Estados Unidos creó un avispero en Medio Oriente sin medir consecuencias con bombardeos en Iraq que ultimaron al general iraní Qassem Soleimani y del subcomandante de las Unidades de Movilización Popular (UMP), Abu Mahdi al Mohandes.
Las reacciones pudieran ser catastróficas para Washington, entre ellas, como mínimo, la de un asedio a su embajada en Bagdad similar al ocurrido en Teherán hace unos 40 años.
Los ataques pondrán en tela de juicio el futuro de la presencia militar estadounidense, tras poco más de 16 años en que el Pentágono lideró una alianza para derrocar al presidente Saddam Hussein y luego la ocupación.
También suceden en un momento en que las manifestaciones masivas antigubernamentales exigen una reforma radical del sistema político impuesto a raíz de la intervención norteamericana.
Si por un momento las manifestaciones se enfocaban en una retirada de los militares extranjeros, con insistencia en la influencia iraní, ahora se concentrarán en los estadounidenses.
Las acciones estadounidenses consideradas por Bagdad violación de soberanía, en vez de dividir a la ciudadanía, la ha unido como reflejan las declaraciones del primer ministro saliente, Adel Abdul-Mahdi, y varios diputados.
Antes indecisos por la permanencia del Pentágono en el país, las próximas sesiones parlamentarias analizarán si es oportuna la presencia de tropas norteamericanas y de otros países occidentales.
Una gran parte de la población iraquí no soportaba a los militares de Washington, pues recordaban las jornadas sangrientas de 2003 cuando la invasión que defenestró a Saddam.
E incluso, la desobediencia civil iniciada el 1 de octubre último blasfema contra el actual sistema de Gobierno que la Casa Blanca defiende como democracia, pero para el ciudadano común representó corrupción, pobreza y falta de prestaciones sociales.
Tampoco es válido el pretexto para asesinar al general iraní Qassem Soleimani, quien, según Washington, preparaba acciones contra los norteamericanos en Iraq.
Soleimani y Al Mohandes son vistos como paladines en la lucha contra el Estado Islámico y no como figuras que acudirían al terrorismo para enfrentar al Pentágono, del cual si se conocen pruebas sobre su respaldo en recursos y armas a las bandas extremistas.
Los asesinatos del general iraní y del subcomandante iraquí pueden causar pesadillas en los mandos militares norteños que a partir de ahora vivirán en la paranoia de ver un enemigo en cada esquina de cualquier ciudad iraquí, siria o de otra nación árabe.