En febrero de 2018, el entonces secretario de Estado, Rex Tillerson, aseguró que la Doctrina «es tan relevante hoy como el día en que fue escrita».
Bajo la consigna de “América para los americanos”, la Doctrina Monroe, formulada por los Estados Unidos (EE.UU.) casi doscientos años atrás, aún posee vigencia y se expresa con frecuencia en acciones injerencistas sobre América Latina.
En 1823, bajo el presupuesto de una posible intervención europea en las jóvenes repúblicas latinoamericanas se formuló el dogma que durante la presidencia de Theodore Roosevelt (siglo XX), que ratificó que el país norteamericano cumpliría el rol de “policía de la región”, uno de los principios que sustentan sus ambiciones imperialistas.
El llamado “Corolario Roosevelt”, anunciado el 6 de diciembre de 1904, daba al Gobierno estadounidense la potestad de intervenir en Latinoamérica y el Caribe en caso de percibir que la situación en un país podía deteriorarse hasta causar disputas con potencias extracontinentales, especialmente europeas.
“Todo lo que este país desea es ver a sus vecinos estables, organizados y prósperos […] pero los comportamientos incorrectos crónicos […] requieren la intervención de alguna nación civilizada, y en el Hemisferio Occidental el apego de Estados Unidos a la Doctrina Monroe nos obliga […] a ejercer un poder internacional policial”, expresó el entonces presidente.
A partir de entonces, sería invocado en repetidas ocasiones cuando los derechos o propiedades estadounidenses “podían estar en peligro” en cualquier país latinoamericano o del Caribe. La intervención militar en los asuntos internos de la nación “perturbada”, con el presunto objetivo de restablecer el orden y la seguridad de los derechos y el patrimonio de ciudadanos y empresas, sería una acción común.
Solo en las primeras décadas del siglo pasado, República Dominicana (1904 y 1916), Cuba (1906), Nicaragua (1909, 1912 y 1926) y Haití (1915) resultaron víctimas de esta práctica.
Con el paso de los años, EE.UU. modificó su táctica y de las intervenciones armadas pasó a los golpes de Estado, con los cuales aseguraba la instauración de gobiernos afines a su política en la región, sin que su rol en estos procesos quedara manifiesto.
Golpes de Estado como los dados en Cuba (1952), Guatemala (1954), Brasil (1964), Chile (1973), Argentina (1976), Granada (1983), Panamá (1989) e incluso el apoyo al intento fallido contra Hugo Chávez en Venezuela (2002), la deposición del entonces presidente haitiano Jean-Bertrand Aristide (2004) y el derrocamiento a Manuel Zelaya en Honduras (2009), por solo mencionar algunos, llevan el sello de las intenciones estadounidenses en la región.
En la última década el área no ha perdido importancia estratégica para Washington y sus intereses hegemónicos. Tan recientemente como en febrero de 2018, el entonces secretario de Estado, Rex Tillerson, aseguró que la Doctrina «es tan relevante hoy como el día en que fue escrita».
Tillerson dijo entonces sobre el creciente protagonismo de China en la región que «América Latina no necesita un nuevo poder imperial que sólo busque beneficiar a su propia gente».
Poco antes, exconsejero de seguridad nacional de la Casa Blanca, John Bolton, expresó que «la injerencia rusa en América Latina podría inspirar a Trump a reafirmar la Doctrina Monroe», una manifestación más de la animadversión del acercamiento del país euroasiático al continente, que se remonta al rechazo a las estrechas relaciones entre Cuba y la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Sobre este tema, el analista internacional Lázaro Barredo consideró que EE.UU. busca pretextos para intervenir en América Latina con el fin de evitar la presencia de Rusia y China en el área.
El analista detalló que estos países han afianzado relaciones de cooperación con el área en los últimos años, provocando que los empresarios estadounidense encuentren contrapartes cuyas relaciones con el continente se realizan dentro de las normas del derecho internacional y resultan más ventajosas.
Bolton aseguró que “hemos dejado muy claro que la Doctrina Monroe está vigente en esta administración”, sin embargo, la razón que dio para ello, “tener un hemisferio completamente democrático”, catalizadora de calumnias contra disímiles gobiernos, es solo una excusa.
Incluso medios estadounidenses como el diario The Wall Street Journal han desarrollado argumentos en torno a la injerencia en la crisis venezolana como una una nueva estrategia de Washington encaminada a expulsar a otras potencias de la región.
De esa manera, acciones como el apoyo de Trump al autoproclamado presidente interino de Venezuela, Juan Guaidó, el recrudecimiento de las sanciones económicas y las medidas de seguridad contra Cuba y la satanización del gobierno nicaragüense, resultan muestras claras de las estratagemas de la Casa Blanca para impulsar y expandir su presencia en Latinoamérica.
La forma de interpretarlo varía, pero el dogma sigue vigente en la política estadounidense, la Doctrina Monroe seguirá promoviendo una América para los (norte)americanos, y luchará por mantener fuera de la región a potencias extracontinentales, no ya ante el temor de una presunta invasión, sino con la meta de debilitar los lazos de cooperación y comercio y continuar monopolizando el área que siempre han considerado su traspatio.