En lugar de quedarme en casa leyendo cada palabra del nuevo presidente “coronado” Volodymyr Zelensky, decidí visitar el lugar en el que literalmente se pueden tocar los resultados de los cinco años de políticas del predecesor del cómico, Petro Poroshenko.
Antes de salir, repaso el parte de guerra del día anterior. Según el Ejército de la RPD y su oficina en el Centro de Control y Coordinación, el Ejército Ucraniano atacó en la zona de Gorlovka (Dolomitnoe, Bayrak), Yasinovataya y Spartak. Esta última localidad está situada a poca distancia del lugar al que me dirijo. Pero si no se han producido ataques allí, se puede coger la mochila, la cámara y a la carretera. Donetsk sigue siendo una ciudad en la que se puede llegar a la “zona roja” en transporte público. Cientos de personas utilizan esta vía a diario. Es la rutina, no es nada fuera de lo común.
En una de las últimas paradas me convierto en testigo involuntario de la conversación entre una mujer y su amiga, que está en el único pueblo costero de la RPD: Sedovo. Con la primera frase, nos enteramos de que entre los residentes se dice que los militares no permiten a los turistas meterse al agua porque el mar está minado. Con la respuesta de la mujer sabemos que el rumor es un bulo y que es mentira que ya se hayan dado casos de niños muertos.
“¿Mienten otra vez? ¿Por qué lo hacen?”, se preguntaba la mujer del autobús. Resulta que quienes han podido ir de vacaciones en mayo, han disfrutado pacíficamente de los días al sol, han podido nadar en el mar y tomar el sofocante sol. No voy a juzgar de antemano a Zelensky, pero si esta es la nueva política informativa que prometió tras su victoria electoral, es la misma que la de su predecesor. Pero lo dejaremos pasar teniendo en cuenta que acaba de llegar.
El resto del autobús apenas habla de política. En general, se habla de los detalles sobre el proceso para pedir la nacionalidad rusa, otros problemas domésticos y experiencias personales. La investidura del nuevo líder ucraniano ha sido ignorada en la República. La vida real es diferente a la vida online, pero ya llegaremos a eso más adelante.
Para llegar a la zona del aeropuerto de Donetsk hay que coger el autobús en la parada junto a la estación del tren. Por cierto, antes por la presencia o ausencia del personal de la OSCE sabíamos si nos bombardeaban o no. Ahora no están, no es necesario, ya que la intensidad de los bombardeos en esta zona ha descendido. Por la parada normalmente pasan las rutas 6A y 6B. Se me había pasado completamente la noticia de que las autoridades han abierto una nueva ruta, la 71, que va a la calle de los Cosmonautas.
Gracias a ello, tuve que dar un pequeño paseo entre las vallas, entre la metralla, por las carreteras llenas de oxidados restos de proyectiles de la artillería ucraniana. Las viviendas habitadas son fáciles de reconocer. Puede que no estén enteras, puede que les falte una pared o que el tejado esté roto, pero se siente la presencia humana. Muchas veces he pasado por edificios aparentemente inhabitables en los que se escucha una voz, un hilo de música o el sonido de un hacha cortando leña. Junto a una de esas casas con la valla llena de agujeros hay una mujer. Para entonces, ya me he dado cuenta de que voy en dirección contraria a mi destino. La mujer me dice por dónde ir y ahora ya no me equivocaré en esta dirección.
La primera vez que pisé las “flores” de metal en el asfalto roto fue en el famoso monasterio Iversky. Fue en el coche. Quería salir de la carretera, aunque siempre sin ir muy lejos. Recordé la regla que aprendí el primer año de la guerra: no hay que salir de la carretera, todo campo puede estar minado.
Más adelante, veo un coche aparcado en el cementerio Novo Ignatius. Lleva a los empleados que se dedican a cuidar el monasterio. Cuando hacía foco sobre el destruido edificio, noté el nervioso teléfono vibrando en el bolsillo. Hay que decir que la conexión a internet de los teléfonos Fénix funciona casi mejor en el frente que en el centro. Son mensajes de un canal de Telegram en el que la gente activamente discute las palabras del recién investido Zelensky. En Donbass, como era de esperar, hay mucho escepticismo sobre sus palabras sobre la paz y el cese de hostilidades. En cualquier caso, ahora el nuevo jefe de Estado es responsable de cada disparo del Ejército Ucraniano.
Junto a la carretera que va al destruido monasterio veo nuevos postes de metal que en el futuro separarán la carretera del cementerio. Los muros que antes lo rodeaban fueron destruidos en la batalla por el aeropuerto de Donetsk. Una de las tumbas destaca sobre las demás por unas bonitas flores. Eso solo puede querer decir que sus familiares han ignorado hace poco tiempo la petición de las autoridades de la ciudad de no visitar el que es uno de los cementerios más peligrosos de la RPD y han venido a honrar la memoria de su familiar fallecido. Entre las tumbas destruidas veo numerosas nuevas cruces de madera. Pese a la alta probabilidad de que haya minas o proyectiles de artillería sin explotar, la población sigue viviendo a enterrar a sus seres queridos en el cementerio Novo Ignatius.
El aire quema sobre el caliente asfalto de la desierta calle de los Cosmonautas. A lo largo de la carretera aparece una sombra tras los árboles. Me adelanta el mencionado autobús de la nueva ruta 71, que lleva a los residentes de las viviendas de las fachadas agujereadas. Después se me acerca un coche negro que para a mi lado. El conductor, con un acento que no sé identificar, pregunta por cómo llegar al monasterio y si tendrá problemas con los militares si llega hasta allí. Le enseño el camino y le recuerdo que los militares son lo último que debe temer. En cuanto el coche se marcha, ocurre lo que es la norma en esta zona de la ciudad: el fuego. Los primeros bombardeos bajo el nuevo presidente de Ucrania, que ante el Parlamento prometió a su gente que pararía la guerra en Donbass.
Del parte de guerra que saldría después, me enteré de que el Ejército Ucraniano había atacado desde Peski la localidad de Zabichevo. Había disparado diez proyectiles de artillería, 29 granadas, fuego de ametralladora y armas ligeras. El problema de pasear por la “zona roja” es que no puedes salir con rapidez en caso de necesidad. Así que decidí volver a la estación. El coche con el conductor extranjero me ofreció llevarme, pero lo rechacé. “Voy andando”, contesto sabiendo que es una insensatez. A juzgar por su cara, él piensa lo mismo. En ese momento, me siento como el loco de la novela de los hermanos Strugatsky, que va a lugares que no tienen ningún sentido porque es la única manera de tentar al destino.
Me dirijo a la iglesia de San Ignatius. En su página de Facebook, el padre Alexander, rector de la iglesia, informa del trabajo de restauración de la fachada. Y es así, la fachada está recién pintada. Está a escasa distancia tanto del tranquilo Donetsk como de los bombardeos. Pero esto no es nada raro. La vida y la muerte, la destrucción y la reconstrucción, la guerra y la paz. Todo está junto y existe sin que pueda separarse. Es la primera regla de la dialéctica: la ley de la unidad y la lucha de contrarios.