Es hora de que las tropas de EE.UU. se retiren de Irak antes de que sea demasiado tarde y no puedan tapar el fracaso de su invasión ni explicar más muertes de militares.
Más de una docena de manifestantes perdieron la vida en Irak durante los disturbios habidos en las últimas semanas, lo que elevó el total de las víctimas mortales a más de 600 desde que comenzaran las protestas antigubernamentales en octubre pasado, cuando los iraquíes salieron a las calles de las principales ciudades del país árabe para mostrar su rechazo categórico a la corrupción extendida entre sus gobernantes. Esta corruptela viene registrándose desde hace mucho tiempo atrás por el estado fallido producto de la ocupación de las fuerzas extranjeras, lideradas por EE.UU., allá en 2003; así comienza un artículo de Daniel L. Davis, colaborador y columnista del diario estadounidense The Hill, publicado el lunes
Davis, exteniente coronel del Ejército de EE.UU. retirado en 2015 —quien comenzó prestando sus servicios militares con su intervención en la Operación Tormenta de Desierto que Estados Unidos puso en marcha en 1991 para liberar a Kuwait después de que los iraquíes invadieran en agosto del año anterior el pequeño reino—, sugiere que, ante la continua inestabilidad política y agitación social que se vive en Irak es muy imperioso y crucial retirar al personal militar estadounidense antes de que haya más bajas en sus filas por el caos existente, pues, según él, los norteamericanos han sido testigos de este mismo guion en años anteriores.
Ahora está bien comprobado y documentado que los motivos que indujeron a la invasión estadounidense de Irak en 2003 se basaron en puras especulaciones y mentiras de entidades de espionaje de EE.UU., como es el caso de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés), que aseguraron que el entonces régimen del dictador Saddam Husein poseía un vasto arsenal de armas de destrucción masiva que podría utilizarlas contra las tropas estadounidenses desplegadas en la zona en aquel entonces, escribe el exmilitar para luego catalogar de un gran error no solo la decisión del entonces presidente George W. Bush de invadir el país árabe sino de no retirar a tiempo las tropas estadounidenses una vez que se hubiera percatado de la naturaleza falsa de las pruebas que le habían presentado sus subordinados en Washington para forzar tal intervención militar.
El columnista sostiene que una vez que se hizo evidente que los altos mandos de Washington incurrieron en este error garrafal y estratégico comenzó un círculo vicioso que aún a día de hoy no muestra signos de que se interrumpa, a no ser que saquen a las tropas de EE.UU. de Irak.
Con Saddam Husein depuesto —ejecutado en 2006—, prosigue el texto, la Administración Bush podría haber colaborado con los remanentes del Ejército iraquí para mantener el orden público y establecer las condiciones a fin de que el pueblo iraquí formara un nuevo Gobierno y, así, crear las bases de la retirada de las fuerzas de EE.UU. a partir de finales de 2003. En cambio, añade, algunos en Washington quisieron rehacer Irak a imagen y semejanza de Estados Unidos.
Para tal menester, Washington disolvió el Ejército iraquí y erradicó el núcleo del “gobierno” e intentó construir nuevas estructuras desde cero, al tiempo que escogían ganadores y perdedores políticos, convirtiéndose en enemigos de las fracciones perdedoras de la comunidad suní. Esta política errónea dio lugar a la formación de una insurgencia liderada por los suníes, que fue el germen de la posterior aparición del grupo terrorista EIIL (Daesh, en árabe) en Irak, según el autor de la publicación.
Para 2005 quedó claro que la citada insurgencia estaba abrumando a las fuerzas militares de Estados Unidos con las cifras de bajas que cada día se iban registrando en las filas estadounidenses desplegadas en Irak, apunta el articulista y enfatiza que, en aquel momento, Washington tuvo la oportunidad de cambiar su política y el curso de los acontecimientos si hubiera escuchado las recomendaciones de los altos rangos militares estadounidenses de que era necesaria una reducción sustancial de las tropas. Empero, la Casa Blanca ordenó al Departamento de Defensa de EE.UU. (el Pentágono) duplicar la cifra de efectivos destinados al país árabe hasta un total de 20 000 uniformados.
Bush admitió en un discurso de enero de 2007 que los estadounidenses se veían superados e incapaces de recuperar la estabilidad y la seguridad que tanto habían prometido tras su invasión de Irak, pues, tal y como reconoció el propio mandatario “pensamos que las elecciones de 2005 unirían a los iraquíes, pero en 2006, sucedió lo contrario con la violencia que se desató en Irak, particularmente en Bagdad, superando así los logros políticos que los propios iraquíes habían alcanzado hasta este momento”.
Dado que los estadounidenses prometían que con su desembarque en Irak iban a traer “algo nuevo en el mundo árabe: una democracia funcional que controle su territorio, defienda el estado de derecho, respete las libertades humanas fundamentales y responda a su pueblo”, se quedó patente que la invasión estadounidense solo les condujo a vivir en un permanente estado fallido, apunta el artículo.
A partir de entonces, Washington en busca de hallar una salida digna para que justificara su invasión, puso en marcha su maquinaria diplomática para acercarse e influir en las decisiones del entonces Gobierno del primer ministro iraquí Nuri al-Maliki que duró desde 2006 hasta 2014.
Con el paso de tiempo, y pese a los esfuerzos de Al-Maliki para poner orden en Irak, los problemas que seguían a consecuencia del estado fallido provocó que una gran parte de la sociedad se mostrara indignada por la revelación de algunos casos de corrupción habidas durante los diferentes gobiernos del citado premier que condujeron a las ya mencionadas protestas antigubernamentales.
Ante este escenario, Davis remata diciendo que las tropas estadounidenses en Irak no pueden resolver el caos político que existe hoy por hoy en Bagdad más de lo que podrían haberlo hecho en 2003, 2007 o 2014. De hecho, subraya que Washington ya ha sacrificado la vida de miles de estadounidenses y miles de millones de dólares tratando de lograr lo inalcanzable.
Es hora de que la serie ininterrumpida de los desaciertos llegue a su fin, dice el columnista que insiste, al mismo tiempo, en la urgencia de esta retirada, especialmente, ahora que la vida de las tropas estadounidenses corre peligro con el también error del cálculo del actual presidente de EE.UU., Donald Trump, quien ordenó asesinar al comandante de la Fuerza Quds del Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica (CGRI) de Irán, el teniente general Qasem Soleimani y el subcomandante de las Unidades de Movilización Popular de Irak (Al-Hashad Al-Shabi, en árabe), Abu Mahdi al-Muhandis, y varios otros compañeros que cayeron mártires en un ataque aéreo de EE.UU. contra los vehículos en los que viajaban cerca del Aeropuerto Internacional de Bagdad en la madrugada del 3 de enero.
A su entender, es hora de que Washington reconozca los límites de su poder militar para resolver problemas políticos y retire todas sus tropas de Irak antes de que sea demasiado tarde y no se pueda más maquillar el fracaso que supondría la llegada de más uniformados caídos en el país árabe.
De hecho, esta recomendación del columnista de The Hill es similar al fuerte clamor que recorre entre los distintos estamentos políticos, sociales y religiosos iraquíes que exigen la inmediata retirada de las fuerzas de EE.UU., o cualquier empresa privada vinculada con ellas, desplegadas en muchas de las bases iraquíes con el pretexto de liderar una supuesta coalición contra el terrorismo de Daesh.