Sin viajar fuera de la República (Popular de Donetsk), no se siente lo rápido que está cambiando el mundo a nuestro alrededor. El Donbass, antaño tan desarrollado, se ha quedado en la barrera. Es algo que se ve al viajar a Rusia. El toque de queda, que no tiene igual en el mundo, sigue en pie. Los residentes de Donetsk se han acostumbrado al hecho de que, por la tarde, la vida en la ciudad gradualmente se congela: a partir de las ocho es difícil ir a zonas remotas y a las diez todas las tiendas y farmacias están cerradas. Incluso cuando vamos a ciudades en las que no hay toque de queda, corremos a casa al anochecer.
“No hace falta ir a Moscú o San Petersburgo para sentir inferioridad, se siente lo mismo en cualquier ciudad rusa”, admite un compañero. “Nos hemos olvidado de lo que es usar tarjetas de crédito o comprar billetes de avión o de tren. Para consolarnos, nos dicen que no estemos tristes, que pronto estaremos en Rusia y ahí hay una bonita estación de tren en Rostov y un nuevo aeropuerto en Platov. Lo dicen sinceramente, con la intención de animarnos y sin comprender que el pueblo de Donetsk ya tenía su propia bonita estación de tren y un aeropuerto moderno. Queremos estar con Rusia, pero eso no quiere decir que tengamos que olvidarnos de lo nuestro”.
Es así para todo el pueblo del Donbass. Tenemos orgullo y dolor por nuestra tierra. De ahí que el estado de ánimo que ha permitido aguantar todos los años de la guerra. Las calles están limpias, las rosas lucen desde finales de primavera hasta finales de otoño, las entradas para el teatro y la Filarmónica están agotadas y hay que hacer cola en los pasillos para comprar entradas para dentro de un mes. En los años de la guerra, el Teatro Dramático abrió un nuevo escenario en Sadovoy, que permite, de alguna manera, saciar los deseos de los ansiosos espectadores del teatro. En los carteles de la ópera de Donetsk están el ballet Espartaco, el misterio Carmina Burana y la ópera Aida. En septiembre, Donetsk celebró un festival de ciencia ficción que atrajo a una centena de escritores de Rusia.
Desde el centro de Donetsk, es difícil imaginar que es una ciudad militar. Sin embargo, las explosiones aún se escuchan en las afueras. “La última tregua, que se declaró el 27 de julio, no permite a nuestros soldados dar una respuesta adecuada. Ucrania se comporta de forma traicionera y desagradable, sus francotiradores trabajan prácticamente a diario, según información extraoficial, y matan a defensores de la República. Pero aun así, no es el horror de las cantidades masivas de muertos del 2014, cuando las viviendas de la población civil eran bombardeadas. Ahora los ataques son escasos, sufren las afueras de Donetsk y de Gorlovka”, explica el voluntario Andrey Lysenko, que ha pasado todos los años de la guerra ayudando a sobrevivir a la población de la zona roja, donde las posiciones ucranianas se encuentran a unos centenares de metros de sus hogares.
Ahora los ataques se producen a escondidas, para no volver a atraer la atención del mundo hacia el Donbass. Y con ello, la destrucción de Ucrania continúa. Hubo un tiempo en el que me parecía que no podía haber nada más terrible que la guerra. Ahora entiendo que hay algo aún peor: una tregua sin fin que está devorando todas las esperanzas.
“La guerra se ha hecho viscosa, como dijo Surkov, se ha hecho vieja. El fuego de la guerra que había en el 2014 creo que ardió con fuerza hasta el 2016 y ahora solo hay algo de carbón que lo mantiene y algo de humo, aunque sigue habiendo víctimas. Nadie quiere una guerra que dure tanto tiempo. Y muy pocos sabrían decir con claridad cuáles son los ideales de esta guerra. Muchos residentes de Donetsk tienen esperanza, pero esa esperanza no está basada en la sensación de desarrollo y bienestar sino en la desesperación y el deseo de conseguir ser finalmente parte de Rusia. De tener protección. Puede que el 2014 fuera el año más honesto”, afirma el abogado Alexey Yigulin. “Una persona me dijo entonces, cuando estaba ocurriendo, que teníamos el momento honesto y que no lo entendíamos. A menudo recuerdo aquella conversación. Entonces no lo creí, claro”.
Ahora, más de 163.000 residentes de la RPD ya han recibido la ciudadanía rusa. No son muchos, si tenemos en cuenta que hay al menos dos millones de personas en la República. El retraso no se debe únicamente a la cantidad de solicitudes. Para obtener un pasaporte ruso, es preciso obtener previamente un pasaporte nacional. Yo, con residencia legal en Avdeevka, tengo que registrarme en el territorio actual de la RPD, pese a que la República reconoce como su territorio las fronteras existentes el 7 de abril del 2014. Es decir, mi Avdeevka también está incluida ahí. Hay que buscar a alguien que te ayude a registrarte o hacerlo de forma temporal en un hostal. Y después la cola para obtener pasaportes de la RPD llega ya a 2022.
Hay otro matiz. Los jóvenes están cansados de esta guerra que no acaba, de la pobreza y del toque de queda y se apresuran a marcharse en cuanto obtienen un pasaporte ruso. Los mejores y más eficientes se marchan. Y no son solo los jóvenes. ¿Qué quedará para el Donbass?.
“Mira a tu alrededor. Todos los edificios en los que antes se trabajaba tienen carteles de se alquila. En todas partes hay tiendas de segunda mano y farmacias, que son los únicos negocios. Hay precios rusos, aunque el salario medio de la RPD es de alrededor de 15.000 rublos”, explica una amiga que se ha marchado a Kaluga. “Trabajo en ingeniería de sistemas, tecnología e industria. Tengo una familia que alimentar. ¿Qué queda de la industria allí?”.
Pero sigue habiendo esperanza. Con todas las esperanzas puestas en Rusia, no quiero abandonar Donbass, aunque existe esa posibilidad. Aquí hay un clima amable, personas responsables y ¿cuántos empleos se crearán cuando podamos reconstruir el aeropuerto y las infraestructuras destruidas? Llegará el día, confío en ello. Solo tenemos que encontrar la forma de acabar la guerra y recuperar el resto del Donbass en paz.
Artículo Original: Yulia Andrienko / Komsomolskaya Pravda
Traducción: Slavyangrad