no fueron sino la expresión de una profunda división interna que quedó reflejada en la elección del 3 N. Los 70 millones de ciudadanos que siguieron a Trump son un caudal para nada desdeñable de cara al futuro y representan una cruda señal: hay dos tribus que se disputan el poder y en el futuro cercano no debería tomarse a burla el riesgo de otra guerra civil, con base en las tendencias secesionistas de muchas regiones del país.
El que habló de “tribus enfrentadas” estos días fue Alastair Crooke, exdiplomático británico. Para el creador del think tank Conflict Forum, el problema es que ocho de cada diez votantes republicanos están convencidos de que le robaron la elección a Trump. Y no es que el enfrentamiento vaya a llegar ya a las manos, apuntó, pero “según los agentes inmobiliarios, las mudanzas de vivienda están siendo impulsadas en primer lugar por el ‘color’ general del vecindario”. Rojos son, en EE UU, los republicanos; azules, los demócratas.
Otro experto en política internacional como el francés Thierry Meyssan, fundador del portal voltairenet, había escrito a mediados de diciembre que “la catástrofe previsible desde hace 30 años hoy se perfila en el horizonte”. Y se explicaba: “Al desaparecer la Unión Soviética, el Imperio estadounidense perdió su enemigo existencial y, también, su razón de existir”. De acuerdo a esta interpretación, el atentado a las Torres Gemelas sería el último gran intento de cohesionar a la nación en torno a un enemigo común aunque difuso, el terrorismo internacional. Las leyes patrióticas de George W. Bush pavimentaron el camino a la pérdida de derechos civiles de la ciudadanía.
El ataque al Congreso se presta a teorías conspirativas de otro calibre que las de QAnon. Por un lado, los “invasores” no tuvieron que sortear la menor resistencia para ingresar al edificio más emblemático de la democracia estadounidense, el lugar donde se reúnen los ciudadanos elegidos para dictar las leyes del país. Pero, a continuación, el presidente electo, Joe Biden, pronunció desde Wilmington, en Delaware, una frase reveladora: “No se atrevan a llamarlos ‘manifestantes’. Eran una turba desenfrenada, terroristas domésticos. Así de básico, así de simple”.
A las pocas horas, la red de Twitter primero suspendió por 12 horas la cuenta de Trump y luego anunció un bloqueo definitivo. Es cierto que, hasta el cierre de esta edición, el presidente de Estados Unidos alentó la revuelta de sus seguirodres y no hizo más que arrojar combustible a la protesta. Pero desde ámbitos progresistas alertaron sobre el riesgo para la democracia de ambas coincidencias.
Así, Glenn Greenwlad -que publicó la primera entrevista en la que el exagente de la CIA Edward Snowden revelaba el espionaje cibernético de las agencias de inteligencia de EE UU- recordó que había pasado “la primera década de mi carrera periodística dedicada a exponer y denunciar los excesos de la Primera Guerra contra el Terror, y veo exactamente que se forman las mismas tácticas: si cuestiona o está preocupado por estos nuevos poderes, se le tildará de simpatizante de los terroristas”.
Caitlin Johnstone, escritora, investigadora y poetisa, caló más hondo: “la izquierda es siempre el verdadero objetivo de los impulsos a favor de una mayor censura y vigilancia. No están preocupados por los derechistas, que apoyan la mayor parte de lo que quiere el establishment. Les preocupa la facción que quiere desmantelar el imperio oligárquico”.
“No me van a silenciar”, protestó Trump tras la censura a sus mensajes que para colmo fue hecho por una empresa privada, y prometió salir desde una plataforma propia. Nancy Pelosi, la jefa de la bancada demócrata en la cámara baja, se reunió con los mandamases del Pentágono para pedirles que no hagan ninguna de las locuras que podría ordenar el ocupante de la Casa Blanca. Claro, Trump todavía tiene en su poder el botón para desencadenar un ataque nuclear. Aceleradamente, también, la veterana dirigente junta voluntades para que el vicepresidente Mike Pence aplique la Enmienda 25, que permite destituir al presidente si se lo considera no apto para el cargo.
En vardad, muchos republicanos abandonaron a Trump, pero 147 representantes y ocho senadores rechazaron la victoria de Biden en la legislatura. Su pretensión de quedarse otros cuatro años a la fuerza se licuó, pero aunque sea expulsado de manera humillante, es evidente que expresa a una parte significativa de Estados Unidos como para temer un futuro tenebroso. Tanto como el tormento que desataron por décadas sobre todo el mundo, pero en la propia casa.
Calexit
Dos días antes del fin de año se cumplieron 175 años de la anexión de Texas a Estados Unidos. Pero no fueron días para el festejo: con una población tradicionalmente inclinada a la derecha más rancia, comenzaron a crecer voces que reclaman la secesión tras la certificación de Joe Biden como futuro ocupante de la Casa Blanca.
Texas, un desprendimiento separatista de México, en 1836 disfrutó de un período de independencia hasta que en 1845 arregló el ingreso a la Unión, pero guarda la potestad de recuperar su soberanía en cualquier momento.
Ted Cruz, el aguerrido senador republicano, fue uno de los que encabezó la operación contra la certificación del triunfo de Biden. Randy Weber, otro legislador, incluyó en su página Facebook un meme a favor de la secesión. Kyle Biedermann se sumó con un proyecto de plebiscito independentista. Por su PBI, una República de Texas sería la décima mayor economía del mundo, mayor que Canadá, Corea del Sur, Turquía, Holanda y Arabia Saudita.
Los aires secesionistas alumbraron en California en 2016 tras el triunfo de Trump y se comenzó a hablar de Calexit, tomando la idea del Brexit británico. Históricamente liberal y progresista -es otro de los territorios tomados de México, aunque evidentemente de diferente cuño-, contiene a las más importantes empresas tecnológicas del mundo, además de contar con una agroindustria de relieve.
Si es por su producto bruto interior, California sería la quinta potencia del mundo, por detrás del total de EE UU, China, Japón y Alemania. Ya superó al Reino Unido y duplica a la economía España. El argumento para declararse independientes, y que suele expresarse en la página , es que los californianos aportan anualmente 103 mil millones de dólares más de lo que reciben del Estado central.