Primavera Árabe: la década perdida.

EL LEGADO DE LAS REVUELTAS ÁRABES 10 AÑOS DESPUÉS DE QUE SE PROPAGARAN POR TODA LA REGIÓN ES DESOLADOR: EL PODER PERMANECE EN LAS MISMAS MANOS Y EN TRES PAÍSES FUERON EL DETONANTE DE CRUENTAS GUERRAS CIVILES.

 

 

El panorama político, social y económico del mundo árabe 10 años después del estallido de la denominada Primavera Árabe es desolador. A pesar de que las protestas masivas lograron fulminar en un periodo de 11 meses a cuatro dirigentes y otros tantos se vieron forzados a introducir reformas, se ha vuelto al punto de partida. 

A excepción de Túnez, que ha transitado, no sin dificultades, hacia un sistema democrático, en el resto de naciones árabes el poder sigue en las mismas manos: presidentes vinculados al Ejército, en el caso de las repúblicas, y reyes de corte feudal, en el de las monarquías. Las revueltas fueron el detonante también de tres devastadoras guerras civiles.

«Los gobiernos de toda la región han persistido con descaro en sus despiadadas campañas de represión para aplastar la disidencia, reprimiendo a manifestantes, opositores políticos y miembros de la sociedad civil», sostiene un informe de Amnistía Internacional hecho público el año pasado.

El estallido social que sacudió Túnez a partir del 17 de diciembre de 2010 se propagó a velocidad de vértigo al resto de países árabes, un hecho inédito. Las millones de personas que a partir de entonces saltaron a las calles, rompiendo las barreras del miedo, compartieron el mismo grito de guerra, «El pueblo quiere derrocar el régimen», y  las mismas reivindicaciones: pan, libertad, justicia social y dignidad. Revueltas populares, transversales y trasnacionales, horizontales y sin líderes visibles a quienes cazar,  encabezadas por una nueva generación de jóvenes activistas que usaron las redes sociales como arma de lucha política contra las dictaduras y por la democratización. 

En menos de un mes cayeron en desgracia dos presidentes: el tunecino Zine Abidine Ben Alí y el egipcio Hosni Mubarak. Las imágenes de la plaza Tahrir, en el centro del Cairo, y la dimisión del ‘rais’ tuvieron un enorme impacto por la importancia estratégica e influencia en la región de Egipto, el país más poblado del mundo árabe. La intensidad de las protestas forzó a los dirigentes de MarruecosArgelia Jordania a introducir reformas políticas, pero en otros países se optó por sacar los tanques a la calle. En Egipto, los militares condujeron una transición que les llevó de nuevo al poder. Las tropas de Arabia Saudí aplastaron la revuelta en la vecina Baréin, el país más pequeño del Golfo, de población mayoritariamente chií pero gobernado por una dinastía suní.

La eterna rivalidad entre las dos principales ramas del islam y la irrupción en escena de diferentes grupos yihadistas, como Al Qaeda o el autodenominado Estado Islámico, han contribuido y alimentado las guerras que estallaron en Oriente Próximo. Conflictos en los que se han implicado potencias extranjeras y regionales y en los que se han cometido crímenes de guerra y otras violaciones del derecho humanitario internacional.

El más letal y con mayor implicación internacional ha sido el de Siria. Diez años de sangrientos combates no han servido para echar del poder a Bashar al Asad, cuyo régimen y gracias al apoyo de Rusia e Irán controla hoy el 70% del territorio. El conflicto armado ha acabado con la vida de más 380.000 personas y ha generado una de las mayores crisis de personas desplazadas por la fuerza y refugiadas de este siglo.

En Yemen, donde se vio obligado a renunciar en noviembre de 2011 el presidente Alí Abdalá Saleh, una coalición militar de países sunís liderada por la monarquía saudí, combate a los rebeldes hutis, aliados también del régimen de Teherán. Un reciente informe de la ONU prevé una auténtica «catástrofe» humanitaria en el país ante el «inminente riesgo de que se hunda en la peor hambruna que el mundo ha conocido en décadas».

La situación no es mucho mejor en Libia, país partido en dos y sumido también en una larga guerra civil que se ha mantenido activa a pesar de que el entonces líder libio, el coronel Muamar al Gadafi, fue capturado y asesinado pocos meses después de estallar la revuelta popular.

La represión brutal contra la oposición se ha extendido por la región con más o menos intensidad según el país, un buen indicador del temor de los dirigentes actuales a que vuelva a suceder un estallido social similar al que se dio hace una década. Entonces les cogió desprevenidos.

En la actualidad se mantienen intactas las condiciones que alentaron el ‘despertar árabe’: el despotismo, la humillación, la detención y tortura a los disidentes, las desapariciones forzosas, la pobreza, la desigualdad, la exclusión social. Ahora hay que añadir un elemento nuevo, la pandemia, que ha agravado más aún la situación económica. La caída del precio del petróleo, del turismo y de las remesas de dinero que envían a sus familiares los expatriados, que son las principales fuentes de ingresos de gran parte de los países, han devuelto las previsiones económicas de la región a parámetros de hace 50 años.

El futuro es incierto y amenaza de manera especial a la población joven: un tercio de los habitantes, más de 108 millones, tienen entre 15 y 29 años. La tasa de paro juvenil es casi del 30%, el doble de la media mundial, según datos de un informe del hace cuatro años del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Es la zona del mundo con mayor desempleo juvenil, una bomba de relojería que podría estallar a nivel regional en cualquier momento.

Un ejemplo de ello son las manifestaciones populares que se sucedieron el año pasado en Argelia, Sudán, el Líbano, Irak y Egipto y que algunos medios interpretaron como el preludio de una nueva ‘primavera árabe’. La protesta forzó la dimisión del incombustible presidente argelino Abdelaziz Buteflika, tras 20 años en el poder, y la caída del no menos veterano mandatario sudanés Omar al Bashir, que estuvo al frente del país tres décadas. Como dijo en una ocasión Pablo Neruda sobre las dictaduras militares latinoamericas: «Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera».