China vivió el 2020 con fuertes desafíos en sus relaciones con Estados Unidos y Occidente, que la obligaron a plantar postura en defensa de su soberanía, sin desestimar las negociaciones y la cooperación como los mejores remedios.
Con Washington las tensiones se avivaron y siguen aún al límite por su intromisión en temas sensibles como derechos humanos en el Tíbet, Xinjiang y Hong Kong, las intenciones separatistas en Taiwán y los reclamos territoriales en el mar Meridional.
Otros ingredientes de las discordias fueron las restricciones de visa a periodistas, sanciones a funcionarios y militantes del Partido Comunista, el cierre sorpresivo del consulado en Houston y las barreras a las empresas tecnológicas Huawei, Tik Tok y WeChat.
Analistas vieron en el enfrentamiento una estrategia del presidente estadounidense, Donald Trump, con fines electorales, pues pretendía apuntar su victoria con promesas, como trasladar la producción desde el gigante asiático y reducir la dependencia de la cadena de suministro.
Aunque el republicano fracasó y perdió los comicios de noviembre, en la carrera por la Casa Blanca el bando demócrata –comandado por el vencedor Joe Biden- no se quedó atrás y también lanzó dardos a lo que consideran la ‘amenaza china’.
Beijing no se cruzó de brazos y aparte de rechazar con gradual contundencia cada ofensiva norteamericana, devolvió los golpes mediante contramedidas de similar peso.
Los desencuentros entre ambas potencias colocaron los vínculos bilaterales en su etapa más crítica en décadas, con la profundización de la desconfianza y –como alertara el canciller chino Wang Yi- al borde de una Guerra Fría.
‘La complejidad de las relaciones sino-estadounidenses fue más allá del contexto bilateral y forzó a escoger entre el multilateralismo y el unilateralismo, entre la progresión y la regresión, entre la justicia y el poder agresivo’, comentó el jefe diplomático.
Esa apreciación la compartieron observadores internacionales e incluso temieron el estallido de una lucha armada, principalmente por las incursiones en el mar Meridional de China o el apoyo de Trump al separatismo de Taiwán, una isla que Beijing considera parte inalienable del territorio nacional.
Aparte del contrapunteo de Estados Unidos, los nexos de China con Canadá, Reino Unido, Australia e India también atravesaron y despiden el 2020 con momentos de peligro.
Con las tres primeras potencias hay discrepancias por cuestiones económico-comerciales, su injerencia en las decisiones tomadas en Hong Kong y las barreras a Huawei.
En el caso de Ottawa pesa la detención de la jefa financiera de dicha empresa, Meng Wanzhou; en tanto con Canberra hay roces por espionaje y una hostilidad sin precedentes que derivó en una alerta de viaje para los ciudadanos chinos con planes de visitar o estudiar allí por motivos de seguridad y discriminación.
Las fricciones con el estado oceánico recientemente subieron de tono con el intercambio de acusaciones, el pedido de una investigación sobre la Covid-19 en China, restricciones comerciales, alzas tarifarias a bienes importados y una polémica por los crímenes del ejército australiano en Afganistán.
Mientras, los lazos sino-británicos se tensaron con la decisión de Londres de excluir a Huawei del despliegue de la 5G y de toda la infraestructura tecnológica, el cese del tratado de extradición con Hong Kong y el plan de acoger a portadores del Pasaporte Británico de Ultramar.
Respecto a India, el choque fronterizo de junio dio lugar a la imposición de trabas a las operaciones comerciales, boicot a productos chinos, cancelación de múltiples aplicaciones móviles y la revisión de planes para incluir a Huawei y ZTE en la instalación de la 5G.
Si bien Beijing se mantuvo firme en la protección de sus intereses, soberanía y seguridad ante cada una de esas diferencias, dejó las puertas abiertas al diálogo, insistió en soluciones negociadas y salvar la cooperación mutuamente beneficiosa.
También optó por seguir adelante con su política de reforma y apertura, y apuntalar las alianzas con zonas prioritarias en su agenda exterior, como el resto de Europa, Rusia, África, el Sudeste Asiático, Medio Oriente, América Latina y El Caribe.
Mientras se agudizaron las relaciones con Occidente, China sostuvo contactos con altas autoridades de esas regiones, planteó alternativas de desarrollo y cooperación, así como la necesidad de trabajar juntos por la salvaguarda del multilateralismo y el libre comercio.
En medio de batalla diplomática, negó cualquier pretensión hegemónica, dio seguridades sobre su apego al desarrollo pacífico y al avance de una globalización más abierta, inclusiva y balanceada.
Pero al mismo tiempo advirtió a Washington y sus aliados que pueden ser las principales víctimas de su propia hostilidad por prejuicios ideológicos, pues nunca antes el mundo estuvo tan interconectado y si sufre uno, pierden todos.
‘Lo que China defiende son sus derechos e intereses legítimos y los de otros países; lo que protege es la base política (…) y las normas que regulan las relaciones internacionales; (…) lo que persigue son sus propuestas legítimas y la justicia internacional’, resumió el canciller.