El fin del conflicto en la zona hullera de Donbass centra esfuerzo de seis años, durante los cuales Kiev intentó variar la composición de quienes acudieron a la mesa de negociaciones con la intención de involucrar a Rusia.
Quizás el politólogo ucraniano Mijail Gonchar ofreció la versión más preocupante para quienes en Ucrania hicieron de la guerra en Donbass una vía de enriquecimiento que roza la ilegalidad.
Gonchar, al referirse al establecimiento del alto al fuego número 22 en Donbass, habilitado desde el pasado 27 de julio, consideró que pone a Kiev en un dilema pues a todas luces consolida la posición mediadora de Rusia en el diferendo, en contradicción con la legislación ucraniana.
La Rada Suprema (parlamento unicameral) se encargó en 2018 de situar a Rusia como nación agresora y las autoproclamadas repúblicas de Donetsk y Lugansk -en la zona de Donbass-, como territorios temporalmente ocupados.
Eso indica, explica Gonchar, que Moscú al actuar como mediador sale de su condición de agresor, mientras convierte a los representantes de Donetsk y Lugansk en interlocutores reales en las conversaciones, todo lo cual contradice la versión manejada por Kiev. De hecho el protocolo de septiembre de 2014 y el paquete de medidas pactado en febrero de 2015 en Minsk para interrumpir las acciones combativas, cuando las tropas ucranianas sufrían derrotas en el terreno, reconocen a los rebeldes de Donetsk y Lugansk como interlocutores reales.
Moscú, al demandar el cumplimiento de los acuerdos de Minsk y negar alguna participación de sus tropas en la confrontación, intenta lograr que Ucrania deje a un lado argumentos injustificados que presenta como principal pretexto para demandar a Occidente sanciones contra Rusia.
LA TREGUA
Algunos podrían calificar la tregua alcanzada a partir del 27 de julio como algo trascendental, no tanto por las intenciones de su cumplimiento fiel, sobre todo por parte de Ucrania, sino por los mecanismos establecidos, al menos en el papel, para ejercer su control.
Más allá del tradicional acuerdo para retirar los armamentos pesados de la línea de confrontación, también se prohíbe la realización de algún tipo de actividad de exploración y de ofensivas.
En caso de registrarse alguna actividad bélica, ello de inmediato debe ser notificado al Grupo de Contacto Tripartito que forman Ucrania, los representantes rebeldes y Rusia.
Además, se activaría un mecanismo de verificación estricto de la misión de observadores de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa, que deberá fijar la violación de la tregua.
Se crea en la parte ucraniana un comando de oficiales de experiencia y algunos con participación en misiones de paz de la ONU para ser los responsables del cumplimiento del cese de hostilidades.
La avenencia prevé, incluso, la imposición de medidas disciplinarias para violadores del régimen de ‘silencio’ en la línea de confrontación.
EL EFECTO BUMERÁN
El alto al fuego desde el punto de vista militar posee muchas grietas, pues es casi seguro que las armas sonarán, pero al menos hay días de paz para los habitantes de las zonas cercanas al límite establecido en Donetsk y Lugansk entre rebeldes y el gobierno ucraniano.
Al respecto se pronunció Denis Kazansky, oriundo de Donbass que ahora asiste a las sesiones del grupo de contacto, pero por la parte ucraniana.
Kazansky se refiere a otro asunto ya fustigado por el presidente ruso, Vladimir Putin, en una conversación telefónica con su similar ucraniano, Vladimir Zelensky, es decir, una resolución de la Rada Suprema sobre la celebración de elecciones locales en Donbass.
La resolución exige que para celebrar los comicios, primero deben salir de las repúblicas rebeldes las tropas de ocupación rusa y su armamento, cuya existencia en Donbass desmiente Moscú.
Además, se repite el esquema de llamar a la paz, sin echar abajo el mito de la agresión rusa, destacan medios de prensa locales. Ello está dado, en especial, por la posición pasiva asumida por el equipo de Zelensky respecto a los procesos legales contra Piotr Poroshenko.
Zelensky, quien en abril de 2019 venció a Poroshenko con más del 72 por ciento de los votos, pareció consumir su popularidad al registrar menos del 40 por ciento de aceptación después que en poco más de un año de gobierno su política respecto a Donbass y Rusia apenas varió.
Como afirman algunos politólogos rusos, Ucrania se convirtió en rehén de una minoría que nunca ganó en las urnas, los ultranacionalistas amenazan con repetir las protestas de 2014 que finalizaron en un golpe de Estado si hay cercanías a Moscú.
LAS HERRAMIENTAS
Ucrania en 30 años de vida independiente, tras la desaparición de la Unión Soviética, lejos de ganar en soberanía, más bien parece perderla.
Ello se palpa, por poner un ejemplo, en las grabaciones de las pláticas telefónicas entre Poroshenko y el exvicepresidente estadounidense Josef Biden, candidato presidencial demócrata para los comicios de noviembre venidero.
Poroshenko buscó la opinión de Biden en temas cruciales de política nacional como la formación de una coalición parlamentaria, detalles de la reforma de pensiones o quién debía ser el fiscal general.
De otro lado, en un sondeo reciente el 33,5 por ciento de los encuestados lamentó la desaparición de la Unión Soviética, mientras el 66,5 por ciento considera que la independencia de Ucrania es pura ficción. En Donbass, el 81,5 por ciento se pronunció de esa forma.
Lo anterior está muy relacionado con la situación económica de Ucrania. Al desintegrarse la Unión Soviética, esa república ocupaba la sexta posición en el conglomerado por Producto Interno Bruto per cápita, con tres mil 965 dólares. En 2018, llegó a tres mil 100 dólares.
En comparación, Rusia en 1990 contaba con un PIB per cápita de nueve mil 47 dólares y en 2018 llegó a 11 mil 792.
Por encima de Ucrania estaban en ese parámetro Rusia, Kazajstán, Estonia, Lituania y Letonia, pero ahora por delante también están Belarús, Azerbaiyán, Armenia, Turkmenistán y Georgia.
En tres décadas desaparecieron conglomerados industriales como la fábrica de ómnibus de Lvov, la de automóviles de Zaparozhie, la refinería de Odessa y sus astilleros, así como la empresa de aviación Antonov.
A ello se suma la pérdida de la producción cooperada con Rusia tras el golpe de Estado de 2014, incluida la de motores para helicópteros y buques de guerra, de misiles intercontinentales y de aviones.
Todo ello parece pender como una espada de Damocles sobre el gobierno ucraniano, y por consecuencia, sobre cualquier oportunidad para poner fin a la confrontación en el Donbass, estiman analistas.