No es nada nuevo. El pueblo chileno es muy paciente pero cada tanto pierde la paciencia. Los grandes avances de Chile en el último siglo se lograron en la interacción de irrupciones masivas que se sucedieron a cada década en promedio, del pueblo empujando desde abajo, al sistema político democrático que las canalizó desde arriba, forjando alianzas amplias que realizaron las reformas necesarias y adecuadas a cada momento.
Bueno, la Tercera Revolución de la Chaucha se inició. Es grande y hay que ver como sigue. Las anteriores en 1949 y 1957 se extendieron muy rápidamente. Tuvieron gran impacto, especialmente la segunda que derogó la ley maldita y estableció la cédula electoral única, lo que abrió paso a los grandes sucesos de la década siguiente.
Una gran protesta contra el transporte público era inevitable, lo extraño es que no estalló antes. Es una tortura diaria para millones de trabajadoras y trabajadores, para terminar la cual el sindicato del Metro dió la consigna precisa, estatizar el Transantiago e iniciar de inmediato el gran plan que cubra la ciudad con corredores exclusivos, además de acelerar las nuevas líneas del subterráneo.
El sistema político debe dimensionar bien la magnitud del descontento acumulado por décadas. No se resuelve con represión ni parches, pretender reprimirlo en las actuales circunstancias sólo lo agrava. La Oposición considerar unirse como está haciendo con las 40 horas, para apoyar con decisión la protesta, exigir el fin de la represión y rechazar la idea de legislar reformas tributaria y previsional que sólo agravan abusos. Pero es poco lo que pueden hacer con la protesta misma porque la consigna “que se vayan todos” va a extenderse y con razón. Sólo las organizaciones de trabajadores, estudiantes y sociales en general la pueden conducir.
Todo el sistema político, empezando por el Presidente, haría bien en recordar las palabras del ex-presidente Arturo Alessandri al promulgar la Constitución de 1925: “No tiene excepción en la historia la ley que lleva a los pueblos a la hecatombe cuando postergan reformas necesarias”. En cambio, el gobierno calificó a millones de manifestantes como delincuentes, decretó el estado de emergencia. La noche del estallido dejaron el centro de la ciudad libre a los manifestantes, igual que el General Gamboa, jefe de plaza en 1957, que retiró la policía y abrió las cárceles para después balearlos. El Presidente anunció que se va “taponar las orejas con cera” para no escuchar. Ello puede aislarlo de los malos consejos, pero también del clamor del pueblo. Ahora es demasiado tarde, están enfrentando el mayor estallido popular que ha vivido la capital.
La Tercera Revolución de la Chaucha sigue su marcha acelerando el paso. En su primer día Santiago quedó paralizado, el caceroleo abarcó la ciudad entera incluyendo por primera vez barrios acomodados. La protesta se prolongó durante la noche como no sucedía desde los años ‘80. Se incendió el rascacielos de la empresa de energía de la capital, que recién había subido abusivamente las tarifas. Esa imagen dantesca será el reflejo mundial apropiado de la gigantesca dimensión del fenómeno que está en pleno curso. Se trata por lejos del estallido social más grande de la historia de Chile, por la sencilla razón que Santiago tiene el doble y triple de población que en las mayores que la precedieron.
No es nada nuevo. El pueblo chileno es muy paciente pero cada tanto pierde la paciencia. Los grandes avances de Chile en el último siglo se lograron en la interacción de irrupciones masivas que se sucedieron a cada década en promedio, del pueblo empujando desde abajo, al sistema político democrático que las canalizó desde arriba, forjando alianzas amplias que realizaron las reformas necesarias y adecuadas a cada momento.
Solo dos veces en un siglo, el flexible y experimentado sistema político democrático chileno no logró canalizar constructivamente la inmensa energía de las periódicas erupciones populares. Fue desplazado por milicos, progresistas que hicieron lo necesario en 1924, contrarrevolucionarios en 1973.
Los primeros iniciaron la construcción del Estado moderno, obra completada por una sucesión de gobiernos democráticos de todos los colores políticos, que compartiendo una inspiración desarrollista modernizaron el país para siempre. Cada uno fue empujado desde abajo por los estallidos populares que se sucedieron, en 1931 derribando la dictadura de Ibáñez, en 1938 abriendo paso a los gobiernos del Frente Popular, la primera revolución de la chaucha en 1949 y la segunda el dos de abril de 1957, que derogó la ley maldita y estableció la cédula electoral única, reformas que abrieron paso a la elección de las autoridades políticas que condujeron lo que vino una década más tarde.
El mayor alzamiento popular de la historia de Chile transcurrió entre 1967 y 1973. Dado que incorporó por primera vez masivamente al campesinado, debe ser reconocido como la auténtica Revolución, con mayúscula, que con sus reformas radicales dio nacimiento a la moderna nación chilena. Así han hecho con las suyas propias todas las grandes naciones modernas, aunque generalmente han demorado medio siglo en reconocer la madre que las parió.
Sin duda este reconocimiento es una de las demandas históricas del pueblo que se deben atender en este momento. Junto al reconocimiento de sus protagonistas, especialmente el campesinado, el pueblo debe ser debidamente reparado por la feroz revancha que sufrió tras el golpe contrarrevolucionario.
El golpe de Pinochet fue un retroceso histórico gigantesco. Sólo terminó en virtud de las heroicas protestas de los años 1980. La más grande aisló y paralizó Santiago durante una semana, con 15.000 soldados en las calles que en una sóla noche mataron 60 personas. Acompañadas por primera vez con la presencia de una fuerza popular armada, experiencia que el pueblo no olvida. Los coletazos de la contrarrevolución no zanjados por la democracia reconquistada están en la raiz del estallido actual. Precisamente aquellos a los cuales éste pondrá fin.
Esos retrocesos reaccionarios no son muy originales. La Patria Nueva sólo se asentó tras un período de reconquista. Nada menos que la Revolución Francesa de 1789, no se completó sino después que las revoluciones de 1830 y 1848 pusieron fin a la restauración borbónica. Es el papel que está llamado a cumplir el estallido en curso. Veremos cómo se logra.
Si la Tercera Revolución de la Chaucha se convierte en protesta nacional, como pinta, su consigna tiene que ir al fondo del asunto: terminar los abusos y distorsiones heredadas de dictadura, que tres décadas de democracia no corrigieron sino agravaron. ¡Ahora! Ni más ni menos. Es lo que hay que hacer. Ya se verá cómo y cuánto se consigue en lo inmediato.
El principal abuso es la superexplotación de los catorce millones de trabajadores, casi toda la población del país mayor de 16 años. Tres millones jubilados, la mitad por AFP, y dos tercios mujeres. Once millones de trabajadoras y trabajadores activos, dos tercios de los cuales tiene menos de 46 años. Ellos soportan jornadas extenuantes, dos tercios laboran 45 horas o más, a lo que se suman dos o tres horas en la tortura del transporte público. El ahorro forzoso AFP les expropia aquella parte de sus salarios que deberían destinar a sostener dignamente a sus padres, abuelas y abuelos. Sumadas a los recortes de la educación pagada y usura de créditos de consumo popular, les birlan un tercio del salario. Sin descontar lo que deben pagar de más por tarifas y precios de monopolio.
Estos trabajadores, poco menos de la mitad mujeres, a quienes con desprecio motejan de “clase media”, son el verdadero rostro del pueblo del Chile moderno. El que construyeron sus padres, abuelos y bisabuelos, porque al igual que ellos ahora, a cada tanto perdieron la paciencia. Los abusos en su contra van a terminar ¡Ahora!
La principal distorsión es el rentismo de una elite hegemonizada por los llamados Hijos de Pinochet. Aparte de apropiarse los recortes de salarios, se han apoderado de los riquísimos recursos naturales que pertenecen al pueblo y la nación. Monopolizan además todos los mercados. Viven principalmente de la renta de los mismos, superexplotando a los trabajadores y asfixiando a las decenas de miles de auténticos empresarios medianos y pequeños que bullen por doquier. Para terminar su dominio hay que renacionalizar el agua, el litio y por cierto el cobre. Todo eso hay que exigir ¡Ahora!
Otra distorsión son las instituciones del Estado que se mandan solas, sin estar sometidas al poder político democrático: instituciones armadas, tribunal constitucional, banco central, superintendencias, etc. Eso debe corregirse ¡Ahora!
Sin una nueva constitución no es posible terminar los abusos y corregir las distorsiones heredadas de la dictadura y agravadas en democracia. El pueblo exigirá Asamblea Constituyente ¡Ahora!
Las consignas son asunto muy serio. En tiempos de irrupción popular masiva en los asuntos públicos es necesario avanzarlas a lo que hay que hacer. Son aquellas que están maduras y trancan el continuado avance de la sociedad. Son las postergadas “reformas necesarias” a que se refería el León de Tarapacá. Ni más ni menos. Sólo de ese modo la indignación popular se convierte en esperanza y su voluntad de luchar en fuerza constructiva.
La pérdida de legitimidad de todas las instituciones democráticas lamentablemente las inhabilita para conducir este estallido. La oposición tiene buena cuota de responsabilidad en ello porque al menos en parte fue gobierno la mayor parte del tiempo, otros mucho menos o nunca. Ojalá la Tercera Revolución de la Chaucha sacuda al sistema político democrático del venal cretinismo político que le viene afectando por décadas, desde 1987 para ser preciso. Este concepto de la teoría política clásica, como se sabe, significa no considerar las cíclicas alzas, pero también las bajas, en la actividad política del pueblo.
La responsabilidad principal en este momento recae por lo tanto en las organizaciones de trabajadores, estudiantes y sociales en general. Sólo los dirigentes sociales pueden conducir este movimiento. Así sucedió, por ejemplo, en el Puntarenazo del 2011 y el Aysenazo del 2012. Quienes articularon las demandas del movimientos y forzaron al gobierno a negociar fueron los dirigentes sociales. Senadores, diputados y alcaldes no jugaron papel relevante.
Los dirigentes sociales, casi todos los cuales reconocen a su vez una afiliación política, desde luego, son los únicos que pueden encabezar la Tercera Revolución de la Chaucha. Tal como los Pingüinos que el 2006 en 24 horas se organizaron nacionalmente y avanzaron su demanda del carnet escolar a la derogación de la LOCE. Las organizaciones del pueblo deben coordinarse rápidamente y ponerse a la cabeza del estallido, como la Asamblea de la Civilidad en los años ‘80. Sólo pueden lograrlo empujándo con toda decisión. Al mismo tiempo, avanzar sus exigencias de modo que abarquen lo que el país necesita que se haga hoy. Eso es lo que se debe exigir. Nii más ni menos. Ya se verá lo que se puede lograr ahora, el resto quedará para las siguientes batallas, ojalá sólo electorales durante largo tiempo, pero en un reconstruido sistema verdaderamente democrático.
Podrán alegar lo que quieran, pero ahora van a respetar al pueblo. Como ha ocurrido siempre que ha irrumpido en la historia, la Tercera Revolución de la Chaucha dejará como herencia un Chile mucho mejor.