La ley de Seguridad Global, un control inaceptable.

«El mandato de Macron no ha proporcionado más que desdichas»

 

 

Llevamos días en Francia con una violencia desatada a niveles nunca vistos, en medio de las manifestaciones programadas y autorizadas (como debe ser). Primero ocurrió en la Place de la République, donde varios activistas desplegaron de forma simbólica tiendas de plástico, de campaña, de las que usualmente les dan a los sans abris (mendigos), en protesta por la cantidad de inmigrantes que se encuentran desperdigados por el país, sin documentación y sin atención; en mayor número por los barrios de la capital. La policía entonces disolvió la manifestación mediante un despliegue enorme de utensilios destinados a reprimir fuertemente; los manifestantes, incluidos periodistas de la prensa oficial recibieron porrazos, matracazos, gas lacrimógeno, a diestra y siniestra.

Es conveniente aclarar que no todo el que allí se manifestaba iba en son de paz ni únicamente a protestar civilmente, como se espera que suceda en cada uno de estos eventos en los que se cuelan los Chalecos Negros y otros encapuchados con el ánimo evidente de destrozar, dañar, herir a cuanto policía se les interponga, e inclusive si no se les interpone ellos van a su encuentro.

El sábado pasado, el nivel de violencia por la zona de La Bastille aumentó de manera desmesurada. En principio se protestaba contra una Ley votada, aunque todavía no de manera definitiva por el gobierno llamada Ley de Seguridad Global. Una ley que limita extremadamente la libertad de los individuos, una ley liberticida. Esta ley prohíbe que la policía sea filmada o fotografiada por quien quiera que sea. Ningún ciudadano tendrá derecho a filmar o a fotografiar a un policía, y cuando digo «ningún ciudadano» incluyo a la prensa. Ningún periodista podrá, durante su trabajo, filmar o grabar cámara o teléfono en mano la actuación de la policía; por ejemplo, durante una manifestación

Las manifestaciones del sábado, en contra de la Ley de Seguridad Global, tomaron un giro verdaderamente terrorífico a la altura del Café de Phares, lugar recién remozado, un clásico parisiense, donde se reúnen los filósofos los domingos para compartir con el público sus diatribas y pensamientos, y que fue reducido prácticamente a escombros y cenizas. El Hippotamus, otro restaurante que hace esquina, también muy frecuentado sobre todo por el público infantil del barrio, los domingos en familia, fue tomado por asalto y destruido a golpe de armas contundentes, e incendiado. Del mismo modo ocurrió con la Banque de France que hace esquina, con automóviles y todo tipo de vehículos, incinerados igualmente. Los enfrentamientos también tuvieron lugar cuerpo a cuerpo, entre los secuestradores de la manifestación pacífica, quienes encapuchados agredieron una vez más salvajemente a manifestantes, corresponsales de medios de comunicación, y contra policías. Treinta y siete agentes resultaron heridos, algunos de gravedad.

Si bien este tipo de manifestación se convierte desde hace algún tiempo en lo más parecido a una guerra sin cuartel, no es menos cierto que aparecerse en los momentos en que este país y el mundo atraviesan por una de las tragedias más grandes de la humanidad con una ley que suprime libertades esenciales y amordaza aún más a ciudadanos que llevan un año silenciados y aislados de múltiples maneras, enciende y exacerba la ira y no facilita de ninguna manera un instante de reflexión necesario.

El sábado Francia salía de su segundo confinamiento, casi tan estricto como el primero, y reiniciaba su segundo toque de queda. Este tipo de manifestaciones echa por tierra todo un trabajo en pos de que mermaran los contagios con el Covid-19. Pero ha sido esa Ley de Seguridad Global, que con ese nombre ya constituye una memez y un acto de una provocación inaudito, lo que ha lanzado a la gente a las calles sin importarles el contagio, porque por encima de todo a ellos les importa más la libertad, ahora y futura, ahora y siempre.

El presidente Emmanuel Macron, por su parte, no parece reconsiderar este paso en falso, ni siquiera se nota en su discurso un replanteamiento en la dirección adecuada de devolver a los franceses su libertad. Craso error.

En una época en que cada vez más se recortan nuestras libertades, en un momento en que se anuncia el Foro de Davos y lo que se propone como el Gran Reinicio, que en definitiva fue adelantado y denominado por Pedro Sánchez como una «nueva normalidad», y en que abundan las historias conspiranoicas, que cada vez lo van siendo menos, inventarse una Ley de tal magnitud sólo puede provocar la cólera e impedir que las personas consigan analizar, y mucho menos admitir hechos, acontecimientos cuasi consumados, que tendrán sus consecuencias inmediata y mediatamente: un futuro que no se advierte muy pacífico que digamos.

Sabemos que la policía está para cuidar a los ciudadanos, la policía está para servir al ciudadano. Los ciudadanos no deben abusar de esos privilegios y agredir a la policía. Pero, filmar, fotografiar, no es agredir. Hay que tener claro quién agrede a quién, y sólo mediante los testimonios gráficos la justicia podrá actuar mejor, tal como ha expresado el periodista Serge Raffy en una entrevista en BFMTV: «Mientras más imágenes, mejor».

El gobierno de Emmanuel Macron, con el primer ministro Jean Castex a la cabeza del ejecutivo, no ponen una que sea beneficiosa para los ciudadanos. De un error a otro, y no sólo en este año fatal, el mandato de Emmanuel Macron no ha proporcionado más que desdichas, y el que se suponía que vendría a mejorar este país económicamente no ha hecho más que empeorarlo. Tanta sobrada juventud no ha servido más que para probar que en política vale más experiencia y años que inexperta maroma juvenil de segunda para aparentar lo que no es.

Emmanuel Macron no es por ninguna vía lo que tanto se esperó de él. Tal vez por eso: la expectativa idealizada superó a la realidad. Y la realidad es que, salvo para el Líbano –¡y menos mal!–, Macron ha gobernado de manera lamentable.

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