El proceso de los ciudadanos occidentales que eligen los instintos de la antropología social frente a la arrogancia superestatal está en marcha. Lo que nos muestra (tristemente) la debacle catalana es que los soñadores megalómanos nunca renunciarán voluntariamente a su autoproclamado poder. Si bien a menudo percibo que la única forma de eliminarlos es a través de una revuelta de una forma u otra, como pacifista, sigo esperando que la inestabilidad financiera y el resurgimiento de la comunidad en la UE puedan producir una confusión que los titiriteros no puedan controlar.

En realidad, Europa está inmersa en una carrera: no tanto contra el tiempo, sino por la necesidad de vencer a Federica Mogherini en un pobre segundo puesto. Para la «defensa» de la UE, el ejército se convertirá en una defensa armada de la UE… un ejército permanente diseñado para aplastar la voluntad de la comunidad.

Hay mucho, mucho más en juego que la transferencia de poder a una región europea próspera. Lo que estamos presenciando es el progreso tartamudeante de un movimiento para arrebatarle el poder al 3% empeñado en pretender que los ciudadanos acepten gobiernos remotos, banca global, negación de la realidad y trabajo continuo a cambio de recompensas materiales superficiales.

La crisis española puede que no sea suficiente por sí sola para empujar la avalancha bursátil hacia el borde y su desastre descendente. Pero es por lo menos otra clara señal de que el Gran Anónimo -sea socialista o neoliberal- no es lo que el verdadero pueblo quiere.