Rusia pareció desafiar intentos permanentes de Occidente de imponer la unipolaridad, al lograr un acuerdo en el conflicto de Nagorni Karabaj, aunque parece enfrentar nuevos obstáculos por parte de Estados Unidos en ese esfuerzo.
Aunque el diferendo entre Armenia y Azerbaiyán en torno a Nagorni Karabaj posee un carácter regional, su solución pareciera marcar pautas en un mundo que, al parecer, vive una reducción paulatina de la omnipresencia norteamericana en asuntos y crisis globales.
De acuerdo con la publicación estadounidense The National Interest, la inteligencia del país norteño es responsable de que a Occidente le tomara por sorpresa el inicio de combates el pasado 27 de septiembre en Nagorni Karabaj, la firma de un acuerdo y el envío allí de pacifistas rusos.
Sin embargo, comentaristas de RIA Novosti estiman que resulta más cómodo remitirse a una falla de inteligencia, cuando en realidad el asunto tiene una dimensión mayor: por primera vez en 30 años ninguna parte involucrada en un conflicto busca ayuda en Occidente.
La capacidad de Europa y Washington de estar presente en casi todas las confrontaciones o en las crisis políticas, incluidos los diferendos internos, donde una de la partes demanda su ayuda como en Belarús, Venezuela, Siria, Ucrania o Hong Kong, quedó maltrecha en esta ocasión.
Armenia y Azerbaiyán, finalmente, decidieron pactar directamente con Rusia las vías para solucionar el conflicto armado y sentar las bases para la solución de un diferendo de casi tres décadas.
Ese resultado parece presentar credenciales para mostrar la tendencia de la pérdida paulatina, sobre todo de Estados Unidos, de decidir procesos globales.
Como afirmó esta semana el canciller ruso, Serguei Lavrov, Occidente mostró su orgullo herido en el caso de Nagorni Karabaj, pues intentó cuestionar el cumplimiento de la avenencia alcanzada el pasado día 9 por Rusia, Armenia y Azerbaiyán, y activar a nacionalistas armenios y azeríes para malograr el arreglo.
Pero, la confrontación de Rusia con Occidente en contra de un orden unipolar también pasa por asuntos de la seguridad mundial, a lo que Estados Unidos contribuye cada vez menos, en especial, tras su anuncio de salir del Tratado de Cielos Abiertos (OST), puesto en vigor en 2002.
La administración saliente del presidente estadounidense, Donald Trump, parece demostrar que en el caso de Rusia, las diferencias con el equipo del demócrata John Biden podrían ser en realidad muy pocas. Lo importante para la Casa Blanca es garantizar una pretendida hegemonía.
Así, en esta semana se conoció que Estados Unidos prepara un paquete de sanciones contra más de una veintena de empresas e instituciones de la nación europea, incluso, algunas cercanas a la presidencia rusa.
De acuerdo con la publicación digital Vzgliad, ello incluirá al Ministerio de Defensa, empresas del complejo militar industrial, al menos 28 compañías de la aviación y los sectores espacial y atómico que hasta el momento quedaron fuera de los castigos de Washington.
En ese caso figuran Roskosmos, que solo escuchó en su contra una limitación a partir del 1 de enero de 2023 para lanzar desde sus cohetes a satélites vinculados al Pentágono, mientras que la división de armas atómicas de Rosatom también sería sancionada.
Visto aquí como otro esfuerzo por aferrarse a sus intenciones de mantener una dominación hegemónica, las medidas punitivas también incluirían a 89 compañías chinas vinculadas a la esfera militar.
De hecho, el departamento de Estado norteamericano ya anunció medidas concretas contra las empresas rusas Aviazapchast, Elekon y Nilco Group. Para ello ni siquiera se molestó en ofrecer el argumento de la sanción.
Estados Unidos parece resistirse como puede contra un proceso que toma cada vez más fuerza: el debilitamiento de su dominio en el orbe, y el fin del conflicto en Nagorni Karabaj figura como un paso en esa dirección, consideran aquí analistas.